Sueños de Libertad “Secretos Descubiertos” Capítulo 421

“Sueños de Libertad 421: La rabia de Begoña y la mentira de María encienden una guerra sin retorno”

El nuevo capítulo de Sueños de Libertad comienza con un estallido de emociones contenidas que amenaza con romper la frágil calma de la colonia. En el dispensario, Begoña irrumpe con el rostro endurecido y la mirada encendida. Viene directamente desde la mansión de los De la Reina, donde Damián, casi sin pensarlo, le ha revelado algo que la deja paralizada: María ha recuperado la sensibilidad en las piernas. Esa noticia, que debería ser motivo de alegría, se convierte en una daga que atraviesa la confianza de Begoña hacia Luz. La doctora, siempre tan transparente, no le había dicho nada.

Luz la recibe con serenidad, sin imaginar la tormenta que se aproxima. Con su tono habitual, le pide un favor trivial, pero el aire entre ambas ya está cargado de tensión. Begoña responde con una ironía afilada. Luz nota el cambio de tono y pregunta, sin saber si teme la respuesta: “¿Qué pasa?” La réplica llega como un disparo: “No lo sé, dímelo tú.” Esa frase, seca y amarga, es el inicio de un enfrentamiento que ambas sabían que tarde o temprano llegaría.

Luz intenta mantener la calma, pero la verdad ya flota entre ellas. Sí, María ha empezado a sentir las piernas, algo que, médicamente, parecía imposible. “Ha sido muy reciente”, explica Luz con prudencia. Pero las palabras de consuelo solo alimentan la furia de Begoña, que se siente traicionada. “¿Por qué no me lo contaste? ¿Por qué ocultármelo?” La doctora intenta justificarse: no quería añadir más dolor a una mujer que ya sufre viendo a Andrés debatirse entre la vida y la muerte. Sin embargo, nada logra apaciguar la ira de Begoña, que estalla: “María nos ha engañado desde el principio.”

Avance semanal de 'Sueños de libertad': el embarazo de Begoña en peligro  tras un enfrentamiento con María (del 20 al 24 de octubre)

Luz intenta frenar la avalancha de acusaciones. Le asegura que María ha sido examinada por tres neurólogos, que todos coinciden en su diagnóstico, que no puede caminar. Pero Begoña no cede. Recuerda sonidos en su habitación, pasos en la noche, zapatos manchados que Julia vio. Para ella, cada detalle encaja en un rompecabezas siniestro: María ha fingido. Luz, agotada, le pide que se serene, que no diga cosas sin pruebas, pero Begoña ya no escucha razones. “¿Y qué sugieres entonces? ¿Un milagro?”, lanza con sarcasmo. Luz, profesional, menciona la posibilidad médica de una mielitis transversa, una enfermedad reversible, pero sus palabras se pierden en la tormenta emocional que consume a su interlocutora.

En un momento de lucidez, Begoña deja ver lo que de verdad la mueve: no es solo desconfianza, es miedo. “Lo ha hecho por Andrés”, confiesa con voz quebrada. “Sabe que jamás la habría dejado si seguía postrada.” Luz intenta razonar, recordándole que María no gana nada fingiendo ahora, cuando Andrés está en coma, pero Begoña no lo acepta. “Quiere atención, compasión… No lo sé, Luz. Pero la conozco. Y cuando María quiere algo, lo consigue.”

Mientras tanto, en el hospital, Tasio permanece junto a la cama de su hermano. El silencio del cuarto solo se rompe con el pitido constante del monitor. Andrés yace inmóvil, conectado a las máquinas que lo mantienen con vida. Tasio le toma la mano con ternura y deja que la voz le tiemble al hablar: “Hermano, sal de esta. Te necesitamos. Yo te necesito.” Entra Damián, exhausto, con el rostro envejecido por la pena. Se queda escuchando unos segundos antes de acercarse. Ambos hombres comparten el mismo cansancio, la misma impotencia.

