EL PALACIO MALDITO: EL RETRATO QUE TRAE LA DESGRACIA || LA PROMESA INVESTIGA

Título: “La maldición de los Luján: los fantasmas que habitan La Promesa”

Esta noche de Halloween, cuando las sombras se deslizan silenciosas por los pasillos del palacio Luján y los retratos parecen cobrar vida bajo la luz temblorosa de las velas, una historia oscura vuelve a abrirse paso entre las paredes de La Promesa. No es solo un rumor ni una superstición: es una leyenda tejida con culpa, sangre y secretos, una que amenaza con repetirse una y otra vez.

Todo comienza con un cuadro. El retrato de doña Carmen de Antúnez, primera esposa del marqués de Luján, madre de Tomás y Catalina, y la mujer que dio elegancia y alma al linaje, preside el salón principal del palacio desde tiempos inmemoriales. En su rostro sereno, pintado con trazo firme y mirada dulce, hay algo que incomoda. Sus ojos, dicen, parecen seguirte. Hay quienes aseguran que de noche, cuando todos duermen, su expresión cambia. Y que quien se atreve a mirarla demasiado tiempo siente una punzada helada en el pecho, como si una presencia antigua despertara tras el lienzo.

Desde que su imagen fue colocada en el corazón del palacio, La Promesa no ha conocido la paz. Una cadena de desgracias ha caído sobre los Luján: muertes misteriosas, desapariciones, traiciones familiares y amores imposibles. Algunos lo llaman coincidencia, otros destino… pero muchos están convencidos de que el retrato de doña Carmen guarda una energía oscura. Tal vez sea el alma de una madre que no descansará hasta que la verdad sea revelada, o tal vez, el eco de una maldición que comenzó el día en que la mataron.

La promesa | Episodio 11 - Serie online en RTVE.es

Porque sí, la muerte de doña Carmen no fue natural. Cruz Izquierdo, la actual marquesa y dueña del palacio, y su aliada Leocadia fueron las responsables del asesinato que cambió para siempre el destino de los Luján. Desde aquel día, nada volvió a ser igual. Se dice que, en las noches de luna llena, los sirvientes escuchan pasos arrastrándose por el corredor donde ella solía rezar, y que el perfume de su manto dorado todavía flota en el aire cuando la desgracia está por venir.

Y las desgracias no han dejado de llegar. La muerte del barón de Linaja, las de Dolores, Feliciano, y tantos otros que encontraron su final entre esas paredes. El dolor de Catalina, el exilio de la pobre, la ruina del apellido Luján, y la tragedia de Fernando, esposo de Margarita Yopis, que también cayó bajo el peso de esa oscuridad. Todo ha sucedido bajo la misma mirada inmóvil del retrato. ¿Casualidad? ¿O una advertencia de que las almas atormentadas del pasado aún habitan entre los vivos?

Cuentan que Margarita, cuyo regreso a la serie ha sacudido a los seguidores, ha sentido la presencia de Carmen más de una vez. La describe como una sombra amable pero doliente, que parece suplicarle justicia. Y su llegada al palacio podría significar un choque de titanes con Leocadia, una batalla entre dos mujeres que, sin saberlo, podrían estar cumpliendo el destino que la maldición marcó hace décadas.

El ambiente en La Promesa es cada vez más denso, más cargado. Los criados evitan pasar solos por el salón principal después del anochecer. Dicen que las velas se apagan solas, que los espejos devuelven reflejos ajenos, y que en la habitación donde murió doña Carmen, el aire siempre está más frío. Tal vez no sea la marquesa quien sufre la maldición, sino el propio palacio, un lugar donde el dolor y la culpa se alimentan mutuamente, creciendo con cada tragedia nueva.

Pero las maldiciones no solo habitan en la ficción. En la historia real de la nobleza española existen ejemplos que estremecen tanto como los secretos de los Luján. Uno de los más conocidos es el de los Habsburgo, una familia marcada por la “maldición de la sangre”. Durante siglos, los monarcas intentaron preservar su linaje casándose entre primos y sobrinos, obsesionados con mantener su pureza real. Aquella práctica, lejos de garantizar la gloria, trajo consigo deformidades, enfermedades y locura. El último de ellos, Carlos II “El Hechizado”, murió sin descendencia, convencido de que un hechizo lo condenaba. Decían que el demonio lo acechaba desde la cuna, y sus propios médicos, incapaces de explicar sus males, hablaban de brujería. La maldición de la sangre real se extinguió con él, dejando tras de sí una estela de muerte y locura.

Y si la maldición de los Habsburgo fue de sangre, la del Palacio de Linares lo fue de amor prohibido. En pleno corazón de Madrid, el marqués de Linares se enamoró de Raimunda, sin saber que era su hermana. Cuando la verdad salió a la luz, el destino los condenó. Su hija, fruto de ese amor imposible, fue encerrada viva entre las paredes del palacio. Desde entonces, los trabajadores juran oír los llantos de una niña que pide ayuda entre las habitaciones cerradas. Amor, culpa y muerte: tres palabras que bien podrían describir la historia de La Promesa, donde cada secreto se paga con lágrimas y cada amor tiene un precio.

La promesa | Episodio 191 - Serie online en RTVE.es

Otro caso escalofriante es el del Cortijo Jurado, en Málaga, conocido como el “infierno bajo tierra”. Perteneció a los Heredia, una familia de terratenientes adinerados que desapareció tras ser acusada de secuestrar jóvenes campesinas para rituales macabros. Décadas después, los obreros que reformaban el lugar hallaron túneles secretos y restos humanos. Desde entonces, nadie se atreve a pasar una noche allí. Luces inexplicables, gritos y susurros atormentan a quienes se acercan al cortijo. Algunos investigadores creen que el mal que habita esas paredes no es de este mundo. Un ejemplo perfecto de cómo el poder puede ocultar horrores tan profundos como los que se esconden en el palacio de los Luján.

Y si creías haberlo oído todo, falta la historia del Conde de Montepalma, en Sevilla, un hombre de ciencia y de ambición desmedida que soñaba con vencer a la muerte. Se decía que en su biblioteca guardaba grimorios prohibidos y tratados de alquimia. Una noche recibió la visita de un desconocido. Nadie lo vio entrar ni salir, pero desde entonces el conde cambió. Los años pasaron y él no envejecía. Cuando por fin la muerte lo alcanzó, su cuerpo fue hallado frente a un espejo, con el rostro congelado por el terror y una figura idéntica a la suya reflejada en el cristal, sonriendo. Sus descendientes comenzaron a morir misteriosamente antes de cumplir los cuarenta, como si el pacto de su antepasado con el maligno aún siguiera vigente.

Todas estas historias, tanto las reales como las ficticias, comparten una misma esencia: el poder, la culpa y el deseo de dominar lo imposible. La Promesa, con sus pasiones y tragedias, no es más que un eco moderno de aquellas maldiciones antiguas. El retrato de doña Carmen, inmóvil pero vigilante, representa esa conexión entre el pasado y el presente, entre la justicia y la venganza. Quizá no sea ella quien condena a los Luján, sino el peso de sus propios pecados.

Y así, en esta noche donde los muertos caminan entre los vivos y el velo entre los mundos se vuelve delgado, el palacio parece respirar de nuevo. Las luces titilan, las puertas crujen, y en lo alto del salón, bajo el rostro eterno de doña Carmen, una sombra se desliza entre los reflejos. Nadie sabe si busca redención o venganza. Pero una cosa es segura: en La Promesa, hay presencias que nunca se han ido… y algunas, esta noche, podrían volver.