La Promesa: Curro vs Leocadia: el disparo que hunde a Lorenzo
Curro vs Leocadia: el disparo que hunde a Lorenzo
En La Promesa, la tensión alcanza su punto más crítico. Leocadia, con su frialdad habitual y mirada calculadora, presiona a Curro para que elimine a Lorenzo, colocándole un revólver en las manos y ofreciéndole poder, respeto y la oportunidad de cambiar su destino. Sin embargo, Curro no cede. Su corazón está dividido entre la lealtad, la justicia y un amor que aún no se atreve a confesar. Sabe que un solo disparo podría resolver todos los problemas, pero también que la sangre de Lorenzo en sus manos marcaría un antes y un después irreparable en su vida.
El sol de la tarde caía pesado sobre La Promesa, mientras el aire del palacio parecía espesarse con cada secreto no dicho. Curro recorre los pasillos alfombrados, cada paso resonando como un recordatorio de la encrucijada que enfrenta. Su rostro joven y lleno de rebeldía ahora se muestra sombrío; sus puños apretados revelan la lucha interna entre su miedo, su odio y su necesidad de hacer lo correcto. Las palabras de Leocadia, grabadas en su mente, pesan como una sentencia: “Necesitas actuar, Curro. Lorenzo es un obstáculo que debe desaparecer.”
Horas antes, la gran dama lo había convocado con discreción, usando a una doncella para evitar ser vista. Lo encontró sentada al borde de la cama, elegante y severa, con su cabello oscuro recogido y su mirada gris, acerada y carente de emoción. Con voz baja y autoritaria, le explicó que Lorenzo representaba un peligro para todos, especialmente para Ángela, y que era su responsabilidad eliminarlo. Curro, paralizado por el terror y el rechazo, se negó. No podía convertirse en un asesino, no podía ensuciar sus manos ni traicionar su conciencia. Leocadia insistió, reforzando su argumento con recuerdos de humillaciones pasadas y amenazas veladas: la vida le había empujado al barro, y ella le ofrecía una escalera para ascender.

Durante días, Curro lucha con la decisión. Trata de ahogar la voz de Leocadia en el trabajo, en los establos y en las tareas más duras, pero las palabras de ella persisten en su mente, como un eco que no puede silenciar. Por las noches, las pesadillas lo asaltan: la risa cruel de Lorenzo, el desprecio de su padre, y el revólver reluciente flotando frente a sus ojos. Aun así, resiste, recordándose que no puede ceder al juego de Leocadia. No puede transformarse en aquello que odia. Sin embargo, el tiempo no espera: la boda de Ángela y Lorenzo se acerca, y la presión aumenta con cada hora que pasa.
Una mañana gris, Curro es llamado nuevamente a la habitación de Leocadia. Esta vez, la mujer aparece vestida de negro, rígida y amenazante, mostrando una determinación aterradora. Sin esperar respuesta, Leocadia abre un cajón y revela el revólver plateado: elegante, mortal y destinado a ser la solución a todos los problemas. Curro lo mira, paralizado. El metal refleja su miedo y la magnitud de lo que se le pide. Leocadia le promete que nadie descubrirá nada, que el acto será considerado un accidente, y que él finalmente obtendrá el reconocimiento y el poder que le han sido negados.
Pero Curro se niega a ser cómplice. Devuelve el arma, con una decisión firme que transforma su miedo en determinación. Ha comprendido que Leocadia no es su aliada, sino su enemiga, alguien dispuesta a usar su codicia y su odio como arma. Decide entonces trazar un plan diferente: enfrentar a los monstruos entre sí. Aprovechar la arrogancia de Lorenzo y la maldad de Leocadia para proteger a Ángela y mantenerse limpio de sangre injusta. Por primera vez en días, su mente encuentra claridad y calma. No será un peón pasivo; será un actor en la sombra, moviendo las piezas sin perder su humanidad.
Al día siguiente, la calma del palacio es solo aparente. Lorenzo, confiado en su despacho, revisa los documentos del matrimonio, ajeno al peligro que se cierne sobre él. Curro entra, decidido, y le advierte del plan de Leocadia. El conde, sorprendido y primero incrédulo, luego serio y calculador, comprende que la gran dama no es solo peligrosa, sino desesperada. Por primera vez, siente un respeto cauteloso hacia el muchacho que siempre ha despreciado. Los dos hombres, conscientes del juego de poder que los rodea, comienzan a medir fuerzas. Curro ha elegido advertir a Lorenzo, evitando convertirse en asesino, y al mismo tiempo frustrando los planes de Leocadia.

En un enfrentamiento final, Leocadia decide actuar por sí misma, sacando el revólver y disparando. El golpe es brutal y definitivo: Lorenzo cae, dejando tras de sí un rastro de sangre y una carta manchada que amenaza con revelar años de crímenes y secretos ocultos. La carta detalla la verdad de la culpabilidad de Leocadia en antiguos asesinatos y su manipulación de todos a su alrededor, dejando constancia de cada crimen y plan oculto. La bomba estalla: la Guardia Civil llega, el revólver es encontrado, y el cerco se cierra sobre la villana. Curro, ahora testigo de la caída de quien lo manipuló, observa cómo Leocadia es arrestada.
La tragedia deja cicatrices profundas en La Promesa. La muerte de Lorenzo, la revelación de secretos y la condena de Leocadia transforman para siempre la vida de quienes quedan. Sin embargo, en medio de la devastación, surge un atisbo de esperanza. Curro se encuentra con Ángela junto al lago, ambos heridos por la pérdida y el dolor, pero conectados por un entendimiento silencioso. Sus manos se entrelazan, un gesto simple que simboliza la posibilidad de un nuevo comienzo, de reconstruir lo que la ambición y la maldad intentaron destruir.
Así, La Promesa respira de nuevo, aunque las heridas del alma persisten. La justicia ha sido servida, los culpables enfrentan sus consecuencias, y los sobrevivientes comienzan a hallar un camino entre la oscuridad y la esperanza. Curro ha tomado su decisión: no convertirse en un monstruo para luchar contra otro, pero tampoco permitir que el mal triunfe. Entre el dolor, la culpa y la incertidumbre, surge una nueva promesa de vida, amor y redención, mientras la mansión recobra, lentamente, la tranquilidad que un día conoció.