Sueños de Libertad Capítulo 425 (¡Digna ve sangre en la ropa de Begoña! ¿Qué está pasando?)

En la casa reina un silencio extraño

Un extraño y pesado silencio reinaba en la casa de la familia reina, interrumpido únicamente por el tictac constante del reloj en la pared. Todo parecía tranquilo, casi demasiado tranquilo, hasta que un súbito gesto de Begoña rompió la calma. De pronto, se llevó una mano al estómago y su rostro se retorció de dolor. Cerró los ojos un instante, respiró profundamente intentando calmarse, pero su cuerpo no pudo ocultar lo que realmente sentía. La palidez se apoderó de su piel y sus labios comenzaron a temblar, señales que no podían pasar desapercibidas.

Digna, que estaba doblando unas toallas cerca de la ventana, percibió inmediatamente que algo no iba bien. Dejó todo de lado y corrió hacia su hija con el corazón encogido. —¿Qué te pasa, hija? Siéntate, anda, siéntate —dijo con voz cargada de preocupación, tratando de mantener la calma, aunque sus ojos delataban el miedo que sentía. Begoña, con un esfuerzo evidente por no preocuparla, se apoyó en el respaldo de una silla y respondió entrecortadamente: —Nada, no es nada… ya pasó, ya pasó.

Pero su voz sonaba débil, forzada, como si tratara de convencerse a sí misma de que realmente estaba bien. Digna, con la intuición de madre, la observó atentamente y notó que algo no estaba bien. Al tomar su mano, sintió el frío de su piel y supo que lo que estaba ocurriendo no era normal. —No, hija, esto no es normal. Estás pálida como un papel. Voy a prepararte una manzanilla —dijo, apresurándose hacia la cocina.

Begoña, completamente rota de dolor en 'Sueños de libertad': "Eres una  mentirosa"

Begoña la detuvo con un gesto casi urgente. —No, no, Digna, no hace falta. Fue solo un pinchazo. Ya pasó. —Intentó sonreír, pero el gesto se quebró y el dolor la atravesó de nuevo, obligándola a apretar los dientes para no gemir. La respiración se le hacía lenta y dificultosa. Digna, incrédula ante sus palabras, la miraba con una mezcla de cariño y miedo, comprendiendo que la situación era más grave de lo que Begoña quería admitir. —Hija, estás muy pálida, mira cómo estás temblando. ¿Estás segura de que puedes levantarte? —preguntó con voz temblorosa pero firme.

Begoña asintió con terquedad. —Sí, sí, tengo que irme… si no me voy ahora, no llego a tiempo —dijo con determinación, aunque su cuerpo decía todo lo contrario. Intentó levantarse apoyándose en la mesa, pero sus piernas flaquearon. Un paso en falso y Digna observó con horror cómo una pequeña mancha roja comenzaba a expandirse sobre la tela clara de su vestido. —¡Hija, está sangrando! —gritó, rompiendo el pesado silencio.

Begoña quedó inmóvil, mirando la mancha con una tristeza profunda que parecía anticipar lo que estaba sucediendo. Digna, con las manos temblorosas, buscó su teléfono. —Voy a llamar a Luz, no te muevas, por favor —dijo, mientras Begoña la detenía con un gesto resignado. —No hace falta, Digna… ella ya sabe, está al tanto de mi estado —murmuró. Esa frase confirmó a Digna que se trataba de algo serio, conocido por alguien de confianza, pero aun así no dudó en actuar. Marcó el número con manos temblorosas y, al otro lado, Luz respondió rápidamente.

—Luz, soy Digna —dijo con voz entrecortada—. Begoña está mal, no se encuentra bien. Me ha pedido que te llame. Por favor, ven cuanto antes. Luz prometió llegar enseguida. Digna colgó y se sentó al lado de Begoña, tomándole la mano y tratando de sonreír a pesar de que las lágrimas amenazaban con brotar. —Tranquila, hija… Luz viene ya. Todo va a estar bien —intentó consolarla. Begoña asintió débilmente, aunque su mirada parecía perderse en un punto fijo, como si luchara por mantenerse consciente.

Digna la abrazó con cuidado, repitiendo palabras de aliento, mientras el tic-tac del reloj y la brisa que se colaba por la ventana llenaban la habitación de una tensión silenciosa pero desgarradora. La fragilidad de Begoña contrastaba con la determinación de Digna, que se negaba a abandonarla. Cada suspiro, cada palabra corta, cada mirada, intensificaba la sensación de que algo crucial estaba sucediendo en ese momento.

Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, una escena diferente se desarrollaba, pero con la misma intensidad emocional. Claudia estaba sentada en un sofá, con los ojos hinchados por el llanto, mientras Carmen la observaba con ternura. Sin necesidad de palabras, ambas comprendieron que algo importante había sucedido: Claudia había terminado su relación con Raúl. El dolor de la separación se reflejaba en cada gesto de Claudia. Carmen se acercó lentamente y la abrazó, sin decir nada. Claudia apoyó la cabeza en su hombro, y durante unos segundos, la habitación se llenó de un silencio cargado de emociones.

—Ay, Claudita, qué pena… con lo bien que hacíais pareja —dijo Carmen, tratando de aliviar el dolor—. De verdad, daba gusto veros juntos.
—Carmen, por favor, ya no hables de eso —respondió Claudia, forzando una sonrisa triste—. Si me haces llorar otra vez, voy a tener que retocarme el maquillaje por cuarta vez hoy.

El drama de Begoña en 'Sueños de libertad' me ha dejado sin palabras (y a  ti también te va a impactar) - Revista Mia

Carmen soltó una pequeña risa, pero sus ojos aún reflejaban tristeza. —Lo sé… lo sé… cuesta entenderlo con lo que os queríais. Aunque al final fuiste tú quien tomó la decisión. —Sí, Carmen… fui yo —admitió Claudia—. No se puede vivir con miedo. Cada vez que él salía, sentía que algo podía pasarle. No quería vivir así, pendiente de si regresaba o no.

El silencio se hizo presente nuevamente, y Carmen escuchó sin interrumpir, comprendiendo la profundidad de la decisión. —He hecho lo mejor para los dos —continuó Claudia, con voz firme aunque los ojos se le llenaban de lágrimas—. Si nos hubiéramos casado, le habría amargado la vida… prefiero que me recuerde con cariño, no con reproches.

Carmen la miró con admiración. —Es una decisión muy valiente, Claudia. Duele, pero te entiendo. A veces hay que saber soltar.
—Sí, aunque duela, es lo correcto —respondió Claudia—. Lo recordaré con cariño, pero hasta ahí. Ya no más.

Ambas compartieron un momento de silencio, roto por un ruido que anunció la presencia de alguien más. —Debe de ser mi hermano —dijo Claudia, y aunque la casa se llenó nuevamente de actividad, la sensación de consuelo permaneció. En aquel abrazo compartido entre amigas, hubo comprensión, apoyo y cariño. Claudia, cerrando los ojos, se sintió agradecida por tener a Carmen a su lado, porque cuando el amor duele, la verdadera fortaleza reside en seguir adelante, y una amiga como Carmen puede ser la medicina más efectiva.