LA PROMESA – Catalina ESCAPA Y REGRESA para revelar un secreto impactante que involucra a Leocadia

💥 La Promesa Avances: El regreso de Catalina y la caída de Leocadia 💥

Prepárate, porque los próximos capítulos de La Promesa prometen uno de los giros más impactantes de toda la serie. Catalina, la hija del marqués, regresa al palacio después de haber desaparecido durante semanas… pero no lo hace como una joven protegida ni como una víctima frágil. Su vuelta será una tormenta que desatará verdades ocultas, traiciones y una venganza que caerá con toda su fuerza sobre Leocadia, la mujer que todos creían fiel y servicial, pero que esconde un alma llena de ambición y crueldad.

Todo comienza en la oscuridad de un sótano perdido entre los terrenos de La Promesa. Catalina, débil y encadenada, sobrevive día tras día con apenas un hilo de esperanza. Su cuerpo está cubierto de heridas, las cuerdas marcan su piel y el aire húmedo le roba el aliento. Aun así, su espíritu no se rinde. Cada golpe, cada humillación, solo alimenta su determinación de escapar. La joven repite una y otra vez en silencio el nombre de su padre y el de Adriano, convencida de que ambos la buscan y que algún día abrirán esa puerta de hierro que la separa de la libertad.

Pero la que sí abre la puerta, una y otra vez, es Leocadia. Cada visita suya es un tormento. Con una sonrisa cínica y una mirada fría, entra en el sótano con el varón Valladares tras ella, quien observa en silencio como un cómplice sin alma. “Sigues tan terca como siempre”, le dice Leocadia con una falsa dulzura que solo esconde desprecio. Catalina, llena de rabia, le pregunta por qué la tiene allí. La respuesta de Leocadia es una de las más crueles que se han escuchado en La Promesa: “Tu padre aún cree que estás en un convento recuperándote. Y así seguirá creyéndolo… gracias a ti”.

La Promesa: Leocadia irrumpe en la boda de Catalina y Adriano

Entonces saca una carta doblada. Catalina entiende enseguida el plan: Leocadia quiere usar su nombre para estafar a Alonso. La obliga a escribir cartas falsas donde dice estar bien, feliz en el convento, pero con necesidad de dinero para ayudar a las monjas. Cada carta termina con un número de cuenta del varón Valladares. Catalina se niega al principio, pero Leocadia la amenaza: “O escribes, o desaparecerás para siempre”. Entre lágrimas, Catalina obedece. Cada palabra que escribe es una puñalada al corazón, porque sabe que esas mentiras alejan a su padre y a Adriano de la verdad.

Alonso, desde el palacio, recibe las cartas con emoción. “Mi hija se está recuperando”, dice con alivio mientras ordena enviar dinero. Leocadia celebra en silencio su éxito. Pero no todo sale como ella planea. Catalina comienza a debilitarse más rápido de lo esperado; su cuerpo ya no resiste el hambre ni el encierro. Cuando Valladares nota su estado, intenta advertirle a Leocadia que la está llevando demasiado lejos. Pero ella, sin remordimiento, responde: “Cuanto más débil esté, más fácil será controlarla”.

Catalina, sin embargo, no está dispuesta a rendirse. A pesar del dolor, mantiene viva una pequeña llama de esperanza. Esa fuerza interior empieza a darle un plan: observa cada rincón del sótano, memoriza los horarios, los sonidos, las pausas entre los pasos de los guardias. Y entonces, una noche, la suerte —o el destino— le envía una ayuda inesperada.

Un joven llamado Diego, mozo de los establos, entra en el sótano con una lámpara temblorosa. Sus ojos están llenos de miedo, pero también de compasión. Le lleva un trozo de pan y una jarra de agua. “No puedo verte morir así”, le susurra. Catalina apenas puede hablar, pero le agradece con lágrimas en los ojos. A partir de ese momento, Diego se convierte en su único contacto con el mundo exterior. Cada dos o tres noches, baja con comida o agua, siempre arriesgando su vida.

