Pelin se cree más que nadie por estar embarazada y recibe la respuesta más contundente de İfakat
En la majestuosa mansión de los Korhan, un lugar donde cada rincón parece guardar secretos y resentimientos, el ambiente se había vuelto tan denso que podía cortarse con un cuchillo. Lo que parecía ser un día más entre rutinas y silencios incómodos, terminó convirtiéndose en una tormenta emocional que nadie olvidaría fácilmente.
Todo comenzó con una frase cargada de veneno, lanzada con la ligereza propia de quien cree tener la última palabra. Pelin, que no suele perder ocasión de provocar, se burló abiertamente de Ferit. La sonrisa irónica que acompañó a sus palabras fue suficiente para encender las alarmas, y Suna, cansada de tanto desprecio, no dudó en responderle.
Con la voz firme y los ojos brillando de indignación, Suna le soltó sin temblar:
—Come un poco, Pelin, para que la sangre te fluya al cerebro. Igual así adivinas a dónde fue.
La frase cayó como una bofetada. En ese instante, el ambiente cambió. Las miradas se cruzaron, y lo que parecía una discusión trivial escaló rápidamente hacia un enfrentamiento cargado de resentimientos acumulados.
Pelin, lejos de quedarse callada, contraatacó con la dureza que la caracteriza. No solo le reprochó a Suna las acciones de su hermana, sino que también le dejó muy claro que no quería verla bajo ese techo. Cada palabra suya llevaba la intención de expulsarla, de recordarle que no pertenecía allí.
La tensión creció a tal punto que İfakat, que hasta entonces se había mantenido en silencio, decidió intervenir. La matriarca, acostumbrada a imponer respeto con apenas un gesto, no soportaba más los gritos que retumbaban en las paredes de la mansión. Con voz seca y autoritaria, pidió silencio, marcando los límites que siempre intenta mantener en esa casa plagada de rivalidades.
Pero Pelin no se detuvo. Consciente de que tenía un as bajo la manga, decidió jugar su carta más fuerte. Con una mezcla de orgullo y desafío, proclamó:
—Voy a darle un nieto a esta familia. Algo que ninguna de vosotras ha podido hacer.
La sala quedó en silencio. Las palabras, tan directas como crueles, resonaron como un eco imposible de ignorar. En ese instante, Pelin se sintió victoriosa, como si su embarazo la colocara por encima de todas las demás mujeres de la casa. Estaba convencida de que con esa sola frase había asegurado su lugar en la familia, blindando su posición con el poder que le otorgaba llevar una nueva vida en su vientre.
Sin embargo, lo que Pelin no esperaba era que İfakat, con su temple implacable y su habilidad para desarmar a cualquiera con un simple comentario, no iba a dejar pasar semejante atrevimiento. La mujer la miró fijamente, con una mezcla de desdén y frialdad que heló la habitación, y le respondió con una contundencia que nadie se atrevió a interrumpir:
—No confíes tanto en el niño que llevas en el vientre. Mira a tu alrededor… ¿ves a Gülgün en esta casa? Pero yo sigo aquí. Si no conoces tu sitio, valdrás tan poco como ella.
Las palabras de İfakat fueron demoledoras. No solo recordaban el destino de Gülgün, que alguna vez creyó tener un lugar asegurado en esa familia, sino que también eran una advertencia directa: estar embarazada no era suficiente para garantizar respeto ni permanencia en la mansión. En la lógica cruel de esa casa, el poder no se heredaba ni se ganaba únicamente con la sangre. Se mantenía a base de astucia, resistencia y saber cuál es el lugar que a cada uno le corresponde.
El silencio que siguió a ese intercambio fue tan pesado que parecía que las paredes mismas contenían la respiración. Pelin, por primera vez, quedó desarmada. Su triunfo momentáneo se desvaneció en segundos, reemplazado por la incómoda certeza de que aún con su embarazo, no era más que una pieza fácilmente reemplazable en un tablero dominado por mujeres que sabían jugar mucho mejor.
Suna, observando la escena, comprendió que, aunque la tensión la había colocado en el centro de la disputa, la verdadera batalla se libraba entre Pelin e İfakat. Dos fuerzas opuestas, dos formas de concebir el poder en esa casa: una basada en la arrogancia de lo inmediato, la otra en la experiencia y la frialdad de quien ha resistido innumerables tormentas.
Esme, desde el pasillo, alcanzó a escuchar parte de la discusión. Aunque no entró en la sala, supo de inmediato que aquella confrontación no sería la última. En la mansión Korhan, cada palabra tiene consecuencias, y las heridas abiertas rara vez cicatrizan.
Lo que había comenzado como una simple burla hacia Ferit terminó revelando mucho más: las jerarquías, los resentimientos y la lucha constante por el poder dentro de la familia. La mansión, con sus paredes cargadas de secretos, fue testigo de un nuevo capítulo en el que las mujeres se enfrentaban no solo por el reconocimiento, sino por la supervivencia en un entorno hostil donde cualquier debilidad podía convertirse en condena.
La lección fue clara para todos los presentes: en esa casa no basta con llevar un hijo en el vientre para asegurar un lugar. El respeto y la posición se ganan día a día, y hasta la más mínima muestra de debilidad puede ser utilizada en tu contra.
Cuando el murmullo de voces volvió a recorrer la mansión, quedó grabada la certeza de que aquella escena había marcado un antes y un después en la convivencia familiar. Pelin, con el orgullo herido, supo que aún tenía un largo camino por recorrer si quería consolidar el poder que creía tener en sus manos. İfakat, por su parte, reafirmó una vez más su dominio silencioso, dejando claro que mientras ella estuviera allí, nadie ocuparía un lugar que no le correspondiera.
El eco de esa confrontación siguió flotando en el aire, un recordatorio de que las batallas más feroces no siempre se libran con armas, sino con palabras capaces de destruir certezas y desarmar ilusiones.
Y así, en la mansión Korhan, una vez más quedó demostrado que lo único verdaderamente seguro es la lucha constante por el poder.