LA PROMESA – URGENTE: Leocadia FINGE estar ENFERMA para EVITAR su EXPULSIÓN y OCULTA UN SECRETO

🔥 “El regreso de Leocadia: mentiras, veneno y un secreto que sacude los cimientos de La Promesa” 🔥

Prepárense, porque este capítulo no solo es uno de los más impactantes de La Promesa, sino que redefine el significado de manipulación, traición y redención. Lo que empieza como el regreso de una mujer moribunda se convierte en un torbellino de revelaciones que dejará a todos los habitantes del palacio temblando.

Todo comienza cuando, contra todo pronóstico, Leocadia de Figueroa reaparece en el palacio tras haber sido expulsada. Su llegada no es triunfal, sino dramática: llega en una silla de ruedas, pálida, temblorosa, fingiendo estar al borde de la muerte. Su aspecto patético genera desconcierto entre las doncellas. Pía Adarre y María Fernández quedan paralizadas al verla, incapaces de comprender cómo esa mujer, que todos daban por desaparecida, se atreve a volver. “He venido a pedir perdón”, dice Leocadia entre toses y lágrimas falsas, asegurando haber recibido la absolución del obispo. Pero la ama de llaves no se deja engañar tan fácilmente; en sus ojos se enciende la sospecha.

Aun así, Curro, movido por su compasión y por los recuerdos de su madre Dolores Expósito, decide permitirle quedarse unos días. Manuel y Pía protestan, pero Curro no puede echar a una mujer que aparenta estar moribunda. “Vigílenla”, ordena. Y con esa decisión, el destino del palacio queda sellado.

Leocadia se instala en una habitación del ala este. Con ella trae un misterioso cofre tallado, que protege con devoción. Pero pronto las sospechas se confirman: su tos aparece solo cuando hay testigos y desaparece en los momentos de soledad. Pía y Manuel lo notan, pero aún no tienen pruebas. Esa noche, cuando todos duermen, ocurre lo imposible.

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María Fernández, atormentada por las náuseas del embarazo, baja a la cocina y escucha pasos en la oscuridad. Siguiendo el ruido, descubre lo impensable: Leocadia camina perfectamente, sin rastro de enfermedad, sosteniendo el cofre y adentrándose en un pasadizo secreto. María la ve abrir un panel oculto y sacar algo metálico. “Pronto todos sabrán… y nadie podrá detenerme”, murmura la mujer con voz escalofriante. La doncella retrocede asustada, pero tropieza y hace ruido. Leocadia, astuta, cambia en segundos: vuelve a fingir debilidad, tose y pregunta quién anda allí. María corre despavorida en busca de Pía y Manuel.

Los tres regresan a la habitación de Leocadia, pero la encuentran acostada, fingiendo dormir, con el cofre intacto junto a su cama. La doncella insiste: “La vi caminar”, pero Leocadia la tacha de confundida por el embarazo. Su serenidad es tal que incluso Manuel duda. Sin embargo, cuando María se retira, siente la mirada gélida de Leocadia sobre ella, una advertencia muda: sé que me viste.

Al día siguiente, llega el doctor Martínez. Examina a Leocadia con atención y pronto descubre la verdad: sus manchas en el cuello son pintadas artificialmente, sus pulmones están limpios, su pulso es fuerte. “Estas marcas han sido creadas con ungüento o tinte”, revela el médico. Pía, satisfecha, sentencia: “Lo sabía”. La máscara de Leocadia cae. Fingió estar enferma para volver.

Sin embargo, antes de que puedan expulsarla de nuevo, surge un nuevo giro. Ella confiesa que regresó para revelar un secreto que lleva años guardando, uno que cambiará todo lo que la familia cree saber. Frente a Alonso, Curro, Pía y Ángela, exige que traigan su cofre. Lo abre lentamente, pero antes de mostrar su contenido, empieza a toser con violencia real. Ángela corre por agua, y en ese instante Leocadia se desploma sobre el cofre. Su contenido se derrama, dejando al descubierto dos objetos: una carta dirigida a Marcos Expósito —con el sello intacto— y un collar manchado de sangre.

Curro lo reconoce al instante: es el collar de su madre Dolores, el mismo que llevaba el día de su muerte. El mismo que desapareció misteriosamente. El aire se congela. Alonso toma el collar con manos temblorosas, recordando los días en que lo regaló a la mujer que amó en secreto. Pía comprende de inmediato la magnitud del hallazgo: si Leocadia tenía el collar, significa que estuvo presente la noche del asesinato.

Entre lágrimas, Leocadia confiesa: “Yo estaba allí. La seguí porque creí que guardaba secretos sobre mi hermana. Pero no la maté… lo juro”. Su voz se quiebra. Alonso, enfurecido, exige la verdad completa. Ella admite que vio al asesino y que calló por miedo: “Me amenazó, me dijo que si hablaba, mataría a Ángela”. Su desesperación parece genuina, pero nadie confía ya en su palabra.

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En ese instante entra Cristóbal, el mayordomo, con un hallazgo escalofriante: “Encontré esto en el pasadizo del ala este: un frasco de veneno suficiente para matar a tres personas”. Manuel añade otro descubrimiento: el ungüento usado por Leocadia para fingir su enfermedad. La mujer, acorralada, rompe en histeria: “¡Sí! Iba a usar el veneno, pero no contra ustedes. Era para protegerme del hombre que mató a Dolores. ¡Él viene por mí!”

El pánico se apodera del cuarto cuando Leocadia clava la mirada en la ventana. “Él está aquí… Dios nos ayude”, susurra. Todos giran y ven, entre las sombras del jardín, una figura oscura observándolos. Curro corre hacia la ventana, pero la silueta desaparece. Nadie sabe si fue real o fruto del terror colectivo. Alonso toma el control: “Manuel, quiero guardias en cada entrada. Nadie entra ni sale del palacio”.

Antes de perder el conocimiento, Leocadia susurra un último aviso: “En la carta… hay más. Secretos sobre Curro… sobre Cruz… sobre su verdadero padre.” Su voz se apaga. Curro, devastado, toma la carta pero decide no abrirla aún. “No ahora”, dice con firmeza, mientras Alonso le asegura: “Sea lo que sea que revele, eres mi hijo, en todo lo que importa.”

Mientras el sol cae sobre La Promesa, la tensión se vuelve insoportable. Pía y María se quedan vigilando la habitación de Leocadia, sabiendo que una mujer asustada puede ser más peligrosa que una manipuladora. En los pasillos, el eco de los secretos resuena como un presagio. El collar ensangrentado, el veneno, el hombre misterioso del jardín y esa carta aún sin abrir son las piezas de un rompecabezas que promete destruir los cimientos del palacio.

Esa noche, cuando por fin está solo, Curro rompe el sello de la carta. Sus ojos recorren las líneas escritas por una mano temblorosa, y mientras las lágrimas le nublan la vista, comprende que nada volverá a ser igual. El secreto que su madre y Leocadia compartieron, las mentiras de Cruz, la verdad sobre su origen… todo lo que ha creído hasta ahora está a punto de desmoronarse.

Porque en La Promesa, la verdad siempre llega, pero nunca sin dejar sangre en el camino.