La Promesa: Curro sacrifica amor; Beltrán desenmascara a Lorenzo

Curro sacrifica amor; Beltrán desenmascara a Lorenzo

Un amanecer gris cubría La Promesa, presagiando la tormenta que estaba a punto de desatarse. El viento recorría los jardines con un frío cortante, levantando hojas secas y arrastrando el susurro de secretos aún no revelados. Dentro del palacio, la tensión era casi tangible: cada habitación parecía contener un aliento nervioso, cada sombra albergaba un misterio, cada paso resonaba como advertencia.

Leocadia deambulaba por su despacho, la expresión rígida y las manos temblorosas, atrapada entre el miedo y la ambición. Cada tic-tac del reloj le recordaba que el tiempo se acababa y que Lorenzo de la Mata, su propio aliado en muchos crímenes, no toleraría que nadie le impidiera casarse con su hija Ángela. La mujer sabía que su vida y la de su hija estaban amenazadas, y solo una jugada desesperada podía salvarlas.

Fue entonces cuando llamó a Curro, el joven lacayo que amaba en secreto a Ángela. El encuentro fue tenso; la distancia entre ellos estaba marcada por la desconfianza acumulada durante años. Leocadia, con voz cargada de urgencia y un filo de crueldad, le reveló la terrible realidad: debía convencer a Ángela de casarse con Beltrán, un recién llegado, para protegerla de Lorenzo. La petición rompía a Curro por dentro: entregaría a la mujer que amaba a otro, pero sabía que era la única manera de salvarla de un destino peor.

La Promesa - Curro prepara todo para la huida

El joven sintió cómo su mundo se desmoronaba. El amor puro que sentía por Ángela se enfrentaba a la necesidad de sobrevivir, a la cruel decisión de renunciar a su felicidad para asegurar la seguridad de la mujer que lo llenaba todo. Leocadia, consciente del poder de Lorenzo y del capitán Valdés, dejó claro que incluso Alonso, el marqués, no podría interponerse contra ellos. Curro debía convertirse en el ejecutor de un sacrificio silencioso, un amor que se rendía ante la supervivencia de la amada.

Esa noche, la agonía acompañó a Curro mientras deambulaba por los terrenos, buscando consuelo entre los establos y los caballos, pero no hallando paz. El recuerdo de las palabras de Leocadia resonaba en su mente: “Eres un lacayo, un bastardo sin nombre… la arrastrarás al abismo contigo”. Su corazón se desgarraba al imaginar a Ángela unida a otro hombre, aunque también comprendía que permitir que Lorenzo se acercara a ella era un riesgo mortal. Su sacrificio se transformaba en un acto de amor silencioso, en una valentía que nadie más podía comprender.

Al amanecer, mientras el cielo comenzaba a teñirse de violeta y naranja, Curro vio a Beltrán acercarse. Con un nudo en la garganta y el corazón encogido, le confesó la terrible misión que Leocadia le había encomendado: salvar a Ángela persuadiéndola para casarse con Beltrán. Beltrán, lejos de mostrarse sorprendido, escuchó atentamente, evaluando la profundidad del sacrificio de Curro. Reconoció la nobleza de aquel amor dispuesto a renunciar a todo, y ofreció su apoyo: juntos encontrarían la manera de proteger a Ángela sin que Curro tuviera que perderla del todo.

Mientras tanto, Lorenzo se movía en las sombras, tramando la forma de eliminar a Beltrán y asegurar su dominio sobre Ángela. Con la complicidad del capitán Valdés, planeaba un “accidente” durante un paseo a caballo, asegurando que Beltrán no saliera con vida del peligroso acantilado. Sin embargo, la alerta y lealtad de Curro impidieron la tragedia. Descubrió la correa cortada de la montura y evitó el desastre, demostrando que la astucia y el amor podían contrarrestar la maldad calculada de Lorenzo.

El enfrentamiento final se produjo en el gran salón del palacio. Con todos los ojos sobre él, Beltrán acusó con firmeza a Lorenzo de intentar asesinarlo. Detalló cada prueba: la correa manipulada, el intento de accidente, la intención de eliminar a quien se interpusiera en su camino. La arrogancia de Lorenzo se desmoronó ante la evidencia y el respaldo de Alonso. Los guardias lo arrestaron, reduciendo su amenaza a cenizas, mientras Beltrán demostraba que no era un simple huésped, sino un inspector de la Guardia Real enviado a proteger la justicia y desenmascarar a los culpables.

El escándalo, sin embargo, no terminó ahí. Leocadia, cómplice involuntaria y forzada por el chantaje de Lorenzo, también quedó al descubierto. Sus fraudes y manipulaciones financieras, destinados a asegurar la riqueza y control sobre Ángela, salieron a la luz. La autoridad de Beltrán, respaldada por la evidencia y su placa real, selló el destino de ambos villanos: Lorenzo y Leocadia fueron expulsados de La Promesa, dejando tras de sí un silencio lleno de alivio, pero también de preguntas sobre el futuro.

La Promesa: Lorenzo golpea a Curro

Curro y Ángela se miraban desde lejos, conscientes de que su camino no sería fácil. El sacrificio de él y la intervención de Beltrán habían salvado a Ángela, pero su amor ahora debía enfrentarse a un mundo que parecía conspirar en su contra. Beltrán, antes de partir, tuvo un último encuentro con ella, asegurándole que, aunque él se iba, Curro seguiría siendo su protector, y que su lealtad y amor eran el verdadero escudo contra cualquier amenaza.

En un giro inesperado, Beltrán reveló a Alonso que la inminente vuelta de Cruz sería un desafío aún mayor. La mujer que todos creían derrotada había pasado años tejiendo alianzas y planeando su venganza. Su regreso prometía oscuridad, conspiración y peligros que pondrían a prueba a todos los habitantes de La Promesa. La calma conseguida tras la expulsión de Lorenzo y Leocadia era solo el preludio de una tormenta mucho más intensa.

Así, entre sacrificios silenciosos y lealtades reveladas, Curro y Ángela afrontaban un futuro incierto. La pasión y el amor se entrelazaban con el deber y la supervivencia, y mientras los vientos de traición se disipaban momentáneamente, la amenaza de Cruz se acercaba como un huracán invisible, dispuesto a cambiarlo todo. La historia de La Promesa continuaba, recordando que en un mundo de secretos y engaños, el amor verdadero no siempre es suficiente; a veces, la valentía y el sacrificio son las únicas armas capaces de protegerlo.