AVANCE DE SUEÑOS DE LIBERTAD, LUNES 27 DE OCTUBRE ANTENA 3, CAPITULO 426, ANDRÉS PRONUNCIA UN NOMBRE
💥 La gran revelación y el despertar de Andrés — Spoiler del capítulo 426 de Sueños de Libertad 💥
El nuevo episodio de Sueños de Libertad arranca con una mezcla de ternura, tensión y secretos a punto de salir a la luz. En la casa de los Reina, el amanecer trae consigo más que la rutina: es el preludio de un día que cambiará la vida de todos, especialmente la de Begoña y Andrés.
La escena inicial nos muestra a Begoña en su habitación, terminando de arreglarse con esa serenidad forzada que esconde una tormenta interior. Se coloca los zapatos y se dispone a salir, cuando la puerta se abre y aparece Gabriel. Su expresión es seria, y sus palabras suenan dulces pero controladoras. “Hola, cariño”, le dice con tono amable, “venía a buscarte para desayunar juntos”. Pero al ver que ella se alista para salir, su rostro cambia. “¿A dónde vas tan temprano?”, pregunta con el ceño fruncido.
Begoña, firme, responde con calma: “Voy al hospital. Quiero ver a Andrés, pero no te preocupes, no voy a conducir yo”. Sin embargo, sus palabras despiertan en Gabriel una visible incomodidad. “Claro que me preocupo”, replica, “se supone que deberías estar descansando”. Ella, cansada de sus constantes advertencias, responde con impaciencia: “Gabriel, Andrés ha salido del coma. ¿Cómo quieres que me quede aquí sabiendo eso?”.
Gabriel suspira, intentando mantener la calma, pero su tono se vuelve más firme. “Precisamente por eso, Andrés ya está fuera de peligro. No hay nada que puedas hacer allí. Luz fue clara, debes guardar reposo”. Begoña frunce el ceño. “No voy a poner en riesgo el embarazo solo por ir al hospital, no exageres.” Pero Gabriel alza la voz, dominado por la ansiedad: “No es exagerar, es ser responsable. Tengo miedo de que le pase algo al bebé”.
Por unos segundos, el silencio inunda la habitación. Begoña lo mira con ternura contenida, y luego dice con firmeza: “Necesito ver a Andrés con mis propios ojos, saber que está bien”. Gabriel intenta razonar: “Puedes informarte desde aquí, no hace falta ir. Imagínate que ocurre un accidente o te contagias de algo en el hospital”. Ella suspira profundamente: “Verlo es distinto. No es lo mismo que alguien me lo cuente”.

Entonces Gabriel lanza una frase que la hiere: “Además, está su esposa con él. María no se ha separado de su lado desde que despertó. Es ella quien debe estar allí, no tú.” Begoña baja la mirada, dolida, y en silencio comienza a quitarse los zapatos. Su gesto resignado lo dice todo. Gabriel se acerca y, con voz suave, intenta recomponer el ambiente: “Solo pienso en nuestro bebé. Pronto esta etapa pasará y podrás retomar tu vida normal”.
Begoña suspira y murmura: “Me siento inútil quedándome aquí sin poder hacer nada por Andrés”. “Tampoco podrías hacer nada en el hospital”, replica Gabriel. “Para eso están los médicos y su mujer.” Su comentario despierta una chispa de enojo en ella. “Por favor, Gabriel, sé perfectamente quién es su mujer. Solo quiero estar allí porque es un momento importante. Quiero acompañar a la familia.”
Gabriel intenta detenerla con un argumento inquietante: “Quizá Andrés no vuelva a ser el mismo”. Ella se sobresalta. “¿Por qué dices eso?”. “No lo sé, pero tú eres enfermera, sabes que puede pasar. Hay pacientes que despiertan con secuelas, sin hablar, sin recordar. No quiero que te lleves un disgusto, eso podría afectar al bebé.”
El comentario deja a Begoña sin palabras. Siente miedo, pero también frustración. Finalmente, con voz baja, confiesa: “Me cuesta tener que guardar reposo sin poder compartirlo con nadie, ni siquiera con Julia.” Gabriel aprovecha la ocasión y pregunta: “¿Entonces quieres que anunciemos lo del embarazo?”. Ella duda un momento, luego asiente: “Tal vez sea el momento. Andrés ha despertado, y un embarazo siempre trae alegría, sobre todo a Damián.”
