LA PROMESSA: SANTOS DISTRUTTO DALLA VERITÀ:” SONO LA TUA VERA MADRE..”
Nei prossimi episodi della promessa
En los próximos episodios de La Promessa, todo cambiará en un solo instante. Tras semanas de silencios y misterios, Pia regresará al Palacio Luján, pero no será la misma mujer de antes. Las paredes, antes cálidas y familiares, ahora parecen guardar secretos fríos como el mármol, y lo que suceda dejará a todos sin aliento. Con un acto inesperado y escandaloso, Pia interrumpirá el matrimonio de Lorenzo y Ángela ante todos los presentes. Sin embargo, la verdadera razón detrás de esa decisión será algo que nadie podría haber imaginado. Una revelación explosiva sacudirá cada certeza, y cuando la verdad finalmente salga a la luz, dos personas terminarán en prisión, aunque una de ellas nunca debió estar allí. Esa noche, la del anuncio, el aire se sentirá tan denso que parecerá que una sombra invisible se cierne sobre todo el palacio.
En la gran sala todo estaba dispuesto para un elegante banquete: los candelabros brillaban con luz vacilante, las composiciones florales estaban meticulosamente elaboradas y el ambiente parecía majestuoso. Sin embargo, bajo la perfección superficial, la tensión se colaba entre los invitados. Alonso, sentado en el centro, examinaba cada rostro con desconfianza, mientras Leocadia, envuelta en un vestido regio, ocultaba tras su sonrisa triunfal oscuras ambiciones. Ángela, a su lado, parecía ausente, con las manos temblorosas sobre el mantel, y Lorenzo, junto a Alonso, observaba con su sonrisa calculadora mientras contenía la furia que hervía en su interior.

El ambiente se volvió insoportable cuando Alonso, incapaz de contener más su agitación, se levantó y pronunció las palabras que todos esperaban o temían. Ángela, paralizada por el miedo, apenas podía sostener las lágrimas que amenazaban con brotar. Leocadia observaba con satisfacción, saboreando su aparente victoria, mientras Lorenzo creía que aquel matrimonio sellaría alianzas familiares y garantizaría la prosperidad de la casa, usando a Ángela como la esposa perfecta y dócil.
En un rincón, María casi dejaba caer un bandeja, y otra sirvienta bajaba la mirada, conteniéndose para no gritar. De pronto, el silencio fue roto por la voz de Curro, que hasta ese momento había estado puliendo la plata. Con pasos decididos, entró en la sala, el rostro rojo por la ira, y gritó: “¡Es una mentira!”. Su voz resonó en los muros, paralizando a todos los presentes. Lorenzo lo fulminó con la mirada, mientras Alonso se acercaba horrorizado. “¿Qué significa esto, Curro?”, preguntó, pero el joven no se detuvo: “Este matrimonio es una aberración y todos saben lo que oculta Lorenzo. No mereces sentarte en esa mesa ni casarte con alguien de esta casa”.
Lorenzo, enfurecido, se levantó: “¿Quién te crees para insultarme frente al marqués? Yo conozco tu corrupción. Esto es una farsa, un telón para cubrir tus culpas”. Leocadia intentó intervenir, pero Curro la señaló sin miedo, acusándola de ser cómplice de todo y de haber planeado esa unión para encubrir la corrupción de Lorenzo. “¿Cómo te atreves a nombrarme? ¡Insolente!”, gritó Lorenzo, pero Curro continuó firme: “Lo haré mil veces más. Tú y Lorenzo son cómplices. Este matrimonio es una mentira. Lorenzo no ama a Ángela; busca poder y venganza, destruirá cualquier resto de decencia en esta casa”.
