ALONSO ROTO ENTRE CATALINA Y MANUEL || CRÓNICAS de #LaPromesa #series

El marqués Don Alonso de Luján siempre ha sabido navegar en aguas turbulentas. A lo largo de La Promesa lo hemos visto lidiar con conspiraciones políticas, con enemigos declarados e incluso con secretos familiares que parecían imposibles de sobrellevar. Sin embargo, en este tramo de la historia el conflicto no viene de fuera, no es producto de un adversario infiltrado ni de la marquesa conspirando desde la sombra. Esta vez, las grietas nacen en su propia casa, en la sangre de sus hijos Catalina y Manuel, que con sus decisiones han puesto al patriarca entre la espada y la pared.

Lo interesante de este episodio es que no se trata de un simple desencuentro generacional. No estamos frente a un padre que no entiende a sus hijos. Aquí lo que vemos es un auténtico terremoto emocional y político que amenaza con derrumbar los cimientos de los Luján. Catalina y Manuel, desde caminos distintos, han tomado las riendas de sus vidas. Sus elecciones son valientes, legítimas y necesarias… pero también arriesgadas. Y para Alonso, que siempre ha intentado mantener un delicado equilibrio entre tradición y estabilidad, lo que está a punto de ocurrir lo sobrepasa.

Catalina, la hija rebelde que se convierte en líder

Catalina nunca fue una dama de salón ni de bordados, aunque su padre lo quisiera así. Desde que tomó las riendas de la hacienda junto a su esposo Adriano, su mirada estuvo puesta en la justicia social. Elevó los sueldos de los jornaleros, consiguió el respeto y cariño de los trabajadores, y en paralelo, la enemistad de buena parte de la nobleza. Para los poderosos, su actitud era casi una afrenta; para los más humildes, una esperanza.

El detonante llega con el barón de Valladares, personaje soberbio y prepotente, que exige dar marcha atrás en esas mejoras y no se cansa de insultar a Catalina y a su marido, al que nunca ha considerado digno por haber sido un campesino antes de ascender. Catalina, harta de vejaciones, decide dar un paso histórico: liderar una protesta simbólica frente al palacio del barón, al más puro estilo de una revolución campesina. Con carretillas llenas de estiércol, acompañada por jornaleros que la respaldan, lanza un mensaje claro: “si pisas a los nuestros, nosotros manchamos tu fachada”.

La escena, programada para el capítulo 670, se perfila como uno de los momentos memorables de La Promesa. Es un acto de dignidad, un golpe directo al orgullo del barón, que no tardará en mover hilos para vengarse. Pero lo más significativo no es la humillación del noble, sino el descubrimiento de Alonso: en los ojos de su hija ve el mismo fuego, la misma inquebrantable determinación que un día encontró en Carmen, su primera esposa. Ese reflejo lo conmueve y lo aterroriza al mismo tiempo, porque sabe que Catalina no retrocederá.

Para Alonso, esto no solo es un acto de rebeldía: es un problema de grandes proporciones. Las acciones de su hija llegan a la prensa, los periódicos hablan de revueltas encabezadas por la descendencia de los Luján, y eso supone un riesgo directo para el apellido. Aunque su corazón de padre lo empuja a admirar su valentía, el marqués se siente atrapado entre el orgullo y el miedo.

Manuel, el hijo que rompe con el legado familiar

Por si el frente abierto con Catalina no fuera suficiente, Manuel también irrumpe con una decisión que sacude al marquesado. Si bien parecía haber encontrado cierta estabilidad dentro de la empresa familiar y mantenía relaciones cordiales con Leocadia, nadie imaginaba la jugada que estaba preparando. En silencio, Manuel vendió su parte de la empresa a doña Leocadia y a don Pedro Farré. Con las 20.000 pesetas obtenidas, tomó la determinación de cortar con todo y renunciar formalmente a su cargo.

Lo que parecía un movimiento financiero, en realidad es un golpe maestro: al salirse de la compañía y llevarse a sus empleados, deja a Leocadia y a Farré con una estructura vacía, incapaz de sostenerse. ¿Quién montará los motores ahora? ¿Leocadia? ¿Farré? Resulta evidente que el proyecto se tambalea.

La reacción no se hace esperar. Leocadia, furiosa y herida, lo acusa de traición. Le reprocha que después de todo lo que ha hecho por la familia, él la paga engañándola y dejándola en la estacada. Farré tampoco queda contento: ha desembolsado una suma considerable para quedarse con una empresa que ahora parece un cascarón vacío. Manuel, sin embargo, mantiene su decisión con firmeza. No quiere vivir bajo las reglas impuestas ni continuar un legado en el que ya no cree. Su salida no solo es un paso empresarial, sino un acto de independencia personal.

Para Alonso, la jugada de Manuel es un golpe bajo. Él esperaba que su hijo luchara, sí, pero dentro de los márgenes, sin destruir el equilibrio. En cambio, lo que encuentra es un hijo dispuesto a romper con todo, sin importarle las consecuencias que su padre deba enfrentar. Y aquí nace la segunda gran grieta: Alonso no solo debe calmar la furia del barón de Valladares provocada por Catalina, sino también las represalias de Leocadia y Farré, que ahora ven en los Luján a unos enemigos declarados.

Alonso, un padre atrapado entre dos fuegos

Catalina y Manuel, sin proponérselo, han convertido a viejos conocidos en enemigos jurados de la familia. El barón, Leocadia y Farré forman un tridente peligroso, dispuesto a hundir a los Luján por orgullo, por dinero o por venganza. En medio de todo, Alonso se descubre roto.

El marqués, acostumbrado a controlar, ahora se pregunta si ha fracasado como padre. ¿Debe frenar a sus hijos, imponerles disciplina y forzarlos a seguir el camino trazado por la tradición? ¿O debe apoyarlos, aun cuando sus decisiones lo arrastren a un conflicto abierto con nobles poderosos y con viejos socios? La encrucijada es devastadora, porque Alonso ya no lucha contra fuerzas externas: lucha contra los anhelos y convicciones de sus propios hijos.

Y lo más doloroso para él es que estos enemigos no han llegado desde fuera. No son intrusos que han irrumpido en la tranquilidad de la casa Luján. Han nacido de adentro, de la valentía de Catalina y Manuel, de su necesidad de romper con un pasado que ya no quieren cargar sobre sus hombros.

Un capítulo decisivo

Este episodio de La Promesa no solo es intenso por las acciones visibles, sino también por lo que simboliza. Catalina representa la justicia social, la lucha por un mundo distinto, aunque eso la enfrente a nobles poderosos. Manuel encarna la independencia, el deseo de construir su propio camino sin depender de los negocios familiares. Y Alonso, atrapado, se convierte en la metáfora del viejo orden que se resiste a morir, pero que sabe que el futuro ya no le pertenece.

La tensión de este capítulo anticipa choques más duros, alianzas inesperadas y probablemente nuevas traiciones. Lo único seguro es que, después de estas decisiones, nada volverá a ser igual en la casa Luján.

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