Avance de Sueños de libertad, capítulo 428: Gabriel se marcha y Chloé llega a Toledo

Avance ‘Sueños de libertad’: Gabriel se marcha y Chloé llega a Toledo, en el capítulo 428 (3 de noviembre)

El amanecer del lunes no trajo esperanza a la colonia De la Reina, sino el eco de un entierro que aún no se había celebrado. El sol, insolente, brillaba sobre los tejados de una fábrica que ya no les pertenecía, mientras el aire parecía impregnado de ceniza y derrota. La absorción por parte de la poderosa Brossard, esa empresa francesa invisible pero implacable, había sacudido los cimientos de toda la comunidad. En casa de los Merino, el ambiente era tan tenso que hasta el sonido de una cucharilla contra la porcelana sonaba como un metrónomo de la desesperación.

Digna, con las manos temblorosas, removía un café que no tenía intención de beber. Joaquín, de pie junto a la ventana, observaba la fábrica con el rostro endurecido por la culpa. Cuando Digna intentó romper el silencio, su hijo estalló en un torrente de reproches y dolor: se acusaba a sí mismo de haber vendido el legado familiar, de haber caído en las trampas de Brossard. Pero antes de que la madre pudiera consolarlo, la puerta se abrió de golpe. Damián de la Reina irrumpió en la sala como un huracán, con la rabia y el orgullo hechos pedazos. Su aspecto, descuidado y roto, delataba a un hombre que había perdido no solo una guerra económica, sino su propia fe.

El enfrentamiento fue brutal. Damián los acusó de traición, de haber vendido el alma de la familia a los franceses. Joaquín, entre lágrimas y furia, defendió sus decisiones como un intento desesperado de salvar a los suyos, pero Damián no quiso escuchar. “Habéis entregado nuestro sueño a los carniceros”, gritó, recordando el precio que pagarían los obreros. El diálogo se transformó en una herida abierta, hasta que Damián, con una voz quebrada, los expulsó de su vida. Cuando la puerta se cerró tras él, el silencio que quedó fue más denso que la vergüenza.

Avance semanal de Sueños de libertad: Cloe, la representante de Brossard,  llega a la colonia

Mientras tanto, en la perfumería, el aire olía a lavanda, pero el aroma ya no traía consuelo. Carmen trataba de mantener la calma mientras Tasio se ahogaba en la culpa. Él no podía perdonarse haber votado a favor del acuerdo con Brossard, convencido de haber defraudado a su padre. Carmen, siempre fuerte, lo animó a no rendirse, recordándole que seguir adelante era también una forma de luchar. Pero las palabras no bastaban para borrar la vergüenza.

En la casa grande, la doctora Luz Borrell daba el alta a Begoña, quien aún se recuperaba de cuerpo, aunque su espíritu seguía herido. Luz, intentando insuflarle esperanza, le habló de una idea que compartía con Gaspar: crear una cooperativa para fabricar su propio ungüento. Un negocio pequeño, libre de las garras de los franceses. Begoña, por primera vez en semanas, sonrió con sinceridad; era una chispa de ilusión en medio del naufragio. Pero no todos estaban dispuestos a creer en nuevos comienzos.

En la cantina, Gaspar y Claudia intentaron convencer a los obreros de invertir en su proyecto. Sin embargo, el ambiente era hostil. Los trabajadores, resignados y enfurecidos, solo querían beber para olvidar. Los intentos de Gaspar fueron recibidos con burlas, y cuando abandonó el lugar junto a Claudia, el eco de las risas crueles los siguió como un recordatorio de que la esperanza, a veces, también se ridiculiza.

Entre tanto, Carmen recibió la visita de David, el fotógrafo. En medio del caos, su conversación se volvió un pequeño refugio. David, nostálgico, habló del valor de las cosas sencillas que había perdido: la rutina, la estabilidad, el amor. Carmen lo escuchó con una ternura que apenas disimulaba su propio cansancio, y por un momento ambos se sintieron menos solos en aquel mundo que se desmoronaba.

Pero la tragedia no se detenía. Claudia, intentando aparentar normalidad, se desplomó emocionalmente cuando el pequeño Teo mencionó a Raúl, el hombre que había destrozado su corazón. Salió corriendo de la tienda, ahogada por los recuerdos, y terminó llorando en su habitación, sostenida por Cristina, quien comprendía bien el peso de la pérdida. Claudia, entre sollozos, confesó que ya no le quedaba nada: ni amor, ni trabajo, ni esperanza.

En el despacho de Marta, la oscuridad adoptó la forma de un secreto insoportable. La confesión de Digna sobre la muerte de Eladio seguía persiguiéndola. Escribía en su diario para liberar su mente, pero el miedo volvió cuando el teléfono sonó con insistencia. Al otro lado, solo el sonido del silencio… y una respiración. Marta creyó escuchar el nombre que la atormentaba: Eladio. El terror la paralizó. Cuando Pelayo entró alarmado, ella le confesó que había sido Digna quien mató al hombre que la maltrataba. Pelayo la obligó a calmarse, pero su relato desató en Marta otro recuerdo: el de Santiago, el hombre al que ella misma había disparado años atrás para defenderse.

A través de las lágrimas, Marta se dio cuenta de que compartía con Digna una misma sombra: la de haber matado por miedo. Pelayo, con ternura, la abrazó y le recordó que ninguna de las dos era una asesina, sino una superviviente. Era hora de dejar de odiarse y enfrentar la verdad juntas.

Avance semanal de Sueños de libertad: Cloe, la representante de Brossard,  llega a la colonia

En el hospital, Damián finalmente encontró el valor de visitar a su hijo. Ver a Andrés con vida fue un alivio que casi lo derrumba. Pero la paz duró poco: al hablar del control total de Brossard sobre la fábrica, la rabia regresó. Cuando Digna y Joaquín llegaron con flores, Damián los echó con desprecio, incapaz de perdonar. Solo cuando volvió a sentarse junto a su hijo, el peso de todo lo perdido cayó sobre él: su empresa, su orgullo, su familia.

Y mientras el dolor se extendía por toda la colonia, Gabriel De la Reina preparaba su huida. Con una sonrisa estudiada, anunció a Begoña que viajaría a París para “impugnar la compra” de Brossard. Ella, sin embargo, percibió algo en su mirada: no era un gesto heroico, sino una fuga elegante. Las “irregularidades” que mencionaba parecían más un secreto que una solución. Begoña comprendió entonces que Gabriel no partía para salvar a los suyos, sino para salvarse a sí mismo.

Al caer la tarde, el tren que se alejaba de Toledo llevaba a Gabriel rumbo a Francia. Pero otro tren llegaba, trayendo el rostro del futuro: una mujer alta, elegante, de mirada fría y andar seguro. Su nombre, Chloé Brossard. Su sola presencia bastó para imponer silencio en el andén. No miraba con curiosidad, sino con dominio. Su llegada marcaba un nuevo capítulo para la colonia: uno en el que los sueños serían medidos en cifras, y las emociones, convertidas en contratos.

El mozo se inclinó con respeto al pronunciar su nombre: “Bienvenida a Toledo, señorita Brossard”. Ella respondió con un simple “Oui”, sin una sonrisa. En su mirada brillaba algo más que ambición: el placer de la conquista. Mientras el coche la alejaba hacia la fábrica, el cielo de Castilla se teñía de un rojo furioso, como si presintiera que, con la llegada de Chloé, comenzaba la verdadera ocupación.

El tablero de juego estaba listo. Las piezas, en movimiento. La colonia De la Reina se preparaba para su noche más larga, mientras una nueva enemiga extendía su sombra sobre todos ellos.