La Promesa – Avance del capítulo 701: Ángela desafía a Leocadia mientras Enora desaparece otra vez

Ángela desafía a Leocadia mientras Enora desaparece otra vez

El martes en La Promesa, la calma aparente del palacio se rompe en mil pedazos cuando la traición, la culpa y el dolor se entrelazan en una jornada que marcará un antes y un después. Todo comienza con la desaparición inexplicable de la carta de Catalina, ese documento que contenía una verdad capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos. Pero lo que al principio parece un simple extravío pronto se revela como una maniobra calculada. Adriano, abrumado por la angustia, pasa la noche en vela buscando la carta entre papeles, cajones y libros, mientras la sospecha comienza a corroerlo por dentro. Cada mirada se convierte en una amenaza, cada sombra en un posible ladrón. La carta no era solo un papel, sino la clave para desentrañar una red de engaños, y ahora, su ausencia pesa como una condena.

Mientras tanto, en los pasillos del servicio, se respira un aire diferente. Petra, aún débil tras su enfermedad, sorprende a todos al convocar una reunión. El personal se congrega con expectación, acostumbrado más a sus órdenes duras que a discursos emotivos. Pero esta vez, Petra no habla como supervisora, sino como mujer. Con voz temblorosa y una sinceridad poco habitual, agradece a todos los que la cuidaron durante su convalecencia. Sus palabras, cargadas de humildad, desarman a los presentes. Pide perdón por su dureza, reconoce su deuda con ellos y, por un instante, el muro de frialdad que siempre la había separado del resto se resquebraja. Pía asiente con respeto, Rómulo mantiene su compostura pero deja ver una chispa de aprobación, y hasta María Fernández no puede evitar secarse una lágrima. Nadie lo dice en voz alta, pero algo cambia en esa habitación: Petra, la mujer de hierro, ha mostrado su alma.

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Mientras en un rincón del palacio brota un atisbo de humanidad, en otro, el amor intenta sobrevivir a la melancolía. Lope, más enamorado que nunca de Vera, decide sorprenderla con una cena íntima. Quiere devolverle la sonrisa, ahuyentar esa tristeza invisible que ella intenta ocultar tras su serenidad. En la cocina, prepara con esmero cada plato, no como cocinero, sino como un hombre que pone el corazón en cada gesto. Decora un pequeño rincón con velas y una flor solitaria, creando un refugio en medio del caos. Para Lope, esa cena no es solo una velada romántica, sino una forma de decirle sin palabras que la ve, que la entiende, que está dispuesto a curar sus heridas con amor y paciencia.

Pero la paz dura poco en La Promesa. Enora, la mujer de las mentiras, ve cómo su mundo se derrumba cuando su engaño queda expuesto. Un solo paso en falso, un descuido que la delata: su cojera fingida desaparece ante los ojos de todos. El silencio que sigue es más cruel que cualquier grito. Toño la mira con incredulidad, y esa mirada basta para destruirla. La vergüenza la consume, y sin pensarlo, huye. Sus pasos resuenan por los pasillos, dejando atrás un rastro de decepción y desconfianza. Toño, paralizado, siente cómo su alma se quiebra. Se da cuenta de que todo ha sido una farsa y que él, movido por la compasión, ha sido su víctima. La culpa se apodera de él con una fuerza devastadora. Se culpa no solo por haber sido engañado, sino por haber arrastrado a Manuel, su amigo, a las consecuencias de sus errores. Se encierra en sí mismo, roto, convencido de que todo lo que toca lo destruye.

Y mientras Toño se hunde en la desesperación, otro secreto sale a la luz, uno aún más explosivo. Curro, incapaz de seguir callando, decide contarle a Ángela la verdad sobre su madre. La busca en los jardines y, con el corazón encogido, le revela lo que durante tanto tiempo se ha mantenido oculto: su compromiso con Beltrán no fue obra del destino, sino una manipulación calculada por Leocadia. Ella movió los hilos, destruyendo el amor de Ángela con el capitán de la Mata para forzarla a casarse con un hombre que garantizara prestigio y estabilidad.

La reacción de Ángela es inmediata. Primero incredulidad, luego rabia. Todo encaja: las presiones, las críticas, los silencios incómodos. Sin esperar más, irrumpe en el cuarto de su madre. La enfrenta con una furia que no puede contener. “¿Cómo has podido?” le grita, mientras Leocadia, fingiendo calma, intenta justificarse con su eterno argumento: “Lo hice por tu bien”. Pero Ángela ya no es la niña obediente. Le arroja en la cara la verdad: no lo hizo por amor, sino por orgullo, por ambición. Las palabras de la joven resuenan en la habitación como golpes de martillo. Por primera vez, se planta frente a su madre, reclamando su derecho a decidir su propio destino.

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El enfrentamiento entre ambas es tan intenso que parece hacer temblar los muros. Leocadia intenta mantener su autoridad, pero el control se le escapa. Ángela, con lágrimas de rabia, le deja claro que ya no permitirá más manipulaciones. “Mi vida no te pertenece”, le dice, y con esas palabras, rompe las cadenas invisibles que la habían atado durante años. Sale del cuarto dejando a su madre sola, herida en su orgullo, pero lejos de reflexionar, Leocadia reacciona con una frialdad aterradora. Decide que si su hija no comprende lo que es mejor para ella, tendrá que imponerlo por la fuerza.

Poco después, se reúne con Beltrán en la biblioteca. Su tono no admite réplica: le propone un nuevo pacto, uno que asegure el matrimonio sin importar los sentimientos de Ángela. Le habla con una franqueza escalofriante, dejando claro que está dispuesta a todo con tal de no perder el control. Beltrán la escucha en silencio, atónito ante la magnitud de su audacia. Sabe que aceptar significaría traicionar la poca decencia que le queda, pero negarse podría convertirlo en su enemigo. La tensión entre ambos se palpa en el aire, y el destino de Ángela pende de un hilo.

Mientras todo esto sucede, el misterio de la carta de Catalina da un giro inesperado. Justo cuando Adriano cree haberlo perdido todo, la encuentra… en el lugar más insospechado: entre las páginas de un viejo libro de contabilidad en la oficina de Petra. El alivio inicial se convierte en desconcierto. ¿Qué hacía allí? ¿Fue Petra quien la escondió o alguien intentó incriminarla? Las preguntas se multiplican, y el hallazgo, lejos de traer respuestas, abre un nuevo capítulo de sospechas y traiciones.

El día termina con el sol tiñendo el cielo de tonos anaranjados, pero dentro de La Promesa reina la oscuridad. Las verdades han salido a la luz, pero el precio ha sido alto. Ángela ha perdido la fe en su madre, Toño se ahoga en su culpa, y Adriano comprende que la paz es una ilusión en una casa donde cada secreto parece tener vida propia. La noche cae sobre el palacio, y con ella, una sensación de que nada volverá a ser igual. Porque en La Promesa, cada verdad descubierta no libera… sino que encadena aún más a quienes se atreven a enfrentarla.