Él sonríe aliviado y la besa con ternura. Minutos después, ambos bajan al salón, donde los esperan Marta, Pelayo y Damián. El ambiente se llena de expectación cuando Gabriel les pide sentarse. Pelayo, intrigado, pregunta: “¿Ha pasado algo?” Begoña sonríe nerviosa: “Tranquilos, estoy bien. Queríamos contarles algo importante.” Todos la miran atentos.
Ella respira hondo y, con voz emocionada, anuncia: “He estado unos días guardando reposo, pero no por enfermedad… estoy embarazada.” Un silencio absoluto inunda la sala. Damián la observa atónito, mientras Marta y Pelayo se levantan emocionados para felicitarla. “¡Enhorabuena!”, exclama Pelayo. “Ya era hora de que esta casa escuchara risas de niños.” Marta, conmovida, pregunta si se encuentra bien. “Tuve una pequeña pérdida, pero todo está controlado”, explica Begoña.
Damián, aún sorprendido, interviene con preocupación: “¿Y el bebé corre peligro?” Gabriel responde con firmeza: “No, todo está bien.” Begoña, con respeto, añade: “Sabemos que no es la forma habitual de comunicar algo así.” Pero Damián sonríe: “Nuestra familia nunca ha sido convencional. Esta noticia es justo lo que necesitábamos. Felicidades.” Las sonrisas llenan la estancia y por unos momentos, la felicidad parece haber regresado a la casa.
Mientras tanto, lejos de allí, el hospital se convierte en el escenario de otra revelación. Gema llega para visitar a Andrés. Al entrar, lo encuentra dormido, con María a su lado, que no se ha movido desde que despertó. Ambas comparten un momento de alivio y emoción, agradeciendo el milagro de su recuperación. Pero de pronto, algo sucede: Andrés abre lentamente los ojos.
María se sobresalta y, conteniendo las lágrimas, le acaricia el rostro. “Andrés, mi amor, ¿me oyes?”, susurra con la voz quebrada. Él parpadea débilmente. “Andrés, cariño, estás despertando”, exclama ella con alegría, mientras Gema corre a buscar un médico. María se queda junto a él, tomándole la mano: “Tranquilo, amor, todo va a salir bien. Eres fuerte, muy fuerte.”
En ese momento, la puerta se abre y aparece Gabriel. María, al verlo, se enfurece. “¿Cómo te atreves a venir aquí?”, le recrimina. “Solo vine para acompañarte a la reunión de la junta”, responde él con frialdad. “Y para saber cómo está mi primo.” María lo fulmina con la mirada: “Tu primo necesita descansar. No pongas un pie más aquí.”

Gabriel intenta calmar la situación: “No quiero discutir, María. Hablemos fuera.” Una vez en el pasillo, él pregunta en voz baja: “¿Ha dicho algo?”. “Apenas ha abierto los ojos. Está muy confundido”, responde ella. Gabriel asiente, ocultando su nerviosismo. “Esperemos que no recuerde nada”, murmura.
Las palabras lo delatan, y María lo enfrenta con dureza: “Si recuerda algo, no dudaré en contarle quién eres y lo que hiciste.” Gabriel se inclina hacia ella, hablando en un tono peligroso: “No te conviene enfrentarte a mí. Soy tu único aliado en esa casa.” Pero María, firme, replica: “No confío en ti. Márchate si quieres, yo me quedo con él.”
Gabriel la observa, sin lograr doblegarla. Finalmente cede: “Está bien, pero déjame acompañarte a la reunión.” María accede, aunque su desconfianza sigue latente. Antes de irse, se inclina sobre Andrés y le susurra: “Cariño, me voy un rato, volveré enseguida.”
De pronto, Andrés vuelve a abrir los ojos. Su voz es débil, casi un suspiro: “¿Dónde estoy?” María, al borde del llanto, sonríe: “Estás en el hospital, tuviste un accidente, pero estás a salvo.” Andrés gira la cabeza lentamente y se encuentra con la mirada de Gabriel. “Gabriel…”, murmura. El primo se tensa, temiendo lo peor. “¿Me recuerdas? ¿Recuerdas algo del accidente?”, pregunta fingiendo calma. Andrés lo observa confundido: “¿Qué accidente?”.
María interviene de inmediato: “Tranquilo, amor. Recuperarás la memoria poco a poco.” Gabriel respira aliviado. María le toma la mano y le promete con ternura: “Yo estaré contigo para ayudarte a recordar.”
El capítulo termina con esa promesa, dejando en el aire la gran pregunta: ¿qué ocurrirá cuando Andrés recuerde la verdad? Porque aunque hoy parezca frágil, su mente guarda los secretos que podrían destruirlo todo. Y en Sueños de Libertad, nada queda oculto para siempre.