LA PROMESA..INCREÍBLE FINAL: EL GRITO DE LORENZO QUE PARALIZA A TODOS LOS PRESENTES!

**Una boda interrumpida, un secreto mortal revelado y una venganza a punto de estallar**

El palacio de la Promesa estaba envuelto en un silencio tenso, como si los muros mismos contuvieran la respiración ante lo que estaba a punto de ocurrir. Lorenzo regresó de manera inesperada, la mirada incendiaria y el corazón lleno de furia. Su voz retumbó en el salón principal, acusando a Leocadia con una gravedad que hizo temblar a todos los presentes. “¡Cómo te has atrevido a permitir que Ángela viajara sola con Curro! ¿Sabes lo que eso significa? ¡Es un ultraje al honor de tu propia hija y una afrenta a toda la reputación de esta casa!” La tensión era palpable, cada palabra un golpe directo al orgullo y la autoridad de Leocadia.

Ella, sin perder un ápice de compostura, esbozó una sonrisa apenas perceptible que danzaba en sus labios, una sonrisa que parecía burlarse de la ira de Lorenzo. Su voz, calma pero cargada de amenaza, cortó el aire: “Cálmate, Lorenzo. Sabía que vendrías a pedirme explicaciones, pero no te atrevas a gritarme. Cada acción que tomo tiene un propósito preciso, todo está calculado.”

Lorenzo dio un paso adelante, la incredulidad deformando su rostro, y rugió: “¡Sin motivo! Has arrojado a Ángela a los brazos de Alonso. Si alguien se entera, su vida quedará arruinada. Y te lo advertí: si quieres que guarde silencio, tendrás que darme tu mano en matrimonio, ¡inmediatamente!”

Leocadia se levantó con un movimiento fluido, envolviéndose en su elegancia como si fuera una armadura. “Hablas demasiado y entiendes muy poco, Lorenzo. Nunca he perdido el control; simplemente concedo libertad en el momento oportuno.” Su mirada, firme y desafiante, hizo que el capitán vacilara. “Libertad… ¿insinúas que lo hice a propósito? ¿Que la huida de mi hija forma parte de algún retorcido plan tuyo?”

Ella cruzó los brazos, su voz descendiendo a un susurro cortante: “Nada sucede en la Promesa sin que yo lo sepa, ni siquiera los amores prohibidos. El viaje de Ángela no fue un error, fue un paso necesario. Todo lo que ocurre, incluso lo que parece desordenado o imprudente, obedece a un plan mayor.”

Lorenzo, disfrutando de la situación

Lorenzo frunció el ceño, confundido. “¿Un paso hacia qué?” Leocadia se acercó, inclinando la cabeza con un destello misterioso en los ojos, su tono cargado de amenaza contenida. “¿De verdad crees que actúo por capricho? Cada movimiento está meticulosamente calculado. Todo tiene un propósito, incluso este aparente caos. Con paciencia, descubrirás que el resultado superará tus expectativas.”

El capitán retrocedió ligeramente, intentando contener la rabia que lo consumía. “Estás loca. Estás jugando con el honor de tu hija, con la reputación de esta casa. Si Alonso descubre la verdad…”

“Alonso está ciego como siempre”, interrumpió Leocadia con desdén. “Mientras él se consume en su sentimiento de culpa, yo avanzo. Lo que Ángela y Curro vivieron lejos de aquí servirá a mis intereses, no a los suyos.”

Lorenzo, finalmente comprendiendo parte de la magnitud de la jugada, dejó escapar un respiro amargo y rió con ironía. “Ahora entiendo todo. Tu verdadero plan… eres peor de lo que imaginaba.”

Leocadia, impasible, se acercó a la ventana y apartó las cortinas, dejando que la luz del atardecer iluminara su rostro. “Acepto el cumplido”, murmuró, la voz helada como el acero. “Los hombres siempre creen que controlan el juego, pero al final, solo son peones. Tú incluido.”

