La Promesa, avance del capítulo 700: Leocadia y la carta perdida: el misterio que lo cambia todo

Leocadia y la carta perdida: el misterio que lo cambia todo

El capítulo 700 de La Promesa llega con la intensidad de una tormenta silenciosa que amenaza con destruir los cimientos del palacio. Bajo el brillo engañoso del sol de octubre, cada rincón de la finca esconde un secreto, cada mirada es una trampa, y cada palabra pronunciada lleva el peso de una mentira. El equilibrio que sostiene a señores y criados pende de un hilo invisible, y ese hilo, una vez más, lo sostiene Leocadia, la mujer cuya sombra se extiende sobre todos como un presagio.

La desaparición de la carta de Catalina lo cambia todo. Adriano, herido por las verdades que esa misiva contenía, confía en Leocadia con la esperanza de esclarecer el misterio que lo atormenta. Pero su ingenuidad será su perdición. Le entrega el sobre para que un supuesto detective investigue la procedencia de las palabras de Catalina, sin saber que está poniendo en manos de la más peligrosa de las damas la llave de su propia ruina. Leocadia recibe la carta con su sonrisa más serena, mientras en sus ojos brilla el reflejo del poder que acaba de ganar.

En cuanto Adriano se aleja, ella actúa. Rasga el sobre con frialdad, lee las líneas temblorosas de arrepentimiento y amor de Catalina, y comprende que aquello es más que una simple confesión: es un arma. Una pieza que puede usar a su favor cuando todo lo demás falle. Sin un temblor en las manos, acerca el papel a la llama de una vela y observa cómo la tinta se convierte en humo. La historia de Catalina y Adriano se consume ante sus ojos, y con ella, cualquier posibilidad de redención.

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Pronto, el rumor de la desaparición corre por los pasillos. Todos los caminos conducen a una sola sospechosa: Leocadia. Pero nadie se atreve a señalarla directamente. Su rostro de matrona intachable y su control sobre los suyos siguen siendo su mejor escudo. Lo que pocos saben es que, detrás de esa fachada, su mente no descansa. Planea, manipula, y mueve las piezas como una experta ajedrecista, sacrificando corazones ajenos en su tablero de ambición.

Uno de esos peones es Curro, su hijo. Un joven atrapado entre la devoción y la culpa, que se convierte en víctima involuntaria del retorcido juego de su madre. Ella lo empuja a convencer a Ángela de aceptar un matrimonio con Beltrán Azcárate, un recién llegado de intenciones tan turbias como su sonrisa amable. Para Leocadia, la boda es una oportunidad de asegurar el futuro de su hija bajo su control. Para Curro, es una condena.

El encuentro entre los dos jóvenes en la biblioteca es un duelo de emociones. Curro, con la voz quebrada, le pide a Ángela que se case con otro hombre para salvarse de Lorenzo. Ella, incrédula, lo mira como si no lo reconociera. Las palabras del joven son puñales: “Lo hago por ti”. Pero Ángela, con el corazón hecho añicos, comprende la verdad. Esa idea no nació de Curro, sino de Leocadia. Una vez más, su madre está tirando de los hilos, usando al amor como instrumento de manipulación. La furia y el dolor se apoderan de ella, y la distancia entre ambos se convierte en un abismo imposible de cruzar.

Curro, devastado, busca refugio en Pía, la única persona capaz de ofrecerle consejo sin juzgarlo. Le confiesa todo, desde las órdenes de Leocadia hasta la reacción de Ángela. Pía escucha, y sus palabras son tan suaves como implacables. “El amor no se demuestra destruyéndose a uno mismo”, le dice. Le advierte, además, que el tal Beltrán ha aparecido demasiado oportunamente, y que quizás el plan de Leocadia esconde un propósito aún más oscuro. La duda cala en el corazón de Curro: ¿ha puesto a Ángela en un peligro mayor del que intentaba salvarla?

Mientras las sombras se ciernen sobre los señores, en las cocinas un hilo de esperanza se enciende. Vera, tras semanas de distancia y frialdad, recibe una carta de su hermano Federico. Sus palabras son un soplo de aire nuevo: le habla de perdón, de segundas oportunidades, de no dejar que el pasado dicte el presente. Ese mensaje reaviva algo en ella. Comprende que ha estado castigando a Lope por heridas que no eran suyas.

Impulsada por el arrepentimiento, lo busca. Lo encuentra entre cazuelas y especias, con el rostro cansado y el corazón desgastado. Sin decir palabra, lo besa. Es un beso que cierra una herida, que devuelve la vida donde solo había silencio. “Mi presente eres tú”, le susurra. En medio de los secretos y la desconfianza, su amor renace como una promesa de que aún hay luz en los rincones de La Promesa.

Pero no todos los regresos traen consuelo. Petra, recién recuperada del tétanos, desciende por primera vez de su habitación con la ilusión de hallar afecto en los rostros de quienes rezaron por su vida. Su esperanza se rompe en mil pedazos cuando el silencio la recibe como un muro. Santos y Samuel le dejan claro que la compasión no borra el pasado. Las heridas que ella causó siguen abiertas, y ningún milagro médico podrá cerrarlas. Petra, que había rozado la muerte, se da cuenta de que sigue más sola que nunca, viva en cuerpo pero muerta en alma.

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Entre tanto, Pía vuelve a ejercer su instinto protector. Nota en María Fernández algo extraño: su palidez, su fatiga, sus repentinos mareos. La enfrenta con tacto, pero la reacción de la doncella la traiciona. La negación de María es tan vehemente que solo confirma la sospecha. Pía no insiste, pero sabe que la joven oculta algo. ¿Un embarazo? Y si es así… ¿de quién? La pregunta flota en el aire como una sombra, presagiando un escándalo que podría sacudir a toda la casa.

En el hangar, el corazón de La Promesa late con una tensión distinta. Manuel, aún desconfiado de Enora tras el misterioso asunto de los planos, la pone a prueba sin que ella lo sepa. Y lo que descubre lo deja sin aliento: la mujer que fingía cojear se levanta con naturalidad, sin muleta, sin dolor. Su farsa queda al descubierto en un instante. Enora, atrapada por su propio engaño, intenta justificar lo imposible, pero Manuel ya no escucha. Su voz, helada, corta el aire: “Qué rápida recuperación. Un verdadero milagro”. La traición es evidente, y con ella, la certeza de que Enora es mucho más peligrosa de lo que parecía.

Cuando cae la noche sobre los campos dorados de Los Pedroches, el silencio del palacio es solo apariencia. Bajo los techos de piedra, los secretos hierven. Una carta quemada, una promesa rota, una mentira desenmascarada… Todo se mezcla en una red de engaños que amenaza con colapsar en cualquier momento.

Leocadia, desde la penumbra de su habitación, observa la llama de una vela y sonríe. Nadie sospecha hasta qué punto sus manos están manchadas de verdad. Nadie imagina cuántas vidas se han torcido por un simple sobre desaparecido. Pero en La Promesa, nada permanece oculto para siempre. Y cuando la verdad emerja, el precio será más alto de lo que cualquiera pueda pagar.