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Título: “La sombra del pasado – El secuestro que rompió la paz”
Tras años de tormentas, de lágrimas y de batallas que parecían interminables, Ferit y Seirán finalmente habían alcanzado la anhelada calma. Con Karan tras las rejas y los viejos enemigos fuera de sus vidas, el hogar de los Korhan volvió a respirar paz. Ferit y Seirán, ahora padres orgullosos de una niña llamada Durú y del pequeño Tesco, a quien habían adoptado con amor, disfrutaban de una vida llena de armonía junto a toda la familia. La mansión, que antaño fue escenario de dolor, se llenaba ahora de risas, de desayunos familiares y de la inocencia de los niños.
Pero la felicidad, como una brisa efímera, pronto empezó a desvanecerse. Todo comenzó el día en que Seirán regresó a casa tras culminar su carrera universitaria en artes. La familia entera se reunió para celebrarla, con abrazos, fotografías y un pastel simbólico que marcaba el cierre de una etapa. Ferit no podía estar más orgulloso, y sus hijos corrían emocionados por los pasillos esperando ver a su madre. Sin embargo, mientras el bullicio y la alegría llenaban la mansión, algo oscuro se filtraba entre sus muros sin que nadie lo notara.
Un vehículo extraño, supuestamente perteneciente a los técnicos del gas, se estacionó frente al portón. Los guardias, convencidos por una falsa identificación, permitieron la entrada sin sospechar que dentro del furgón se ocultaba el inicio de una nueva tragedia. Entre los abrazos y los brindis, la misteriosa figura descendió del vehículo y se infiltró en los jardines.

Durú, traviesa y dulce como siempre, salió al jardín para cuidar sus flores. Fue allí donde Seirán la encontró y la abrazó emocionada. Todo parecía perfecto: madre e hija juntas de nuevo, la familia reunida, las sonrisas multiplicándose. Nadie imaginaba que esos momentos felices serían los últimos de calma.
En medio de la celebración, el fiscal que había llevado el caso de Karan trató de comunicarse con Ferit. Había descubierto que el juez había modificado la condena: Karan ya no cumpliría prisión efectiva, sino domiciliaria. Pero Ferit, queriendo disfrutar de su día familiar, ignoró la llamada. Tampoco Abidín contestó. Nadie sabía que esa decisión marcaría el inicio de una pesadilla.
Minutos después, Tesco notó la ausencia de Durú. Todos pensaron que estaría jugando con su prima Jatice, hija de Suna y Abidín. Pero el tiempo pasaba, y las niñas no aparecían. La preocupación se transformó en angustia cuando Seirán halló en el jardín las orejitas de juguete que Cassin había regalado a las pequeñas, tiradas entre las flores marchitas. Fue entonces cuando comprendieron lo peor: las niñas habían sido secuestradas.
El caos se apoderó de la mansión. Policías y familiares buscaron por todas partes, pero sin éxito. Las cámaras de seguridad habían sido manipuladas: la del jardín apuntaba hacia la pared, ocultando toda evidencia. La familia entera cayó en un abismo de desesperación. Suna y Seirán, desgarradas por el miedo, apenas podían mantenerse en pie.
El fiscal, al fin en contacto con Ferit, confirmó las peores sospechas: el vehículo de los falsos técnicos era robado, y Karan estaba libre bajo vigilancia electrónica. Abidín, lleno de rabia, creyó que su propio hermano había orquestado el secuestro. Sin embargo, Ferit sospechaba de Tarik, el enemigo más astuto y resentido que habían tenido.
Mientras la policía revisaba cada pista, un nuevo detalle surgió de las cámaras vecinas: Safet, el antiguo pretendiente de Suna, había sido visto frente a la mansión el día del secuestro. Aquello sumió a todos en un torbellino de sospechas. Ferit y el fiscal se dirigieron a la casa de Tarik, donde también vivía Safet. Las discusiones se encendieron. Tarik juraba no saber nada, mientras Safet guardaba un silencio perturbador. Solo cuando la presión fue insoportable, admitió seguir enamorado de Suna y que merodeaba la mansión solo para verla, aunque juró no tener relación con las niñas.
Las mujeres, entre tanto, se debatían en un mar de miedo e incertidumbre, recordando viejos enemigos: Sinan, el obsesivo exnovio de Seirán; Dilara, la despechada ex de Ferit; incluso Nuket, la mujer que había jurado vengarse. Pero ninguna pista parecía clara.
En medio del dolor, un desconocido contactó a Suna, ofreciéndole información sobre las niñas a cambio de dinero. Desesperada, juntó todas sus joyas y efectivo, dispuesta a pagar lo que fuera. A pesar de las advertencias de Seirán, acudió al encuentro y fue víctima de un intento de robo. Solo la rápida intervención de su madre y su hermana evitó una tragedia mayor.
Mientras tanto, Ferit, cegado por el dolor, secuestró a Tarik y lo interrogó brutalmente, convencido de que él tenía a Durú. Tarik se burlaba, provocándolo con palabras crueles. La tensión escaló hasta que Ferit perdió el control y lo golpeó con furia.
Horas después, la policía halló a Jatice sola en el bosque. Asustada y temblorosa, contó que ella y Durú habían estado encerradas en un sótano, pero solo ella logró escapar gracias a su prima, que la ayudó a salir por una ventana. Su testimonio fue la luz que devolvió esperanza a la familia.
Ferit comprendió que Tarik era el culpable. Sin embargo, el hombre había escapado, dejando tras de sí una escena de horror. En un giro desesperado, Tarik atacó a Ferit y lo encerró en una cámara frigorífica, dispuesto a matarlo lentamente. Helado, débil y atrapado, Ferit luchó contra el frío y la desesperación recordando los rostros de su esposa y su hija.

Cuando todo parecía perdido, una débil señal de vida guió a Seirán y a los suyos hasta una bodega avícola. Al abrir una puerta, encontraron a Ferit medio congelado, al borde de la muerte. Las lágrimas inundaron el lugar. Lo rescataron justo a tiempo.
Durú, por fin, fue hallada en el sótano de la casa de Tarik. Madre e hija se reencontraron en un abrazo que borró, al menos por un momento, todo el dolor vivido. Tarik y su esposa fueron arrestados, y la justicia parecía, una vez más, triunfar.
Sin embargo, el destino tenía otros planes. Días después, mientras la familia celebraba el retorno de la calma, una llamada interrumpió el desayuno: el abuelo Halis debía ser operado de emergencia. Ferit viajó de inmediato, dejando a todos preocupados pero llenos de fe.
A su regreso, una nueva inquietud estremeció el hogar. Tesco, el pequeño adoptado que tanto amaba a Seirán, desapareció del colegio. Cuando lo encontraron, la madre lo reprendió duramente, sin saber que el niño, roto en lágrimas, creía que la desaparición de su hermana había sido su culpa. Seirán, arrepentida, lo abrazó con ternura y le prometió que nunca estaría solo, que era su hijo, su vida, su razón de ser.
La familia volvió a unirse, pero todos sabían que la sombra del pasado seguía acechando. La historia de Ferit y Seirán demostraba que incluso después de la tormenta más cruel, la vida puede regalar una nueva oportunidad… aunque la paz, en la mansión Korhan, nunca dure demasiado.