LA PROMESA – Jana REGRESA transformada y IMPIDE la boda de Lorenzo y Ángela con su peor secreto

En los próximos capítulos de La Promesa, el destino de Ángela y Lorenzo está a punto de dar un giro inesperado. Sin escapatoria y resignada a su suerte, Ángela acepta finalmente casarse con el temido Lorenzo de la Mata. Las semanas pasan rápido y el día de la boda se acerca, aunque no será la celebración majestuosa que él imaginaba. Leocadia, firme y calculadora, decide que la ceremonia será íntima, solo con los habitantes del palacio, lo que enfurece profundamente a Lorenzo, decidido a convertir su enlace en el evento más comentado de la provincia.

Una mañana, Lorenzo entra con paso firme en el salón principal, el rostro endurecido y un sobre en la mano. Frente a él, Leocadia lo espera con la calma de siempre. Al arrojar el sobre sobre la mesa, exige una explicación. “¿Qué significa esto?”, ruge, mientras ella responde con ironía: “Son las invitaciones de tu boda, Lorenzo, se imprimieron ayer”. Pero el hombre, al ver que solo hay veinticinco ejemplares, estalla en cólera. “¿Veinticinco? Quiero quinientas. Invita a todo el pueblo si hace falta. Quiero aplausos, quiero grandeza”. Leocadia, sin alterarse, lo enfrenta con frialdad: “Tú no eres querido, Lorenzo. La gente te teme, no te respeta. Nadie querría venir a celebrar una farsa”. Las palabras de la mujer son como puñales, pero él, cegado por su orgullo, promete hacer de esa boda un espectáculo sin precedentes.

Mientras tanto, Curro vive atormentado. Saber que su amada Ángela se casará con otro lo destruye por dentro. Al enterarse de la noticia por las criadas, corre a buscarla, decidido a impedir lo inevitable. En la habitación de Ángela, la encuentra abatida frente al espejo. “Dime que no es verdad”, le suplica. Ella, con la voz quebrada, le responde que todo está decidido: el marqués lo aprobó, el padre está avisado y las invitaciones ya fueron enviadas. Curro, desesperado, propone huir juntos, pero Ángela se niega. Sabe que Lorenzo es capaz de todo y que, si escapa, desatará su furia sobre los inocentes. “No me estoy rindiendo”, le dice con voz temblorosa, “solo intento evitar una tragedia”. Aun así, Curro no puede aceptar verlo todo perdido. Entre lágrimas, ella confiesa que lo hace por él, porque no quiere perderlo. Pero la decisión está tomada.

Los días avanzan y el palacio se transforma en un escenario de lujo. Carros con flores, telas finas, cajas de vino y música llenan el ambiente. Lorenzo, altivo, supervisa cada detalle con la arrogancia de quien busca reconocimiento. Curro, obligado a participar en los preparativos como un sirviente más, soporta la humillación en silencio. Cristóbal, el capataz, le entrega una lista de tareas interminables. “Si no cumples, puedes marcharte”, le dice con frialdad. Curro aprieta los puños, pero acepta. No por miedo, sino por una determinación que arde dentro de él: mirar a Lorenzo a los ojos cuando todo se derrumbe.

Esa noche, el viento sacude las ventanas de su habitación. Exhausto y desesperado, Curro no logra dormir. De pronto, una figura aparece entre las sombras: una mujer vestida de blanco, de mirada serena. Es Jana, regresada del pasado, o quizá una visión nacida del remordimiento. “Curro”, susurra con voz dulce, “no puedes dejar que esto ocurra. Aún hay tiempo. Lucha por el amor verdadero”. Él tiembla, incapaz de creer lo que ve. “Pero Ángela tiene miedo”, responde. Jana posa una mano sobre su rostro. “El miedo no debe decidir lo que es justo. Si yo hubiera seguido mi corazón, mi destino habría sido otro. No repitas mi error”. Antes de desvanecerse, le deja un mensaje grabado en el alma: “El amor no se entierra”. Cuando Curro despierta, comprende que no ha sido solo un sueño, sino una revelación.

A la mañana siguiente, el palacio brilla. Las flores adornan el altar, la música suena, y los invitados murmuran emocionados. Lorenzo, vestido con elegancia, presume su victoria. Ángela, acompañada por Leocadia, avanza pálida hacia el altar, con los ojos inundados de tristeza. En el fondo del salón, Curro observa en silencio, el corazón latiendo con fuerza. Las palabras de Jana resuenan dentro de él, empujándolo a actuar.

Cuando el sacerdote está a punto de iniciar la ceremonia, el joven da un paso al frente. “¡Padre, deténgase!”, grita. El murmullo cesa. Todos se vuelven hacia él. Lorenzo, rojo de ira, avanza. “¿Qué significa esto, imbécil?”. Pero Curro, con la voz firme, replica: “No puedo permitir que esto ocurra. Ángela, te amo y no dejaré que te obliguen a vivir una mentira”. El silencio es absoluto. Los invitados observan atónitos. Ángela se lleva las manos al rostro, las lágrimas corriendo sin control.

“Has perdido la cabeza”, brama Lorenzo. “Llámame como quieras”, contesta Curro, “pero esta boda no va a suceder. Prefiero morir antes que verte destruirla”. El caos estalla. Leocadia intenta intervenir, pero el destino ya se ha impuesto. Ángela da un paso hacia Curro, temblando. “¿Qué estás haciendo?”, pregunta con la voz rota. “Lo que debí hacer desde el principio”, responde él, “luchar por nosotros”.

El silencio pesa sobre el jardín mientras todos observan la escena que cambiará el rumbo de La Promesa para siempre. Lorenzo, inmóvil y lleno de odio, no encuentra palabras. La boda queda suspendida, el secreto de su mentira expuesto ante todos. Y en ese instante, con el corazón latiendo como nunca, Curro y Ángela se enfrentan al destino que ambos trataron de evitar.

Pero lo que nadie imagina es que ese regreso inesperado de Jana marcará el principio de una nueva era en el palacio, una donde las verdades enterradas resurgirán y los fantasmas del pasado reclamarán justicia. El amor, la venganza y el destino volverán a cruzarse bajo el techo de La Promesa, donde nada vuelve a ser igual después de la irrupción de la verdad.