La Promesa – Avance del capítulo 703: Ángela duda de Beltrán y rompe las expectativas de Leocadia

Ángela duda de Beltrán y rompe las expectativas de Leocadia

El capítulo 703 de La Promesa, emitido el jueves 23 de octubre, abrió un abanico de emociones intensas y decisiones cruciales que amenazan con alterar las vidas de todos los habitantes del palacio. Ángela, quien hasta ahora parecía avanzar hacia un acercamiento inevitable con Beltrán, se encontró atrapada entre sus propios sentimientos y las expectativas externas, provocando una inesperada distancia que desconcierta a todos, sobre todo a Leocadia, que veía cómo su meticuloso plan empezaba a desmoronarse.

La mañana comenzó con un cielo pálido, casi vacilante, mientras la luz del jueves se filtraba entre los ventanales del palacio, dibujando reflejos dorados sobre los pasillos de piedra. Sin embargo, la belleza del amanecer no conseguía disipar la pesada atmósfera que se había instalado: secretos, tensiones y deseos reprimidos tejían una red invisible que presionaba a cada uno de los habitantes. La finca, imponente y majestuosa, parecía guardar ecos de conversaciones no dichas y silencios que gritaban verdades ocultas. En ese escenario, las emociones se preparaban para una jornada que prometía alterar la estabilidad de todos.

El primero de los conflictos se centró en María Fernández, cuya confesión se convirtió en un fuego que amenazaba con propagarse. Desde su modesto cuarto, la joven sentía que el peso de un secreto inconfesable la consumía: lo que había presenciado durante la verbena de Luján se había convertido en un monstruo que le robaba la calma y el sueño. Cada rayo de sol parecía un recordatorio del miedo que llevaba dentro, y sabía que solo podía liberarse contándole a Samuel, su amigo y confidente, lo que había visto.

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En el hangar, entre herramientas y piezas de metal, María se encontró con Samuel. Su voz temblorosa, apenas un susurro, rompió la concentración del joven, quien dejó caer la llave inglesa al suelo y se acercó, preocupado. Entre lágrimas y sollozos, María narró cómo, en la oscuridad de los jardines, había presenciado un encuentro sospechoso entre dos hombres: uno de ellos un empresario conocido, y el otro alguien cercano a la familia, involucrado en transacciones ocultas relacionadas con Catalina. El temor y la culpa la habían mantenido en silencio, temiendo que su propia inacción pudiera poner a otros en peligro.

Samuel, consciente de la magnitud del secreto, la abrazó, asegurándole que no era cómplice, que había hecho lo correcto al hablar. Sin embargo, la calma fue breve: Salvador, escondido entre las cajas, había escuchado fragmentos de la conversación y su mente comenzó a construir teorías peligrosas y distorsionadas. El secreto de María, liberado, se transformaba así en una chispa que podía encender un incendio mucho mayor dentro del palacio.

Mientras tanto, Enora enfrentaba su propio dilema. Recién regresada de su ausencia, se vio frente a Manuel y Toño, quienes cuestionaban su traición al intentar vender el prototipo del motor a otros inversores. Su justificación giró en torno a la desesperada situación económica de su tío, y aunque buscaba redimirse y explicar su acción como un intento de salvar a su familia, su relato no logró convencer. La confianza que una vez había existido se desmoronaba, y Enora quedaba sola, atrapada entre la culpa y el desdén de aquellos que alguna vez confiaron en ella.

En contraste, Adriano vivió un momento de alivio y claridad junto a Martina. Después de entregar la carta que podía esclarecer el caso de Catalina, sintió cómo una carga se desprendía de sus hombros. La conversación con Martina, serena y llena de afecto, le recordó lo esencial: sus hijos. Curro y Beatriz habían sufrido su ausencia y ahora era momento de estar presente para ellos. La reflexión sobre la responsabilidad hacia sus hijos ofreció a Adriano una perspectiva renovada, un faro en medio del caos que lo animó a reconciliarse con su papel como padre.

Dentro del palacio, Leocadia mantenía su firmeza inquebrantable, imponiendo el deber sobre la compasión. Petra, quien aún se recuperaba de su trauma y había mostrado signos de vulnerabilidad, fue obligada a retomar su puesto como ama de llaves. La lógica de Leocadia era dura pero clara: la recuperación de Petra solo sería posible enfrentando sus responsabilidades. La orden cayó sobre Petra como un golpe helado, obligándola a regresar al epicentro de su dolor y a asumir un rol de autoridad cuando se sentía más frágil que nunca. Para ella, no era un voto de confianza sino un mandato, una prueba más de que el orden del palacio debía prevalecer sobre la compasión individual.

Y así llegamos al núcleo del capítulo: Ángela y Beltrán en la biblioteca. Lo que Leocadia había planeado como un encuentro que fomentara la cercanía entre ambos se transformó en un duelo emocional. La conversación, iniciada con un tema aparentemente académico sobre la justicia y el cumplimiento de testamentos, se convirtió en un campo de batalla donde se reflejaban sus valores y conflictos internos. Beltrán defendía la tradición, el deber y la responsabilidad hacia la familia, mientras Ángela cuestionaba los sacrificios impuestos por expectativas ajenas y la tiranía de un destino escrito por otros.

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El choque culminó cuando Beltrán, intentando restar tensión con un comentario banal sobre la simplicidad de su propio acuerdo, provocó la reacción explosiva de Ángela. Se levantó, con los puños tensos, y su risa, rota y desesperada, resonó como un grito de liberación. Ángela no hablaba ya con Beltrán, sino con los fantasmas que la acosaban, con las presiones que la mantenían atrapada, con un corazón que se negaba a obedecer. Su declaración fue clara: no podía someterse a un plan que la convertía en marioneta, que ignoraba su libertad y sus sentimientos.

Beltrán, confundido, comprendió que la mujer frente a él no era la compañera dócil que Leocadia esperaba. Ángela mostraba su tormenta interior, su angustia visible, revelando que cualquier unión forzada estaba condenada a fracasar. La tensión entre ambos reflejaba una grieta imposible de cerrar, un abismo emocional y ideológico que dejaba en claro que los deseos de Leocadia eran ilusorios y que el verdadero amor y la libertad no podían imponerse con planes ajenos.

En este capítulo, La Promesa presentó un escenario de secretos, traiciones y dilemas personales que amenazan con alterar para siempre las relaciones dentro del palacio. Ángela, al mostrarse vulnerable y a la vez firme en sus convicciones, se convirtió en el centro de la tormenta, cuestionando las expectativas, desafiando tradiciones y abriendo una grieta en los planes de Leocadia que podría tener consecuencias imprevisibles para todos.