“No te equivoques”, replicó Lorenzo acercándose, “sé jugar tan bien como tú. Y si intentas engañarme, derribaré todo lo que has construido.”

Leocadia giró hacia él con una sonrisa enigmática. “Lo dudo. Te gusta demasiado el poder que obtienes a mi lado como para renunciar a él. Y admítelo, Lorenzo… en el fondo me admiras.” Él apartó la mirada, irritado, incapaz de negarlo.

“Si tu plan falla, seremos nosotros quienes paguemos las consecuencias”, advirtió.

“No fallará”, aseguró ella, su voz firme y segura. “Ahora vete. Empieza a comportarte como mi aliado, no como un hombre traicionado.” Lorenzo apretó los puños, pero se contuvo. Antes de irse, dejó escapar una última amenaza: “Puedes creer que controlas todo, Leocadia, pero un día tropezarás con tus propias trampas. Yo estaré allí para verte caer.”

Al día siguiente, la Promesa estaba envuelta en una atmósfera espectral. Ángela y Curro, de regreso al palacio, se evitaban, cada uno atrapado en sus emociones y recuerdos del viaje que habían compartido. Sus miradas se cruzaban por instantes fugaces, cargadas de palabras no dichas, hasta que se apartaban, llevando consigo el dolor y la añoranza de un amor prohibido.

Ángela se refugiaba en su habitación, apretando el pañuelo que Curro le había dado. El recuerdo de sus risas, de la nieve cayendo y de los momentos compartidos, la llenaba de un dolor que no podía ser aliviado. Mientras tanto, Curro intentaba ahogar sus propios sentimientos sumergiéndose en el trabajo, pero cada pensamiento lo llevaba de nuevo a ella.

La Promesa: Lorenzo, dispuesto a vengarse de Curro

Leocadia, desde lo alto, observaba cada movimiento con satisfacción. Su plan se desarrollaba tal como lo había previsto. Lorenzo recibió una carta militar falsa que lo obligaba a marcharse con urgencia, dejando a Ángela y a Curro aún más separados y desorientados.

Con la partida de Lorenzo, Leocadia se apresuró a organizar la boda de Ángela con Beltrán, dejando a su hija con la sensación de que nada de lo que sentía importaba. “No se discute”, insistió. “Te casarás, y no quiero lágrimas.” El palacio entero se agitó en preparativos apresurados, mientras Alonso, desconcertado, recibía las miradas frías de Leocadia que silenciaban cualquier intento de objeción.

La ceremonia comenzó al atardecer. Ángela, vestida de blanco, parecía un fantasma frente a Beltrán, sus ojos buscando a Curro, quien la observaba a escondidas, el corazón hecho trizas. La tensión se cortaba en el aire, hasta que las puertas se abrieron violentamente y Lorenzo irrumpió, cubierto de polvo y con los ojos ardientes de rabia.

“¡Detened esta farsa!”, gritó. Señalando a Leocadia, denunció su plan y la supuesta implicación en la desaparición de Hann. Una ola de horror se extendió entre los invitados. Leocadia, acorralada, intentó negar todo, pero Lorenzo tenía pruebas en todas partes, y la verdad de su maquiavélico plan comenzaba a emerger.

Ángela lloraba, Manuel estaba atónito, y Alonso quedaba paralizado por la revelación. Cruz había sido utilizada como chivo expiatorio, mientras Leocadia movía los hilos desde las sombras, manipulando a todos para asegurar su victoria. Dolores, en silencio, observaba desde la distancia. El precio de la verdad había sido altísimo, pero finalmente, todo tenía un nombre y un rostro.

El futuro de la Promesa estaba marcado por este secreto revelado: Ángela atrapada entre obediencia y corazón, Curro dividido entre dolor y amor, y Leocadia, implacable y satisfecha, calculando cada movimiento de la partida que apenas comenzaba.

El escándalo, la venganza y los secretos no habían hecho más que empezar.