Gabriel le confiesa a María su plan para destruir Perfumerías De la Reina – Sueños de Libertad
¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
La tensión en el ambiente se puede cortar con un cuchillo. Dos figuras se encuentran en un lugar apartado, discutiendo planes que podrían cambiar el destino de toda la fábrica y poner en riesgo a quienes dependen de ella. La conversación comienza con una pregunta cargada de desconfianza y miedo: “¿Estás seguro de lo que vas a hacer?” La respuesta, firme pero medida, no deja lugar a dudas: “Sí, solo tengo que manipular los medidores de presión”.
El interlocutor frunce el ceño y no puede evitar expresar su escepticismo: “No me parece tan fácil manipular una máquina así”. La advertencia no es casual; sabe que las calderas son sistemas complejos, delicados y que cualquier error podría tener consecuencias imprevisibles. La otra persona, sin embargo, asegura que todo ha sido planeado al detalle: “Sí, si sigo exactamente las instrucciones que me dio mi contacto, tengo que conseguir que la temperatura y la presión suban hasta un nivel peligroso. Y como los medidores de presión estarán trucados, nadie se dará cuenta de que algo va mal. Entonces… la caldera explotará”.
La declaración genera un silencio cargado de incredulidad y temor. La magnitud del acto comienza a tomar forma en la mente del oyente: “Será un destrozo enorme”, dice con voz temblorosa, anticipando el caos que se avecina. Su compañero, con una mirada seria, asiente y agrega: “Sí, ya lo imagino”. Cada palabra aumenta la tensión y subraya la gravedad de lo que están a punto de ejecutar.

El diálogo continúa, pero ahora el enfoque se traslada a las consecuencias estratégicas del plan. La persona que ideó el sabotaje intenta mostrar que todo está calculado, que no hay lugar para el azar: “María, piensa. Si las calderas dejan de funcionar, la producción se detendrá inmediatamente. Y repararlas será muy caro, mucho más de lo que los accionistas esperan”. La lógica detrás de la acción es despiadada, una mezcla de ambición y cálculo frío. La oportunidad está clara: aprovechar el caos para beneficio propio.
El nombre de Brosart aparece en la conversación, como si fuera la pieza final de un rompecabezas estratégico: “Y ahí es donde entra Brosart”, afirma con seguridad. La idea es que, ante el colapso de la fábrica, la compañía pueda ser adquirida por un tercero sin que nadie sospeche. La mente detrás del plan considera que los accionistas interpretarán el desastre como un accidente inevitable: “No sospecharán nada. Estas calderas llevan tiempo dando problemas, pensaran que fue un simple accidente”.
María, sin embargo, no puede contener su duda. Siente un nudo en el estómago y una sensación de advertencia que la alarma: “No sé, Gabriel. Creo que hay algo con lo que no cuentas”. Su voz revela la mezcla de miedo y responsabilidad que la hace cuestionar hasta dónde es lícito llegar. Gabriel, con una seguridad que roza la arrogancia, intenta calmarla y reafirmar su plan: “No, eso no pasará. El accidente ocurrirá durante la noche. Solo habrá daños materiales. No soy tan inconsciente como para poner en riesgo vidas humanas”.
El diálogo muestra la fría lógica que guía a Gabriel, su determinación de no dejar que nada ni nadie se interponga en su objetivo. Cada palabra que pronuncia refuerza la sensación de que todo está calculado al milímetro, y que cualquier posible interferencia ha sido contemplada: “De verdad es necesario llegar tan lejos”, admite con gravedad. “No puedo esperar otra oportunidad. Va a ser el golpe definitivo a la fábrica. Es ahora o nunca”. La urgencia de la acción se siente palpable, casi como si cada segundo que pasa acercara a los personajes al punto de no retorno.
María, a pesar de sus temores, finalmente murmura una palabra que parece un respiro de aceptación: “Aleluya”. No es un acto de alegría, sino un reconocimiento silencioso de que el destino de la fábrica está sellado y que los riesgos son inevitables. La escena que se desarrolla ante nosotros está cargada de tensión narrativa: la planificación, el miedo, la anticipación de un desastre que aún no ocurre, pero cuya sombra ya se cierne sobre todos.
La trama se despliega mostrando no solo la frialdad de quienes planean el sabotaje, sino también la complejidad de las relaciones humanas en medio de la ambición y la traición. Gabriel se muestra meticuloso, calculador y obsesionado con su objetivo, mientras María encarna la conciencia, la duda y la moral que cuestiona los límites de la ambición. Cada frase, cada gesto en esta conversación es un recordatorio de lo frágil que puede ser la vida humana y lo destructiva que puede resultar la codicia cuando se mezcla con la oportunidad.
Además, el plan para manipular los medidores de presión no es solo una acción técnica; es un símbolo de poder y control. La manera en que Gabriel describe la ejecución del sabotaje refleja un entendimiento profundo de la ingeniería de la fábrica y de los sistemas que la sostienen, pero también una desconexión emocional preocupante. La explosión que planea no es solo un accidente; es un mensaje silencioso de que el caos puede ser controlado, que incluso la destrucción puede ser calculada y utilizada como herramienta de poder.

Mientras tanto, María, aunque comprometida con el plan, no puede evitar sentir que algo podría salir mal. Sus dudas no solo son técnicas, sino éticas. La conversación deja entrever la delgada línea que separa la ambición de la imprudencia y cómo un pequeño error podría desencadenar consecuencias imprevisibles. Gabriel, confiado en su preparación y en la precisión del momento elegido, ignora los temores de su compañera, convencido de que el éxito del plan depende de su determinación absoluta.
El suspense se intensifica con cada frase. La audiencia sabe que la explosión, aunque planeada para causar solo daños materiales, es una apuesta arriesgada. La tensión dramática está en el aire: ¿y si algo sale mal? ¿Si alguien aparece inesperadamente? ¿Si los sistemas reaccionan de manera imprevista? Cada palabra de este diálogo sirve para mantener al espectador al borde del asiento, anticipando un evento que, aunque aún no ocurre, ya domina la narrativa.
Al final, la escena cierra con la sensación de que el destino de la fábrica, de los trabajadores y de los accionistas pende de un hilo. La planificación meticulosa de Gabriel, la complicidad de María y la sombra de la catástrofe inminente crean un episodio lleno de intriga, tensión y emoción. El espectador queda con la pregunta: ¿será capaz Gabriel de ejecutar su plan sin que nadie resulte herido? ¿Podrá la ambición convertirse en tragedia o solo en un movimiento estratégico perfecto? La sensación de peligro inminente envuelve toda la narrativa, dejando claro que en Sueños de Libertad, cada decisión puede alterar la vida de todos y que la traición, la codicia y la astucia caminan siempre de la mano.