Marta, angustiada por Andrés, se desahoga con Begoña – Sueños de Libertad

💔 Spoiler: “El peso del amor y la culpa: cuando el miedo a perderlo todo se hace insoportable” 💔

La escena se abre en el pasillo del hospital, ese lugar donde el tiempo parece detenerse y la esperanza se mide en respiraciones contenidas. Begoña, con el rostro pálido y los ojos marcados por noches sin dormir, busca respuestas en cada esquina. “¿Has visto a María o a Ludi? Estaban aquí cuando me he ido”, pregunta con voz temblorosa. La respuesta de Marta llega como un suspiro de cansancio. “No. Solo me he cruzado con tu padre. He tenido que obligarle prácticamente a bajar a comer algo. Le insistí en que fuera a casa a descansar, pero se niega a separarse de Andrés. Dice que no se moverá de su lado.”

Begoña asiente con un nudo en la garganta. “Yo tampoco lo haría si no fuera por todos los frentes abiertos que tenemos en la fábrica.” Sus palabras resuenan con la mezcla de responsabilidad y culpa que la atormenta: el trabajo, los obreros, la crisis… y Andrés, que lucha por su vida.

Marta intenta cambiar el foco para aliviarla un poco: “¿Y Gabriel? ¿Cómo está?”
“Está bien”, responde Begoña, aunque la expresión de su rostro no refleja alivio. “Ha tenido mucha suerte, pero le han dado el alta demasiado pronto. Debería descansar.”
Marta la mira con ternura. “Vete a casa y quédate con él. Aquí somos muchos los que cuidamos de Andrés.”
Pero Begoña niega con fuerza. “Ya le he pedido a Manuela que esté pendiente de él. Si siente algo, llamará al dispensario.” Su mente está atrapada entre la culpa y la necesidad de no alejarse del hospital, como si su presencia fuera lo único que pudiera mantener a Andrés con vida.

Avance del próximo capítulo de Sueños de libertad: Andrés se enterará de la  propuesta de matrimonio... ¡Y le pedirá explicaciones a Begoña!

La conversación se ensombrece cuando Marta pregunta en voz baja: “¿Sabes si ha venido algún médico? ¿Hay algún avance?”
Begoña traga saliva antes de responder. “Marta… los médicos no saben si se va a despertar.”
“¿Cómo que no lo saben?”, replica con incredulidad. “¿Y si lo hace? ¿Qué pasará?”
El silencio que sigue es más doloroso que cualquier palabra. “No lo saben”, murmura Begoña. “Dicen que podría… perder movilidad.”

La noticia cae como una piedra en el pecho de ambas. Marta aprieta las manos, temblando. “No entiendo por qué tuvo que quedarse hasta el final”, dice con impotencia.
“Porque quiso arreglar la caldera”, responde Begoña, conteniendo las lágrimas. “No tenía sentido arriesgarse, pero lo hizo. Quiso salvar a los trabajadores por si no daba tiempo a desalojar. Ya sabes cómo es… ese sentido del deber que nunca le abandona. El mismo que le hizo renunciar a ser feliz conmigo.”

La frase queda suspendida en el aire. Es una confesión, una herida abierta. Marta la mira con compasión, reconociendo en ella el dolor del amor imposible. “No podría soportar perderle”, susurra Begoña, rompiéndose poco a poco.
“No digas eso ni en broma”, la interrumpe Marta, abrazándola con fuerza. “Eso no va a pasar, ¿me oyes? Andrés va a salir adelante. Lo necesitas, lo necesitamos todos.”
Pero el miedo sigue ahí, agazapado en el fondo de sus ojos.

“Se merece vivir”, dice Begoña con la voz quebrada. “Ser feliz. Y nosotros lo necesitamos más que nunca.” Marta intenta sonreír, pero la esperanza se le escapa entre los dedos. “Va a salir adelante, ya lo verás”, insiste.
“Ojalá”, responde ella, aunque su tono revela que ni siquiera cree en sus propias palabras.

En medio de ese silencio cargado de angustia, Begoña confiesa lo que la ha mantenido en pie durante los días más oscuros: “Si he estado tan pendiente de la fábrica, es porque sé que es lo que él habría querido. Que no nos preocupásemos por él, sino por los trabajadores, por mantener viva la empresa.”
Su voz se quiebra al final, revelando lo que ha intentado ocultar: el miedo. “Pero he estado aterrada… pensando que quizá no superaba la operación. Que podría morirse sin que yo estuviera a su lado.”

Las lágrimas finalmente caen, y Marta la sostiene, intentando ser el ancla en medio de la tormenta. “No puedo perder otra persona a la que amo”, confiesa Begoña, ahogada por el peso del pasado. “Ya perdí demasiado.”
Marta la mira con el alma apretada. “Lo sé, cariño. Ya lo sé.”

La cámara —o la mirada del espectador— se aleja, dejándolas abrazadas en un rincón del pasillo, con la luz fría del hospital bañando sus rostros cansados. Fuera, el viento sopla con la misma incertidumbre que late en sus corazones.

Capítulo 20 de Sueños de libertad, 21 de marzo: Andrés está dispuesto a  romper con María y luchar por Begoña

El episodio nos sumerge en ese abismo donde el amor se confunde con la culpa, donde cada decisión pesa como una sentencia. Andrés, el héroe silencioso, está entre la vida y la muerte, pagando el precio de su bondad y su sentido del deber. Begoña, atrapada entre dos amores —uno presente, otro eterno—, se desangra emocionalmente sin saber si volverá a tener la oportunidad de decirle lo que nunca se atrevió.

Mientras tanto, el mundo sigue girando: la fábrica se tambalea, los trabajadores esperan una respuesta, y la familia se desmorona por dentro. La tragedia industrial se ha convertido en una metáfora de sus propias vidas: una estructura frágil sostenida por parches, donde cada error, cada sacrificio, deja cicatrices irreversibles.

El espectador siente que este momento marca un antes y un después. Si Andrés despierta, nada será igual. Y si no lo hace, todo lo que queda —la empresa, los afectos, la esperanza— se derrumbará con él.

Así, Sueños de libertad nos entrega un episodio de pura emoción, donde las palabras no bastan y los silencios lo dicen todo. El dolor de Begoña y Marta, entrelazado con la culpa, el amor y el miedo, muestra que la verdadera batalla no está en los hospitales ni en los negocios, sino en el corazón de quienes aman demasiado.

Y mientras los monitores siguen marcando el pulso incierto de Andrés, el eco de una frase resuena como una promesa desesperada:
“Va a salir adelante… ya lo verás.”
Pero incluso la esperanza, cuando nace del miedo, puede ser la más frágil de todas.