Sueños de Libertad “Andrés Entre La Vida Y La Muerte” Cap 418
🔥 “Sueños de Libertad: ¡El caos lo cambia todo! Begoña desafía la muerte mientras Andrés lucha por su vida” 🔥
El capítulo 418 de Sueños de Libertad promete ser uno de los más estremecedores de toda la serie. El silencio de la colonia De la Reina se rompe con una explosión brutal que sacude los cimientos de la fábrica y el destino de todos sus personajes. La onda expansiva lo arrasa todo, dejando tras de sí un escenario de destrucción y miedo. En medio del caos, Begoña no lo piensa dos veces: su instinto la empuja a correr hacia la sala de calderas, ignorando los gritos de Tacio que le ruega entre lágrimas que no se acerque. El riesgo de una segunda explosión es inminente, pero ella no escucha razones. Su corazón late más fuerte que el miedo.
Tacio, aterrado, decide seguirla junto a Ral, que no puede dejarla sola. El aire es irrespirable, el humo espeso y los escombros se amontonan como si el infierno mismo hubiera abierto sus puertas. Entre el ruido de las vigas cayendo y el olor a quemado, Begoña grita desesperada: “¡Basta ya! Soy más útil aquí que fuera”. Su voz, quebrada pero firme, refleja la mezcla de pánico y valentía que la impulsa a seguir buscando a los suyos. Los nombres de Gabriel, Andrés y Benítez resuenan en su mente como un eco de esperanza.
Poco después, Joaquín llega al lugar con el rostro pálido y la mirada desorbitada. Exige respuestas, quiere saber quiénes estaban dentro cuando ocurrió la explosión. Nadie tiene certezas, solo miedo. Los pocos que quedan en pie comienzan a remover los restos con las manos, hasta que la tragedia muestra su primer rostro: entre el humo, Popetación encuentra un cuerpo. Es Benítez. Su rostro, irreconocible, cuenta la brutal historia de lo ocurrido. Begoña se inclina, le toma el pulso y con un nudo en la garganta confirma lo impensable: Benítez está muerto. El dolor se apodera del grupo, pero no hay tiempo para lamentos.

Los segundos se vuelven eternos hasta que Gabriel aparece, cubierto de hollín, tosiendo, pero con vida. Sin embargo, Andrés no reacciona. Su cuerpo está inerte entre los escombros. Begoña grita pidiendo ayuda y pronto llegan las ambulancias, el sonido de las sirenas corta el aire como una plegaria. La escena en el hospital es caótica. Damián, Max y Marta corren desesperados preguntando por sus seres queridos. La tensión es insoportable. Begoña, aún temblando, les dice la verdad sin adornos: Gabriel está consciente, pero Andrés no ha despertado.
Mientras tanto, María no puede permanecer quieta. Ignora los ruegos de Tacio que intenta detenerla y corre hacia la fábrica, decidida a saber la verdad. En casa, los nervios se apoderan de todos. Manuela intenta calmar a María, pero sus palabras caen en el vacío. “No han llamado. No sabemos nada”, repite una y otra vez, como si intentar convencerse sirviera de algo. Entonces, Pelayo llega con el rostro desencajado. Con voz temblorosa, anuncia que Gabriel y Andrés fueron trasladados al hospital. La explosión los sorprendió dentro de la sala de calderas. María se derrumba. No puede contener el llanto. “No, por favor, dime que no va a morir”, suplica. Pelayo intenta ser prudente, pero su silencio lo dice todo. Andrés sigue sin despertar.
María, en shock, se niega a aceptar la realidad. “Esto no puede ser verdad… No puede morir”, repite una y otra vez. Su desesperación crece, y cuando Pelayo intenta razonar con ella, lo interrumpe: “Tengo que verlo. Tengo que estar con él”. Pelayo accede al fin, conmovido por su dolor. “Está bien, irás conmigo, pero primero debo hacer una llamada”, responde.
Ya en el hospital, Begoña y Damián aguardan noticias. Las horas se hacen eternas, los médicos no dan respuestas, y el silencio pesa más que las palabras. En medio de la incertidumbre, Damián se culpa en voz alta: “Lamento haber insistido tanto en que Luz llevara a María… pensé que sería lo mejor”. Pero Begoña intenta consolarlo: “No se culpe. Hizo lo correcto. María necesita descansar. Esto ha sido demasiado”.
De pronto, las puertas se abren. Un enfermero aparece acompañado por Gabriel, débil pero consciente. Begoña corre hacia él y lo abraza con lágrimas en los ojos. “Gabriel, mi amor…”, susurra. Damián lo observa con emoción contenida. “¿Cómo te sientes, hijo?”, pregunta. “Un poco desorientado, pero supongo que es normal después de todo”, responde él con voz frágil. “Me han dado analgésicos fuertes, pero… me siento afortunado de estar vivo”.
El ambiente se torna sombrío cuando Gabriel pregunta por los demás. Damián baja la mirada. “Benítez ha muerto”, dice finalmente Begoña con voz apagada. El silencio invade la habitación. Gabriel, atónito, murmura: “Fue un buen hombre… no merecía ese final”. Damián asiente con tristeza. “Leal, responsable. Siempre dio todo por los demás”.

Pero cuando Gabriel pregunta por Andrés, las miradas se cruzan sin respuesta. “Aún no sabemos nada”, confiesa Begoña al fin. “Lo operan… está muy grave”. Gabriel aprieta los puños, impotente. “Le insistí que saliera. No quiso. Quería arreglar la avería. No escuchó razones. No tiene sentido que yo esté aquí y él no”, dice con la voz rota. Begoña le toma la mano. “No digas eso. Hiciste lo que pudiste”. Damián, al borde del llanto, interviene: “Conozco a mi hijo. Nunca abandonaría a nadie. Prefirió arriesgar su vida antes que dejar a otros atrás”.
Horas después, Gabriel se recupera lo suficiente para recibir el alta al día siguiente. Pero la sombra de la tragedia sigue ahí. “No fue tu culpa”, le repite Begoña, aunque en su mirada se percibe un miedo oculto. Gabriel intenta sonreír, pero algo en él ha cambiado.
Mientras tanto, Damián finalmente entra en la habitación donde Andrés yace inconsciente. Las máquinas marcan el ritmo débil de su corazón. Toma su mano, con los ojos llenos de lágrimas, y le susurra: “¿Por qué, hijo? ¿Por qué tuviste que entrar ahí? Siempre sacrificándote por los demás… y ahora puedo perderte a ti también”. Luz entra suavemente. “Debería descansar, don Damián”, le aconseja. “No puedo. Quiero estar aquí cuando despierte”, responde él sin mirarla.
Ella se acerca, con el rostro serio. “No hubo cambios tras la operación. Eso es bueno… pero debemos ser realistas. Está en coma, y nadie puede saber cuánto durará”. Damián aprieta la mano de su hijo con fuerza, negándose a aceptar la posibilidad de perderlo. “Solo quiero que vuelva… que abra los ojos”, dice con la voz quebrada. Luz guarda silencio. No hay promesas posibles.
Fuera, amanece lentamente. El hospital sigue envuelto en un aire de tristeza y esperanza. María, agotada y con el alma rota, reza en silencio por el hombre que ama. En otra habitación, Gabriel mira al vacío, atormentado por la culpa de haber sobrevivido. Sueños de Libertad se sumerge así en uno de sus capítulos más intensos: un episodio donde la vida y la muerte se enfrentan en cada respiración, y donde el amor, la culpa y la esperanza se entrelazan en un solo grito desesperado por sobrevivir.