Isabel descubre a Dámaso en Perfumerías de la Reina… ¡Y se enfrenta a él! – Sueños de Libertad

La tensión contenida estalla en el corazón de Perfumerías de la Reina cuando Isabel, harta de silencios y medias verdades, se topa con Dámaso en un pasillo del almacén. Lo que comienza como una sospecha latente se convierte en una confrontación directa y fulminante: las piezas que ella había estado encajando en su cabeza durante semanas por fin encajan, y la sensación de haber sido engañada le golpea con toda su fuerza. En pocos segundos la escena deja de ser un encuentro casual; se transforma en la revelación de secretos, reproches y verdades largamente postergadas.

Isabel entra en la tienda con la determinación de quien busca respuestas. Sus pasos, al principio medidos, se aceleran al percibir voces apagadas cerca del despacho. Al asomarse, ve a Dámaso; su figura, hasta entonces sospechosa en rumores y murmullos, está allí, entre cajas y frascos, en actitud que no admite excusas. La ira y la incredulidad se mezclan en su rostro. Se siente traicionada: las miradas que le negaron, las explicaciones a medias, las ausencias con excusas que ahora resuenan como mentiras. Todo cobra sentido y, con la claridad propia del que ha sido engañado, Isabel no se guarda nada.

“Es increíble”, dice al primer impulso, su voz temblando entre la rabia y la decepción. “Lo engañada que he estado”. No hay lágrimas inmediatas, sino un filo cortante en sus palabras. Cada reproche se clava en el silencio donde antes hubo dudas. Años de intentar confiar en lo que la rodeaba se deshacen en un instante. Frente a ella, Dámaso intenta reaccionar; su expresión delata sorpresa, pero también cierta calma fría, como si esperara el momento en que su artimaña quedara al descubierto.

Isabel no puede aceptar más evasivas. Recuerda las veces que Gabriel le pasó de largo, las llamadas sin responder, los mensajes ignorados, y la sensación persistente de que había algo que no cuadraba. Esa sensación ahora adquiría rostro y nombre. Sin contenerse le exige a Dámaso una explicación, pero el acusado responde con palabras que intentan minimizar, con promesas que suenan huecas. Isabel no se deja engañar por un tono conciliador: sabe reconocer la impostura.

La ira sube de tono. “Claro, con razón no me hacías ni puñetero caso”, le espeta, como si en esa frase se concentrara todo el rencor acumulado. La indignación la impulsa a reivindicar su dignidad. No está dispuesta a ser la víctima pasiva de un engaño: exige que se la trate con la verdad. “Yo ya no me creo nada de lo que salga de tu boca, Gabriel de la Reina”, sentencia con ironía amarga, llamando por su apellido al hombre en cuya casa y en cuya empresa ahora se fragua la traición.

Dámaso intenta calmarla. Intuye que su juego ha fracasado y que el daño es irreparable. Le suplica que escuche su versión, que recapacite, que no la juzgue en un arrebato. Pero Isabel no busca mitigaciones: quiere claridad y, por encima de todo, un reconocimiento del daño infligido. Se queda quieta, como midiendo cada palabra que va a soltar, sabiendo que cada sílaba marcará un antes y un después.

La escena, narrada con la crudeza del momento, revela además la vulnerabilidad de Isabel. Detrás de la furia hay una mujer que apostó por la lealtad, que creyó en gestos de afecto que ahora parecen fingidos. La traición no es solo una cuestión de engaños sentimentales; es también la quiebra de la confianza en el entramado humano que sostenía su vida: amistades, alianzas laborales y la propia identidad. Sentirse utilizada duele tanto como sentirse abandonada.

Dámaso, acorralado, se muestra nervioso. Sus intentos de justificarse suenan a lírica vana. Isabel, lejos de ceder, amenaza con alzar la voz y provocar un escándalo que revele su doble vida: “O me sueltas o me pongo a gritar y a ver qué dices sobre nosotros cuando vengan a ver qué pasa”. En esas palabras hay un desafío: si no obtiene la verdad de boca de él, la restituirá al mundo con su propio grito, exponiendo el engaño a la luz pública. En ese instante queda claro que ya no hay vuelta atrás.

La tensión alcanza un punto crítico cuando Dámaso, en un acto instintivo, sugiere negociar el silencio. Propone llegar a un acuerdo, a una salida que amortigüe el daño. Pero su ofrecimiento suena miserable frente al clamor por la verdad. Isabel no quiere pactos; quiere enfrentar la realidad y obligar a quienes la rodean a asumir las consecuencias de sus mentiras.

Lo más devastador del encuentro es que la confrontación no se limita a dos personas: involucra a todo el entorno de Perfumerías de la Reina. Si Isabel decide no callar, toda una red de relaciones y apariencias se verá quebrada. La posibilidad de que se revelen otras infidelidades, tratos oscuros o manipulaciones internas se cierne sobre la empresa como una nube negra. Incluso Gabriel, personaje clave y centro de muchas sospechas, queda interpelado por las palabras de Isabel. La simple mención de su apellido —”Gabriel de la Reina”— suena a señal de acusación: ¿qué sabía él? ¿Fue cómplice, distraído o también víctima?

Isabel empuña su dignidad como una bandera y exige que se le libere de cualquier engaño. Su propuesta de gritar si no obtiene la verdad es un acto deliberado para remover el orden público de la tienda: quiere que los secretos no se oculten más tras sonrisas calculadas y reuniones formales. Él, asustado, intenta apelar al pudor, a la discreción, a razones que ya no resuenan. Isabel, por su parte, está dispuesta a arriesgar la calma social y la rutina laboral para impedir que la mentira prospere.

Con la voz quebrada, pero firme, declara que nada volverá a ser igual. Sus palabras son un ultimátum: pide que le devuelvan la honestidad, la transparencia y la consideración que merece. No busca venganza gratuita, sino justicia emocional: que se reconozca el daño causado y que su verdad deje de ser sepultada. En su pecho conviven el dolor de la traición y la libertad que surge al nombrarla.

La escena concluye con Dámaso titubeando, consciente de que su máscara ha caído. Isabel, aunque herida, recupera el control del relato. Su decisión de no permanecer en silencio abre un nuevo frente en la trama de la colonia: los secretos ya no pueden esconderse entre anaqueles de perfumes. Perfumerías de la Reina, hasta entonces refugio de comercio y apariencias, se convierte en el escenario donde se juega la dignidad de quienes la habitan.

Ese choque entre la verdad azulada de los frascos y la cruda realidad humana promete desencadenar consecuencias imprevisibles: rupturas personales, ajustes en la jerarquía de la empresa, y la caída de máscaras que muchos creían inamovibles. En manos de Isabel queda ahora la posibilidad de cambiar el destino de personajes enteros; con su denuncia, con su grito o con su silencio elegido, el rumbo de Perfumerías de la Reina y de las vidas entrelazadas a su alrededor pende de un hilo.