Una noche, decide dar un paso más. “Voy a aflojar tus cuerdas”, le dice. Catalina, incrédula, asiente. Con manos temblorosas, el muchacho desata uno de los nudos. “Prométeme que solo intentarás escapar cuando yo me haya ido. A las tres de la mañana cambian la guardia; ese es tu momento.” Catalina promete. Por primera vez en semanas, siente esperanza real.

Cuando el reloj marca la madrugada, Catalina actúa. Se libera de las cuerdas, sangrando por el esfuerzo, pero con el corazón ardiendo. Escala por la pared del sótano hasta encontrar un hueco en los ladrillos. Empuja con todas sus fuerzas y logra salir. El aire frío golpea su rostro: está libre. Sin embargo, su cuerpo casi no responde. Se refugia en la copa de un árbol alto, donde pasa la noche oculta entre las ramas, observando las estrellas y susurrando: “Adriano, estoy aquí”.

Con las primeras luces del amanecer, comienza su lenta caminata hacia el palacio. Cada paso es un desafío; sus piernas tiemblan, su ropa está destrozada, su rostro cubierto de polvo y lágrimas. Pero no se detiene. Cuando por fin cruza las rejas de La Promesa, dos criados gritan de sorpresa: “¡Señorita Catalina!”. En cuestión de minutos, toda la casa está en caos. Alonso baja corriendo, incrédulo, al verla viva. “Dios mío, hija mía, ¿qué te han hecho?”, exclama mientras la sostiene. Catalina, casi sin voz, pide una sola cosa: “Llevadme con mi padre… ahora.”

En el gran salón, rodeada de asombro y murmullos, Catalina alza la voz. Su mirada se clava en Leocadia, que acaba de aparecer fingiendo horror. “¡Fue ella!”, grita Catalina, señalándola con el dedo. “¡Ella me encerró! ¡Me obligó a escribir cartas para robarte, padre! ¡Inventó mi desaparición y quiso que todos me olvidaran!”

Avance semanal de 'La promesa': Una inesperada visita hace temblar los  cimientos de La Promesa - La promesa

El silencio es absoluto. Alonso queda petrificado, mirando primero a su hija, luego a la mujer en quien había confiado ciegamente. “¿Leocadia?”, balbucea con incredulidad. Ella intenta mantener la compostura, pero su rostro empieza a traicionarla. “No sé de qué habla… pobrecita, está confundida, debe estar enferma…” murmura, pero su voz tiembla.

Catalina, llena de rabia y dignidad, da un paso adelante. “¡Mentira! Tú y el varón Valladares me encerrasteis en un sótano. Me obligaste a mendigar con mi propia letra. ¡Querías quedarte con todo!” Alonso la mira horrorizado. La furia sustituye a la sorpresa. “¡Sargento Burdina!”, grita con voz atronadora. “¡Venid al instante!”

La tensión estalla. Leocadia retrocede, acorralada, mientras los criados la miran con desprecio. Alonso, con el rostro enrojecido por la ira, le ordena abandonar el palacio de inmediato. “¡Fuera de mi casa, miserable! ¡Fuera antes de que te haga arrestar!” Ella intenta defenderse, pero el marqués ya no la escucha. El sargento llega en ese momento, dispuesto a abrir una investigación. “Esto no quedará impune”, declara Alonso, con lágrimas en los ojos mientras abraza a su hija.

En la penumbra de los pasillos, Adriano llega corriendo, con el rostro desencajado por la angustia. Cuando la ve, cae de rodillas frente a ella. “Lo sabía, Catalina… lo sabía.” Ella sonríe débilmente antes de perder el conocimiento en sus brazos.

Y así termina el capítulo más conmovedor e intenso de La Promesa: con el regreso triunfal de Catalina, el descubrimiento de la verdad y la caída de una de las villanas más manipuladoras de la serie. Pero esta revelación no será el final… será el inicio de una guerra en el palacio, donde cada secreto traerá consecuencias aún más oscuras. Porque en La Promesa, nada permanece oculto para siempre.