Sueños de Libertad Capítulo 417 (Begoña y Gabriel corren a salvar a Andrés)
Sueños de Libertad 417: La decisión que cambiará el destino de Andrés y María
El capítulo 417 de Sueños de Libertad comienza con una atmósfera cargada en la casa de los Reina. Desde los primeros segundos, se respira una mezcla de miedo y angustia. María está fuera de sí, presa de un presentimiento oscuro que la paraliza. Suplica a Andrés que no vaya a la fábrica. Su voz, entrecortada por el llanto, intenta retenerlo una y otra vez, pero él, decidido y con el rostro endurecido por los problemas recientes, se niega a escucharla. Quiere marcharse, convencido de que su deber lo llama.
En medio de la desesperación, ocurre algo inesperado: María, sin darse cuenta, se pone de pie. El movimiento es instintivo, casi un reflejo nacido del pánico. Andrés se detiene en seco, incrédulo. La observa con el asombro de quien presencia un milagro y con voz temblorosa le pregunta: “¿Desde cuándo puedes levantarte, María?”. Ella, con lágrimas cayéndole por las mejillas, niega con fuerza. “No puedo, Andrés… fue sin querer. Solo al verte marcharte, reaccioné. No lo pensé”. Pero él no logra contener el dolor ni la desconfianza. La herida de la mentira vuelve a sangrar. “Lo has vuelto a hacer”, le reprocha con voz dura. “¿Por qué me mientes otra vez?”.

María se desespera, jura que no ha mentido, que fue un impulso involuntario. Pero Andrés no la escucha. Su mirada está llena de decepción y rabia. “Ya no sé quién eres”, sentencia antes de girarse y marcharse, mientras ella, destrozada, se aferra al marco de la puerta rogándole entre sollozos que no se vaya. El portazo resuena como una despedida final. María se derrumba, hundida en un llanto incontrolable, cubriéndose el rostro con las manos.
Pasan las horas y el silencio se vuelve insoportable. La tensión solo se rompe cuando se escucha el motor de un coche. Gabriel y Begoña irrumpen en la casa, visiblemente preocupados. María corre hacia ellos, pálida, temblorosa. “¿Dónde está Andrés? ¿Lo han visto?”. Begoña responde con cautela: “Sí, lo vimos hace un rato. Conducía muy rápido. Parecía alterado”. María siente que el miedo le oprime el pecho. “Salió enfadado conmigo. Tío llamó hace poco. Dijo que hay un problema grave en la sala de calderas. Tengo miedo de que Andrés esté allí”.
Gabriel intenta mantener la calma y restarle importancia. “Tranquila, seguramente es solo una revisión. Esas cosas pasan”. Pero María no se convence. “No, no entienden. Si fuera algo rutinario, Tío no habría sonado tan nervioso. Dijo que estaban desalojando la fábrica”. Begoña marca el número de la fábrica, pero nadie contesta. Llama otra vez. Nada. “No responden”, dice, cada vez más preocupada. María empieza a temblar. “¿Cómo que no responden? ¡Vuelve a llamar!”. Gabriel, nervioso, intenta calmarla, pero María estalla: “Si Andrés está en peligro, no puedo quedarme quieta”.
El ambiente se vuelve caótico. Begoña vuelve a intentar comunicarse con el dispensario, con Luz, con cualquiera, pero no obtiene respuesta. “Es raro, nadie contesta”, dice con la voz baja. María se lleva las manos al pecho, sofocada por el miedo. “Si le pasa algo, me muero. Es lo único que tengo en esta vida”. Gabriel trata de tranquilizarla, aunque él también empieza a inquietarse. “No saques conclusiones precipitadas, María. La fábrica está en buenas manos”. Pero Begoña, sintiendo que algo grave ocurre, decide actuar. “Voy a ir para allá”, anuncia decidida.
Gabriel intenta detenerla. “No puedes ir, puede ser peligroso”. Ella lo enfrenta con firmeza. “Tú dijiste que no era grave. Y aunque lo fuera, soy enfermera. Si alguien resulta herido, puedo ayudar”. María la agarra de la mano, suplicante. “Por favor, tráemelo de vuelta. No puedo perderlo”. Begoña la mira con ternura, pero con determinación. “No adelantemos tragedias, aún no sabemos nada”. María, sin embargo, siente un escalofrío en el alma. “No son suposiciones, Begoña. Es una corazonada. Algo no está bien. Lo presiento”.
Finalmente, Begoña y Gabriel parten hacia la fábrica, dejando atrás a una María consumida por el miedo. “Te juro que si a Andrés le pasa algo…”, alcanza a decirle ella a Gabriel con una mirada cargada de amenaza y desesperación. Él no responde, pero ambos saben que esas palabras marcarán un antes y un después.
En la fábrica, el caos es absoluto. Las alarmas suenan de fondo, las voces se mezclan con el estruendo de las máquinas y el vapor que escapa de las tuberías. Tío grita órdenes entre el humo: “¡Todos fuera de aquí, rápido!”. Los trabajadores corren desorientados mientras los indicadores de presión se disparan. Benítez, uno de los técnicos, informa con nerviosismo: “Los medidores no bajan. La presión sigue subiendo”.
De pronto, la puerta se abre bruscamente: es Andrés, jadeante, cubierto de sudor. “¿Qué ocurre?”. Tío lo mira con angustia. “Los controles están fallando, no sabemos por qué. La temperatura no se detiene”. Andrés se acerca al tablero, examina los indicadores y su expresión se endurece. “Esto no puede ser. Si no bajamos la presión ahora, el sistema va a colapsar”. Intenta girar una válvula, pero no responde. Mira a Tío y grita: “¡Evacúa a todos ya!”.
El sonido de las sirenas retumba en todo el recinto. Los obreros salen apresurados, tosiendo entre el humo, mientras Andrés permanece en el lugar intentando estabilizar el sistema. Sabe que cada segundo cuenta. Su rostro refleja la determinación de alguien que está dispuesto a arriesgarlo todo por salvar a los demás. Tío trata de detenerlo, pero él insiste: “Si no lo intento, la fábrica puede explotar”.
Mientras tanto, lejos de allí, María siente un escalofrío recorrerle la espalda. Desde la ventana de su casa, escucha las sirenas a lo lejos. Su cuerpo se paraliza. “Dios mío… Andrés”, susurra entre lágrimas. Begoña y Gabriel ya están en camino, y la imagen final muestra la fábrica envuelta en humo, las alarmas resonando sin descanso y los obreros corriendo desesperados entre el caos.
La cámara se detiene en Andrés, que sigue dentro, luchando contra el tiempo. El vapor lo envuelve, el calor es insoportable y los medidores tiemblan al borde del límite. Afuera, Begoña y Gabriel llegan justo cuando una nueva sirena de emergencia resuena. Los rostros de todos reflejan el mismo temor: algo terrible está a punto de ocurrir.
El episodio cierra con una escena de máxima tensión: María, sola en casa, cae de rodillas al escuchar la explosión lejana que sacude el valle. La pantalla se oscurece lentamente mientras su grito desesperado se mezcla con el eco de las alarmas. Sueños de Libertad deja a los espectadores con el corazón encogido, presagiando que el destino de Andrés podría cambiar para siempre.