Ángela, entre sollozos, trató de detenerlo, pero Lorenzo se adelantó y lo agarró por el cuello: “Te enseñaré a respetar a tus superiores”. Las sillas cayeron y estalló una pelea; en segundos, la sala se sumió en el caos. María y Teresa intervinieron para calmar la situación. Alonso, con un golpe fuerte sobre la mesa, logró que todos guardaran silencio. Lorenzo, con el rostro rojo de ira, dirigió una mirada cargada de odio a Curro, que respondió con la misma intensidad. “Has sobrepasado el límite”, dijo Alonso con voz autoritaria. “Faltaste al respeto a esta casa. No lo toleraré. Vete antes de que pierda la paciencia”. Curro lanzó una última mirada desafiante antes de salir, dejando a Ángela inmóvil, incapaz de pronunciar palabra.
La cena, que debía ser una celebración, se transformó en un desastre. Los murmullos de los sirvientes se propagaron como un mal presagio por los pasillos: “Esto terminará muy mal”, comentaban María y Teresa. En el despacho de Alonso, la tensión era insoportable. Un antiguo reloj marcó la medianoche con campanadas solemnes. Alonso entró seguido de Lorenzo, aún agitado, y lo observó con desdén: “¿Qué locura es esta, Lorenzo? Anunciar un matrimonio sin mi consentimiento. Explícate, tú y Ángela, y elige bien tus palabras”.
Lorenzo respondió con calma: “No es locura. Dos adultos deciden unir sus destinos. Angela y yo hemos elegido, y nadie puede impedirlo, ni siquiera usted. Sí, ella ha aceptado”. Alonso, furioso, replicó: “No juegues conmigo. Tú y Leocadia han tejido intrigas y chantajes que corroen esta casa. Angela es solo una pieza de su juego”. Lorenzo fingió inocencia: “No busco aprobación. Solo le ofrezco a Angela un futuro digno y protegido. No compasión, no curiosidad. Solo lo que merece”. Alonso, con sarcasmo, recordó lo ocurrido: “Después de todo lo que he visto, llamas dignidad a esta farsa”.

Lorenzo se acercó con aire altivo: “No es noble, es necesario. Has perdido el control de esta casa, Alonso. Curro me desafió frente a todos, y Ángela llora. Yo traigo orden. Este matrimonio beneficiará a todos, incluso a ti”. Alonso lo observó con frialdad: “¿Sugieres que debo aceptar una locura conveniente? Después de todo lo que sé de ti, ¿un hombre como tú se casa con una joven que ni comprende lo que sucede?”. Lorenzo sonrió con provocación: “No busco aprobación, la decisión está tomada. Angela y yo nos casaremos, y punto. Nadie podrá impedírnoslo”. Alonso, fuera de sí, se lanzó contra él: “Has perdido la cabeza. Estás desafiando mi autoridad y el orden de esta casa. Ese matrimonio no ocurrirá”.
Lorenzo, impasible, cruzó los brazos: “¿Y quién me lo impedirá, marqués? ¿Encerrarás a Ángela? ¿Me expulsarás del palacio? Lo intentaste antes. He vuelto más fuerte, con aliados que subestimaste”. La mención de los aliados hizo que Alonso frunciera el ceño. Lorenzo continuó con fría serenidad: “Es demasiado tarde. El dado está echado. Angela es una mujer, no una ficha de tu tablero. Le doy elección, quiera o no. Ahora toca a ti aprender a aceptar lo que no puedes controlar”. Alonso respiró hondo, intentando transformar la ira en calma letal. “Si insistes, terminaré todo con mis manos. Te sacaré de La Promessa”. Con estas palabras, se marchó dejando a Lorenzo en un silencio pesado como el plomo.
El palacio, que una vez había estado lleno de silencio, ahora estaba cargado de tensión. Alonso permaneció en su oficina, pero sabía que no podría mantenerse firme mucho tiempo. Finalmente, se levantó y recorrió los pasillos hasta el apartamento de Leocadia. Al abrir la puerta, la encontró frente al espejo, quitándose lentamente los joyas de la cena, como si nada hubiera pasado. El reflejo de los diamantes brillaba sobre el vidrio, como un silencioso aviso de lo que estaba por venir.
La tensión estaba servida. Nadie en el palacio podía prever lo que ocurriría a continuación, pero todos sabían que el juego de poder había cambiado para siempre, y que esa noche, nada volvería a ser igual.