Avance Sueños de Libertad, capítulo 393: Damián frente a Tasio: el duelo prohibido

El amanecer del martes 16 de septiembre cae sobre la colonia De la Reina como un presagio de tragedia. La bruma del día no es simple niebla: es un velo cargado de resentimientos, funerales prohibidos y secretos que hierven en cada esquina. La sombra de Ángela, recientemente fallecida, domina todos los rincones. Y en el centro de ese dolor, dos figuras irreconciliables se preparan para un enfrentamiento que podría cambiarlo todo: Damián y su hijo Tasio.

El patriarca, consumido por décadas de culpa, siente que ha perdido todos los derechos, pero no la obligación de despedirse de la única mujer que amó con verdad. Su hijo, en cambio, lo mira como al verdugo de esa misma mujer, como el hombre que robó dignidad, familia y futuro. Tasio le niega el último adiós a Ángela, sellando con furia la distancia que los separa desde siempre.

El eco del pasado

La noche anterior, un encuentro brutal entre padre e hijo lo dejó todo al descubierto. Tasio, con la voz cargada de veneno, le escupió a Damián que llegaba treinta años tarde, que su arrepentimiento no vale nada frente a la soledad de su madre.
No me llames hijo”, fue el grito que hizo temblar los ventanales, un eco que aún retumba en la memoria del viejo De la Reina. Damián, desgarrado, revive esas palabras una y otra vez, consciente de que cada intento de acercamiento solo ensancha la herida.

No es la primera vez que experimenta ese rechazo: antes lo vivió con Jesús, su primogénito, cuya muerte le arrebató la posibilidad de un perdón. Ahora, la historia amenaza con repetirse con Tasio, y la desesperación lo empuja a rebelarse contra la prohibición.

El refugio y la condena

En su despacho, convertido en cárcel dorada, Damián confiesa a Andrés —su hijo menor y única tabla de salvación— que ya no soporta el peso de los pecados pasados. Reconoce que robó vidas enteras: la de Ángela, obligada a sobrevivir en silencio; la de Tasio, marcado por la falta de un padre; y hasta la de sí mismo, que se condenó al fingimiento.
Andrés, sereno, intenta sostenerlo: “El mundo era otro, eras otro hombre. Quizá aún quede tiempo”. Pero Damián no comparte esa fe. El tiempo, para él, siempre llega tarde.

El otro frente: los Merino bajo amenaza

Mientras tanto, en la casa de los Merino, el nombre de don Pedro se convierte en un cuchillo invisible. Su agonía no inspira compasión, sino pánico. Entre Digna, Joaquín y Luis estalla la sospecha: el anciano moribundo no es un desvalido, sino un chantajista que, incluso desde la cama de hospital, sigue manipulando el destino de los suyos.
El secreto que oculta podría destruirlos a todos. Nadie quiere pronunciarlo, pero cada silencio lo vuelve más peligroso. Gema, cansada de medias verdades, exige explicaciones. Y al descubrir la palabra maldita —chantaje— comprende que el poder de Pedro no morirá con él, sino que puede perpetuarse envenenando a toda la familia.

Entre la fe y el rencor

En la parroquia, don Agustín se enfrenta a una tarea ingrata. Tasio, con la frialdad de un ejecutor, dicta cada detalle del funeral de su madre. Pero junto a las flores y el ataúd, entrega una condición inamovible: Damián no puede estar presente. Ni en la misa, ni en el entierro.
El sacerdote, horrorizado, intenta apelar al perdón. Pero Tasio se mantiene firme: permitirle a su padre estar allí sería profanar la memoria de Ángela. “Si él aparece, yo me iré”, sentencia, convirtiendo el funeral en un campo de batalla emocional.

Damián, decidido a romper la prohibición

Cuando don Agustín transmite la prohibición, Damián estalla en furia contenida. No se resigna a perder la última oportunidad de honrar a Ángela. “Fue el amor de mi vida, y no cometeré la cobardía de abandonarla en la muerte”, ruge, golpeando la mesa.
El sacerdote lo suplica, pero la decisión del patriarca parece inamovible. El enfrentamiento entre padre e hijo se perfila inevitable, como un duelo silencioso en el corazón del cementerio.

El sacrificio de Carmen

Y entonces aparece una voz inesperada: Carmen, la esposa de Damián. No llega con reproches, sino con súplica. Le pide a su marido que renuncie a ese último adiós, no por Ángela, sino por Tasio.
“Tu deber es con tu hijo vivo, no con tu amor muerto”, le recuerda con lágrimas en los ojos. Si quiere recuperar algún día el vínculo roto, debe ceder, debe elegir el sacrificio supremo: la ausencia.

Damián se enfrenta a la encrucijada más cruel de su vida:

  • Obedecer a su corazón y acudir al funeral, desafiando a su hijo.
  • O escuchar a Carmen y renunciar, demostrando que por primera vez pone el dolor de Tasio por encima del suyo.

El duelo prohibido

El capítulo 393 de Sueños de Libertad promete ser uno de los más desgarradores de la temporada. El duelo entre padre e hijo no se libra con armas ni puños, sino con memorias, silencios y reproches. Cada decisión, cada paso en falso, puede sellar destinos para siempre.

En un lado, Damián, el hombre que busca redención demasiado tarde.
En el otro, Tasio, el hijo que carga con la furia heredada de toda una vida de abandono.
Y entre ambos, la memoria de Ángela, convertida en campo de batalla.

¿Se atreverá Damián a desafiar la prohibición y presentarse en el funeral? ¿O hará el sacrificio que Carmen le suplica, regalándole a su hijo la ausencia que podría abrir un camino hacia la reconciliación?

Lo único cierto es que el perdón parece más lejano que nunca. Y que este duelo prohibido marcará un antes y un después en la historia de la colonia De la Reina.

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