La conversación entre padre e hijo se llena de confesiones que duelen. Tasio teme no estar a la altura, siente que pudo evitar la tragedia, que debió sacar a todos antes de la explosión. Damián lo detiene, firme pero cariñoso. “No cometas el mismo error que cuando murió tu madre. No cargues con culpas que no te pertenecen.” Tasio, entre lágrimas, insiste: “Esta vez sí fue mi responsabilidad.” Pero Damián le recuerda que Andrés conocía los riesgos y que su valentía fue una elección, no un sacrificio impuesto. La escena culmina con un abrazo silencioso, en el que ambos hombres entienden que la fuerza no siempre está en resistir, sino en perdonarse.

Mientras el dolor sacude el hospital, en la mansión De la Reina el ambiente es más venenoso que nunca. María, en su silla de ruedas, disfruta de una aparente tranquilidad cuando la puerta se abre bruscamente: Begoña ha llegado. La tensión se palpa desde el primer cruce de miradas. “He venido a hablar contigo”, dice con voz helada. María responde con falsa cortesía, fingiendo sorpresa. “Ah, pensaba que estarías en el dispensario.” Begoña no cae en su juego. “Ya me han dado la buena nueva. Qué milagro tan conveniente, ¿no?”

María sonríe, serena, con esa expresión que siempre oculta más de lo que muestra. “Sí, un milagro. He rezado tanto que Dios, al fin, se ha apiadado de mí.” Pero Begoña no cree en milagros, y mucho menos en los de María. “¿Desde cuándo puedes sentir las piernas?”, le lanza directamente. María la enfrenta sin pestañear: “Desde el día de la explosión.” La respuesta solo aviva la sospecha. “Mientes, María. Llevas mintiendo demasiado tiempo.”

La tensión crece. María intenta mantener la compostura, pero las palabras de Begoña la atraviesan: “Así podrías mantener a Andrés a tu lado. Fingir una invalidez sería la excusa perfecta para retenerlo.” La viuda responde con orgullo herido: “¿De verdad crees que soportaría esta condena solo por él? No me conoces.” Pero Begoña no se detiene. “Sí te conozco. Has fingido embarazos, abortos, incluso hiciste creer a todos que Andrés era padre de un hijo que no era suyo. Nada te detiene cuando se trata de manipular.”

Avance 'Sueños de libertad': Begoña, aterrada ante la posibilidad de perder  a Andrés, en el capítulo 418 (20 de octubre)

María pierde por un momento su calma. “¡Basta ya!” exclama, con la voz cargada de furia. Pero Begoña continúa implacable, recordándole cada mentira, cada engaño. María entonces cambia de estrategia. Habla con frialdad, casi con un toque de crueldad. “¿Y crees que inventaría las heridas que tengo en la espalda? ¿Las llagas de pasar días sentada? ¿Las varices de no poder moverme? ¿Quieres que te las muestre?” La pregunta flota entre ambas como un golpe bajo. Begoña no responde, pero su silencio no es rendición: es incredulidad.

María, con un suspiro cansado, remata la conversación: “El odio te ha vuelto loca, Begoña. Me das lástima.” Se aparta lentamente, rozándola al pasar, y deja tras de sí un aire gélido, el mismo que precede a las tormentas.

Cuando la puerta se cierra, Begoña queda inmóvil, sola, mirando el suelo. Todo su cuerpo tiembla, pero no de miedo, sino de certeza. En su interior sabe que María miente. Y aunque nadie más lo crea, está dispuesta a demostrarlo, cueste lo que cueste.

Así concluye el capítulo 421, un episodio marcado por la desconfianza, el dolor y la lucha entre la verdad y la manipulación. La línea entre la víctima y la culpable se vuelve más difusa que nunca, y la tensión entre Begoña y María promete alcanzar su punto más alto. La guerra ha comenzado, y solo una de las dos podrá salir ilesa.