LA PROMESA – Curro VUELVA a ser NOBLE, se venga de Lorenzo y se CASA PRIMERO con Ángela Avance

Y en los próximos capítulos de la serie La Promesa, Curro recuperará su nobleza y logrará impedir la boda de Ángela y Lorenzo gracias a un descubrimiento inesperado que desencadenará un giro dramático sin precedentes en la trama

El amanecer se posaba sobre los jardines de La Promesa con una calma engañosa. Los rayos del sol iluminaban las hojas húmedas por el rocío, mientras dentro del palacio se vivía un torbellino de actividad. Las criadas corrían de un lado a otro, ajustando vestidos y peinados, colocando flores en cada rincón, y afinando los últimos detalles que acompañarían la boda de Ángela y Lorenzo. Los músicos ensayaban sus notas con precisión, mientras el resplandor de los cubiertos y las copas brillaba con la promesa de una ceremonia perfecta. Todo indicaba que aquel enlace era inevitable… salvo por un hombre: Curro.

Desde lo alto de la escalera, su mirada seguía cada movimiento, cada gesto de los criados, cada destello de luz que reflejaba la riqueza de aquel día. Su corazón latía con fuerza, cada respiración era un recordatorio del dolor que le provocaba la proximidad de la mujer que amaba hacia otro. Cada risa, cada movimiento, parecía burlarse de él, recordándole que perdería a Ángela no por falta de amor, sino por el miedo que la retenía.

María Fernández lo encontró allí, pálido y sumido en su angustia. Con un suspiro cargado de compasión, se acercó: “Curro, no has comido…”. Él apenas la oyó, murmurando con la voz rota: “Se casa mañana… mañana…”. La desesperación era palpable en cada palabra. Ángela se entregaría a Lorenzo por miedo, y él sentía que cada segundo que pasaba lo desgarraba desde dentro. “Si tuviera valor, ya estaríamos lejos de aquí”, añadió con voz entrecortada. El tiempo se agotaba, y la decisión que tomaría esa misma tarde cambiaría el curso de todo.

La Promesa - Ángela acepta la proposición de Lorenzo

Con el corazón golpeando su pecho como un tambor, Curro se dirigió hacia los aposentos de Ángela. Cada paso era un desafío al destino, una lucha contra la fuerza que parecía empujarla hacia Lorenzo. Al llamar a la puerta, ella tardó en aparecer. Pálida, con los ojos rojos y el vestido de prueba colgado a un lado, lo miró con incertidumbre: “Curro… no deberías estar aquí”. Él respondió, firme y decidido: “Tenía que verte. Es la última vez que te lo pido. Huyamos ahora, antes de que comience este infierno, antes de que él te encadene para siempre”.

Ángela negó con la cabeza, lágrimas cayendo por su rostro: “No puedo… Lorenzo es peligroso. Si desaparezco, me buscará, y si no me encuentra… te destruirá a ti. Curro, no soportaría vivir con la culpa de perderte”. Pero él, tomando sus manos con determinación, replicó: “Prefiero perder la vida intentando salvarte que vivir sabiendo que te entregué a un monstruo”. Ella apartó sus manos, suplicando que no hablara de esa manera, mientras él continuaba: “Vivir… eso es lo que me pasará si te veo a su lado”. Ángela lloró en silencio, incapaz de responder. Curro se alejó con el pecho oprimido, murmurando: “Si esta boda ocurre… que Dios me perdone por lo que pueda hacer”.

Horas más tarde, el palacio se llenó de risas, música y celebraciones. Lorenzo supervisaba cada detalle con arrogancia, riendo y dando órdenes, orgulloso de lo que él consideraba la unión perfecta entre fuerza y destino. Pero para Curro, el dolor y la indignación se habían transformado en resolución. Si debía arriesgar su propia vida para liberar a Ángela, lo haría sin dudar. Esa noche, irrumpió en el despacho de Lorenzo, donde el villano revisaba listas y firmaba papeles con desprecio. “Lorenzo, necesitamos hablar”, dijo Curro, con firmeza. Lorenzo, divertido y desdeñoso, rió: “El bastardo enamorado… qué honor recibir tu visita. ¿Qué quieres ahora?”.

Con el corazón en la garganta, Curro propuso un trato: si Lorenzo liberaba a Ángela, podría hacer con él lo que quisiera. Lorenzo, incrédulo y burlón, aceptó, seguro de que aquel joven no representaba amenaza alguna. Pero Curro continuó: “Quiero ser enterrado al lado de Eugenia, quien me comprendió de verdad. Si debo perder la vida, deseo descansar junto a ella”. Las palabras fueron un golpe directo; Lorenzo se levantó furioso, pero Curro no flaqueó. Cada insulto, cada escupitajo, solo reforzó su determinación. Lorenzo descubriría demasiado tarde que ni el poder ni la arrogancia podían vencer al amor y la justicia.

Curro salió del despacho decidido, avanzando por los pasillos del palacio con pasos firmes, el corazón acelerado, con un único pensamiento: venganza. Bajo la luz de la luna, se dirigió a los establos donde López lo encontró, preocupado: “Curro, ¿qué harás?”. Él respondió con determinación: “Hoy se pone fin a todo. Nadie debe seguirme”. Luego se dirigió al antiguo almacén, cerrado desde la muerte de Eugenia, donde descubrió pruebas contundentes contra Lorenzo y Leocadia: frascos adulterados, etiquetas cambiadas, un olor químico inconfundible. Con furia y resolución, recogió todo y se dirigió a la comisaría.

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Al amanecer, frente al sargento Burdina, presentó las pruebas: los productos tóxicos habían sido usados para sabotear a Eugenia, arruinando su mente y llevándola a la tragedia. Con registros y testigos a su favor, Burdina no dudó. Juntos se dirigieron al palacio y arrestaron a Lorenzo, acusado de sabotaje, intento de homicidio y complicidad en la muerte de Eugenia. Curro, firme frente al villano esposado, declaró que ahora la justicia estaba de su lado y que nadie volvería a destruir a los suyos.

La noticia se propagó rápidamente por Córdoba. El marqués Alonso felicitó a Curro, reconociendo su valentía y devolviéndole su título nobiliario. Curro ya no era un joven humillado: era un hombre libre, legítimo hijo de la sangre Luján.

Al atardecer, encontró a Ángela en los jardines. Ella, con lágrimas en los ojos, lo vio acercarse. Él le dijo con emoción: “No solo por justicia, sino por ti. Porque incluso cuando todo parecía perdido, fuiste la razón para seguir adelante”. Curro se arrodilló y sacó un anillo heredado de Eugenia: “Ángela, he luchado contra el destino, contra el poder y el miedo. ¿Quieres casarte conmigo?”. Ella, conmovida, aceptó entre sollozos. Ambos se abrazaron, sellando un momento donde el dolor se transformó en felicidad.

Así, Curro Luján, el bastardo humillado y el siervo injusticiado, finalmente conquistó lo que siempre le había sido negado: el amor, el honor y la libertad, demostrando que la valentía y la justicia pueden vencer incluso las sombras más oscuras del pasado.