La Promesa, avance del capítulo 702: Ángela sorprende: “Me caso con Beltrán”
Ángela sorprende: “Me caso con Beltrán”
El palacio de La Promesa despertaba aquella mañana con un aire cargado de intriga y secretos, como si los muros mismos guardaran la respiración ante lo que estaba por ocurrir. Tras la revelación de la manipulación de Leocadia, Ángela tomó una decisión que nadie esperaba: había decidido comprometerse con Beltrán. Esta noticia cayó como un golpe fulminante sobre Curro, que veía cómo todos sus esfuerzos y advertencias parecían desvanecerse en el aire. Mientras tanto, una carta enigmática de Catalina comenzaba a sembrar dudas y alianzas clandestinas, y figuras como Enora y María Fernández traían consigo confesiones que amenazaban con cambiarlo todo. ¿Sería esta boda un acto de amor, o el inicio de un plan de venganza cuidadosamente urdido?
El sol del 22 de octubre brillaba sobre La Promesa con indiferencia, ignorando los dramas y las traiciones que se cocían bajo sus techos. La mañana avanzaba implacable, arrastrando consigo las consecuencias de días turbulentos y prometiendo nuevas tormentas. En el ala del servicio, la tensión era palpable: Petra, con su gratitud forzada hacia el día anterior, generaba incomodidad a su alrededor. Su intento de reconciliarse con el pasado había sido malinterpretado y ahora la incomodidad flotaba como un humo invisible. Al mismo tiempo, Enora, descubierta en su engaño, había huido dejando a Toño en un estado de incredulidad y enojo, sintiéndose como un peón atrapado en un juego cuyas reglas se le escapaban.
En las estancias nobles, un plan mucho más siniestro comenzaba a tomar forma. Curro había cumplido con su deber de advertir a Ángela sobre la trampa de Leocadia, describiéndole la malicia de la señora de Figueroa y cómo pretendía usarla para asegurar su alianza con Beltrán. Sin embargo, Ángela reaccionó con una frialdad inesperada, con un orgullo que dejó a Curro sin palabras. Leocadia, consciente de que sus movimientos eran vigilados o no, no perdía tiempo: cada instante la acercaba a su objetivo de controlar la situación por completo.

En otra parte del palacio, Adriano caminaba con paso cansado hacia los dominios de Leocadia, sosteniendo en su bolsillo un sobre que parecía arderle en la mano. Contenía la carta de Catalina, o al menos eso creía. Durante todo el trayecto, luchó contra la tentación de leerla, temeroso de lo que pudiera encontrar. Al llegar, Leocadia lo recibió con su mirada penetrante, evaluando cada gesto y cada signo de nerviosismo. Tras un intercambio tenso, Adriano entregó la carta, y la señora, con un gesto calculado, decidió no abrirla sola. Llamó a Cristóbal, su cómplice, para compartir el contenido.
La carta, lejos de ser un mensaje de súplica o desesperación, hablaba de libertad, de un viaje inesperado y de control sobre su propio destino. Catalina se mostraba agradecida y tranquila, lejos de la opresión que todos creían que sufría. Este giro desconcertó a Leocadia y Cristóbal: la carta era un acto de audacia, un desafío que los obligaba a reconsiderar sus planes. Leocadia, acostumbrada a controlar todo, sintió cómo el terreno se volvía inestable bajo sus pies. La posibilidad de que alguien estuviera ayudando a Catalina desde dentro del palacio incrementaba su paranoia: cada sirviente, cada familiar podía ser un aliado secreto de la joven. La urgencia de contactar con el Barón de Valladares se volvió imperiosa.
Mientras tanto, Martina, testigo involuntaria de la llamada de Leocadia, comprendió que había más detrás de las acciones de la señora de Figueroa. La observó durante la mañana, notando cómo evaluaba a cada miembro del servicio con ojos calculadores, detectando posibles traidores, y moviendo los hilos invisibles de su influencia. Martina decidió guardar silencio, observando con atención, sabiendo que cualquier movimiento podría revelar la verdad.
En otro rincón del palacio, Alonso se encontraba sumido en sus recuerdos. Al ver a Martina jugar con los hijos de las empleadas, no pudo evitar compararla con su hija Catalina, desaparecida hacía tiempo. Cada risa, cada gesto, le recordaba la ausencia dolorosa de su hija, llenándolo de pesar y de un sentimiento de fracaso como padre. Rómulo, su fiel mayordomo, permaneció a su lado en silencio, ofreciendo consuelo en medio de la angustia que consumía al marqués.
El epicentro del drama, sin embargo, estaba en el ala del servicio, donde Curro había interceptado a Ángela. Necesitaba hacerla entrar en razón, explicarle la trampa de Leocadia, pero la joven permaneció impasible, doblando sábanas con una calma que helaba la sangre de Curro. Sus intentos de convencerla de luchar juntos fueron inútiles. Finalmente, Ángela pronunció las palabras que lo devastaron: había decidido aceptar el plan de Leocadia. “Me caso con Beltrán”, dijo con frialdad. Curro quedó paralizado, incapaz de asimilar la traición y la decisión de la mujer que amaba. Cada palabra de Ángela fue como un puñal, y él salió de la habitación deshecho, con el alma rota, mientras el mundo parecía perder todo sentido.
Leocadia, satisfecha por el avance de su plan, buscó a Beltrán en la biblioteca. Con un tono meloso, lo preparó para recibir la noticia de su unión con Ángela, presentándolo como un matrimonio beneficioso para ambos, con dotes y seguridad. Beltrán, desconcertado y sorprendido, comenzó a entender la magnitud de la maniobra: Ángela había aceptado, y él estaba siendo incorporado al juego de la señora de Figueroa, sin comprender aún las posibles consecuencias.

Mientras los dramas de los nobles se desarrollaban, Enora regresaba a La Promesa con un nuevo aire de determinación. Su reaparición desató tensiones con Toño, quien la enfrentó con furia, pero ella prometió revelar toda la verdad: por qué había fingido su lesión y qué secretos ocultaba. Su confesión presagiaba más revelaciones que podían alterar la vida del servicio y la seguridad del palacio.
Por su parte, Petra, pese a sentirse débil, decidió reincorporarse al trabajo, mostrando su terquedad y orgullo. Sin embargo, su salud comenzaba a fallarle, y Leocadia, calculadora como siempre, la vigilaba, evaluando cómo cada pieza de su tablero podía influir en sus planes. Petra se desplomó finalmente, generando alarma y complicando la dinámica del servicio, mientras María Fernández se enfrentaba a su propia tormenta: el secreto que había mantenido durante semanas, meses, finalmente salió a la luz. Con lágrimas en los ojos, confesó a Samuel que estaba embarazada, dejando su mundo y el de él en un estado de shock y preocupación profunda.
El día en La Promesa terminaba con el sol ocultándose, pero la oscuridad en el interior del palacio apenas comenzaba. Los secretos, las decisiones y las revelaciones de ese día prometían cambiar para siempre los destinos de todos sus habitantes. La boda de Ángela, la carta de Catalina, la reaparición de Enora, la recaída de Petra y la confesión de María formaban un entramado de intrigas, traiciones y emociones que mantenían a todos al borde del abismo.