Sueños de libertad Capítulo 430 (Marta, por favor, incorpores al trabajo al 100%
Título: “Sueños de Libertad: El regreso de Marta y el espejo del poder”
La mañana amaneció con un aire distinto en la colonia. El rumor corría entre los pasillos de la fábrica y los obreros lo repetían en voz baja, como si pronunciarlo en alto pudiera despertar fantasmas dormidos. Marta de la Reina había regresado. Después de meses de silencio, de un retiro voluntario envuelto en rumores, volvía a ocupar el lugar que le correspondía por sangre y por ambición. Y su primera cita era con la mujer que estaba destinada a cambiar el rumbo de Perfumerías de la Reina: Chloé Dua, la misteriosa nueva socia francesa.
El encuentro tuvo lugar en una cafetería discreta, lejos de los oídos de la fábrica. Marta llegó impecable, con el porte de quien domina la escena incluso antes de hablar. Chloé ya la esperaba, observando desde su mesa con una serenidad que ocultaba un minucioso análisis. En cuanto Marta se acercó, la francesa sonrió con educación.
—¿Puedo contar con usted? —preguntó, directa, como si la confianza se pudiera medir en una sola frase.
—Por supuesto, por supuesto —respondió Marta con esa calma calculada que siempre la había caracterizado.
El intercambio de cortesías dio paso a un diálogo tenso, elegante y lleno de segundas intenciones. Chloé recordó con ironía que se habían cruzado el día anterior en la plaza, y que Marta había preferido pasar desapercibida. “No quise alterar el ritmo de la colonia antes de tiempo”, explicó ella. “La gente se comporta de forma distinta cuando sabe que está siendo evaluada.” Chloé sonrió, comprendiendo la sutileza. Sabía que aquella mujer no dejaba nada al azar.
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Ambas se sentaron frente a frente, como dos estrategas a punto de iniciar una partida de ajedrez. La conversación, que empezó cordial, pronto adquirió el tono de una evaluación mutua. Chloé, con su voz suave y su mirada escrutadora, no tardó en tocar el tema que todos evitaban: la caída de Perfumerías de la Reina.
—Según tengo entendido —dijo, fingiendo inocencia—, usted fue apartada de sus funciones y reemplazada por Carmen Recas.
Marta no se inmutó.
—Decidí apartarme temporalmente —respondió—. Fue una elección personal. Quise apoyar la carrera política de mi marido.
La francesa arqueó una ceja, dejando entrever una ligera sonrisa.
—Curioso —comentó—. Una mujer que llega a lo más alto por méritos propios y que lo abandona todo para seguir a un hombre.
El comentario, disfrazado de admiración, era una provocación. Marta lo percibió al instante.
—No es exactamente así —replicó con firmeza—. Hay decisiones que se toman por motivos que no todos pueden comprender.
El ambiente se volvió más denso. Entre ambas flotaba una mezcla de respeto y desafío. Chloé cambió el tono y fue al grano: quería entender por qué la empresa había tocado fondo. Marta habló de “accidentes, desgracias, sabotajes y competencia desleal”, esquivando culpas, aunque en su mirada se adivinaba una verdad más amarga: ella sabía que muchos de los errores habían nacido dentro de la propia casa. Recordó, sin decirlo, las noches de desconfianza, las fórmulas robadas, los socios traicionando por dinero y la lenta descomposición del imperio familiar.
Chloé la observaba con atención. Cada palabra de Marta era una pieza en su mapa mental.
—Agradezco su sinceridad —dijo finalmente—. Es un valor poco común en los negocios.
Marta sonrió levemente.
—Quizás si me hubieran permitido seguir al frente, no habríamos llegado a este punto —añadió, dejando caer la frase como un dardo.
Chloé no respondió. Pero su silencio fue más elocuente que cualquier palabra.
Durante unos minutos hablaron de cifras, de ventas, de la pérdida de confianza en el mercado. Pero el verdadero tema era otro: el poder. Chloé no tardó en mencionarlo con sutileza.
