LA PROMESA – Manuel descubre que Enora es la hija encubierta de Leocadia y un secreto asusta a todos
Y en los próximos capítulos de la serie La promesa, Manuel revelará el motivo impactante por el cual Enora desapareció sin dar ninguna explicación
El ambiente se tornaba tenso en los próximos capítulos de La promesa, y Manuel estaba decidido a sacar a la luz un secreto que cambiaría todo. Frente a todos, no dudó en afirmar algo que haría temblar los cimientos del palacio: Nora no era quien parecía, sino la hija de Leocadia, y ambas habían estado tramando un plan oscuro para apoderarse del poder. Sin embargo, Manuel estaba decidido a poner fin a ese juego de mentiras de una vez por todas. La revelación provocó que Enora rompiera en llanto, suplicando perdón, mientras Leocadia negaba cualquier implicación. Pero la verdad ya había quedado expuesta, y las dos villanas estaban a punto de recibir uno de los castigos más severos de toda la serie.
Manuel había llegado al hangar temprano, con las manos manchadas de grasa y una expresión cargada de preocupación. La desaparición de Nora resultaba demasiado sospechosa para ser ignorada, y estaba convencido de que Toño estaba ocultando algo importante. Toño, hasta entonces concentrado en ajustar una pieza, se detuvo y permaneció en silencio unos segundos, intentando que la duda se disipara por sí sola, pero no lo logró. Esta vez, Toño se mostró sincero: “Estoy de acuerdo contigo, Manuel. Tal vez sea hora de cancelar la boda. No puedo unirme a una mujer que desaparece así sin explicación y vuelve como si nada hubiera pasado”.

Manuel cruzó los brazos, satisfecho de que Toño empezara a ver la gravedad de la situación. Toño intentó justificarse, pero Manuel fue firme: debía interrogar a Enora cuando regresara, mirarla a los ojos y exigirle la verdad sobre dónde había estado, con quién y por qué. Si mentía, Manuel estaba decidido a desenmascararla, porque la verdad nunca se oculta tras silencios convenientes. Toño asintió, consciente de que, si descubría que Enora lo había engañado, aquella historia terminaría ese mismo día.
Al día siguiente, Enora apareció con el cabello despeinado y la ropa arrugada. Intentó ocultar su malestar, pero Toño notó de inmediato que algo no cuadraba. La confrontación fue inevitable. “Así que decidiste aparecer”, le dijo con un tono más duro de lo que ella esperaba. Enora respondió evitando su mirada, diciendo que necesitaba tiempo, pero Toño insistió: desaparecer por días sin aviso no era simplemente “tiempo”. Cuando ella intentó explicar que estuvo en casa de una amiga para descansar, Toño reveló que alguien la había visto con una maleta en el camino, lo que evidenciaba que no estaba diciendo toda la verdad.
El diálogo se volvió cada vez más tenso. Toño acusó a Enora de mentir y de dar respuestas ensayadas, mientras ella fingía sorpresa y negaba con insistencia. Cada palabra y cada gesto aumentaban la desconfianza, y el silencio de Enora se volvió su confesión más elocuente. Toño, aunque todavía intentando mantener la calma, dejó entrever que su confianza estaba rota. Sin embargo, después de unos momentos de tensión, decidió darle una oportunidad: la confianza también necesitaba respirar, y quizá él había asfixiado demasiado lo que sentía. Enora, aliviada, se acercó, pero el contacto entre ellos fue frío, calculado; Toño observaba, no sentía.
Una vez sola, Toño permitió que la máscara cayera. Su alivio fingido se transformó en amarga certeza: su corazón había sido engañado ante sus propios ojos. Manuel, que había observado todo desde el hangar, se acercó y Toño confesó que había fingido creerle a Enora para ver hasta dónde llegaría la mentira. Manuel, satisfecho, le recordó que la verdad, aunque a veces tardía, siempre llega. Toño asintió, consciente de que la próxima vez que Enora mintiera, ya no habría lugar para la duda.
El día siguiente amaneció con Toño abriendo la ventana de su habitación, respirando el aire fresco de la mañana, pero sin hallar paz. Los recuerdos de Enora regresaban a su mente en flashes: su mirada fría, las pausas largas, las respuestas ensayadas. Bajó las escaleras decidido a observar antes de actuar. Desde el patio, vio a Enora caminando sola por los jardines, tranquila, demasiado tranquila para alguien que había mentido horas antes. Al seguirla en silencio, Toño notó la aparición de Leocadia, cubierta con un chal oscuro, su rostro firme y enigmático.
Las dos conspiradoras se encontraron tras los rosales, y Toño, oculto, sintió cómo su sangre hervía al escuchar la conversación. Leocadia ordenaba seguir con el plan para deshacerse de Manuel y Alonso, eliminando los obstáculos que impedían que todo el poder quedara en sus manos. Enora vaciló al confesar su afecto por Manuel, pero Leocadia fue tajante: ningún heredero, ningún amor que interfiriera con la ambición. Toño, atónito, comprendió que estaba presenciando la extensión de una traición que superaba todo lo que había imaginado.
Corrió al hangar para informar a Manuel. Le relató todo lo que había visto y escuchado: Enora y Leocadia conspiraban juntas, planeaban apoderarse del poder, y todo parecía meticulosamente calculado. Manuel, incrédulo al principio, pronto comprendió la gravedad de la situación. Las llamadas misteriosas, las desapariciones, los documentos falsificados y las rutas de transporte de armas cobraban sentido ante aquella revelación. Decidieron tender una trampa y desenmascarar a las villanas delante de todos.
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Horas más tarde, el salón principal del palacio fue preparado para la reunión. Alonso, intrigado, atendió la convocatoria de Manuel, quien justificó la reunión como urgente por asuntos de aviación. Enora y Leocadia llegaron, desprevenidas. Manuel comenzó a revelar la verdad, con Toño apoyándolo: acusó directamente a las dos mujeres de conspirar para deshacerse de Manuel y del propio marqués. Lóe apareció con una carpeta de documentos que Enora había olvidado en el hangar, incluyendo informes falsificados, cartas con el sello de Leocadia y notas sobre transporte de armas.
Alonso, atónito, vio los documentos. Leocadia intentó negarlo, pero las pruebas eran irrefutables. Burdina entró con guardias y confirmó que todo era verdadero: las firmas coincidían con las de Leocadia, y el plan había sido real. Entre gritos y lágrimas, Enora y Leocadia fueron llevadas, mientras Toño, exhausto, cerraba los ojos y Manuel permanecía en silencio. Alonso agradeció a Manuel por salvar el palacio, y Toño, aún conmovido, comprendió que el amor ciego era tan peligroso como la mentira.
El silencio que quedó después fue casi cruel, un peso que recordaba lo sucedido. Toño permaneció en el patio, con la mirada fija en el suelo, mientras Manuel se acercaba para ofrecerle consuelo. Toño, con la voz temblorosa, confesó que todavía amaba a Enora, a pesar de las mentiras y traiciones. Manuel le recordó que ella eligió su camino, y que él no debía culparse por lo que había decidido. La serie nos deja con la promesa de que, en los próximos capítulos, la verdad y la justicia se impondrán, y que las traiciones más oscuras no quedarán sin castigo.