—¿Qué ocurrió realmente con Joaquín Marino? —preguntó—. ¿Por qué la relevó de su cargo?
Marta respiró hondo.
—Hubo una votación. No unánime, claro. Pero así funcionan las juntas cuando hay intereses en juego. Imagino que en Brosart —añadió, mirando a Chloé con intención— ustedes también conocen bien las luchas de poder.
La francesa rió suavemente.
—Sí. En toda empresa hay intrigas. Pero no todos saben sobrevivir a ellas con elegancia.
El comentario fue un halago envenenado. Ambas sabían que aquella conversación era una prueba. Chloé quería medir hasta dónde llegaba la fortaleza de Marta; Marta quería averiguar cuánto sabía realmente aquella extranjera. Ninguna iba a ceder terreno.
Entonces Chloé cambió de tema, aunque no del todo.
—¿Cuándo tiene pensado reincorporarse por completo? —preguntó.
—Muy pronto. No he parado desde el accidente. Pero debo equilibrar mis responsabilidades con la carrera política de mi marido.
Chloé inclinó la cabeza, con una expresión casi compasiva.
—¿Y de verdad se siente cómoda siendo su sombra?
Marta alzó la vista. Su tono se volvió gélido.
—No soy la sombra de nadie.
El silencio que siguió fue casi teatral. En ese momento, ambas entendieron que su relación no sería simple. Chloé se levantó, extendió la mano y concluyó:
—Entonces espero verla pronto en la fábrica, Marta. Al cien por cien.
—Ahí estaré —respondió ella, apretando su mano con firmeza.
La escena podría haber terminado ahí, pero los ecos de la conversación siguieron resonando mientras Marta regresaba al despacho. Las palabras de Chloé la habían herido más de lo que admitía. No porque fueran ofensivas, sino porque contenían una verdad incómoda: desde hacía meses, Marta no era dueña de su vida. Había cambiado los documentos empresariales por discursos políticos, la dirección por la sumisión. Pero aquella conversación le devolvió algo que creía perdido: el orgullo.

En otro rincón de la historia, mientras Marta reconstruía su papel, Begoña se enfrentaba a una batalla completamente distinta. En la penumbra de la sacristía, mantenía un tenso diálogo con el sacerdote del pueblo. Lo que aparentaba ser una charla pastoral era, en realidad, una confrontación moral. El hombre hablaba de redención y deber, pero Begoña le devolvía cada palabra con una serenidad cargada de dignidad. El sacerdote, sin decirlo, intentaba manipularla bajo el pretexto de la fe. Ella, cansada del peso del juicio, decidió romper con él, negándole el control sobre su conciencia y sobre su hija. “No volverá a hablar con Julia”, dijo, cortante. “No quiero que la utilice para justificar su poder.” Aquella frase marcó un antes y un después.
En ese contraste —Marta enfrentando a una socia extranjera y Begoña rebelándose contra el clero— el episodio de Sueños de Libertad tejía un mismo hilo: el despertar femenino en un mundo construido por hombres. Ambas mujeres, distintas en posición y carácter, compartían un mismo impulso: recuperar su voz.
De vuelta en la fábrica, Marta se encontró con el eco de su apellido resonando entre las máquinas apagadas. Los obreros la miraban con una mezcla de respeto y cautela. En los ojos de Gaspar y Claudia se leía una pregunta muda: ¿será capaz de salvar lo que su familia ha destruido? Marta no respondió. Caminó hasta su antigua oficina, tocó el escritorio, respiró el aire impregnado de lavanda, y en voz baja, casi para sí misma, murmuró:
—No más sombras.
La puerta se cerró tras ella, marcando el comienzo de una nueva guerra. Porque en Perfumerías de la Reina, cada sonrisa esconde un secreto, cada aliado puede ser un enemigo, y cada mujer que se levanta desafía un imperio.
Fin del spoiler: “El regreso de Marta y el espejo del poder”.