La Promesa – Avance del capítulo 707: Ángela y Curro: ¿una fuga bajo la sombra de Catalina?
Ángela y Curro: ¿una fuga bajo la sombra de Catalina? | La Promesa, capítulo 708 (martes 4 de noviembre)
El amanecer se desliza sobre el palacio de Luján con una calma que solo anuncia tormenta. Todo parece suspendido entre la luz y la sospecha, como si las paredes supieran que están a punto de presenciar algo que cambiará el rumbo de muchas vidas. Una carta misteriosa, firmada supuestamente por Catalina, despierta ecos del pasado, heridas no cerradas y nuevas intrigas que vuelven a teñir el aire de incertidumbre.
Ángela, cansada de ser pieza en los juegos de poder de Leocadia, toma una decisión que marcará su destino. Con la determinación en la mirada, se presenta ante su protectora y lanza un ultimátum que nadie esperaba: no habrá boda con Beltrán si no le permite viajar con Curro. En esa frase sencilla vibra todo el desafío de una mujer que ya no quiere obedecer, sino elegir. Leocadia, maestra en el arte de calcular antes de ceder, acepta el trato, aunque deja una amenaza suspendida: si algo sale mal, la factura la pagará Ángela.
Sin saberlo, Curro se convierte en el protagonista de una libertad condicionada. Mientras tanto, Pía y Cristóbal observan con recelo los movimientos de la joven pareja. Sospechan que lo del “viaje” no es más que un intento de fuga, una huida encubierta por el velo de la inocencia. Pía, dividida entre su autoridad y su ternura, advierte a Curro que no cometa errores de los que tenga que arrepentirse. Pero la ilusión del muchacho es más fuerte que cualquier consejo: cree ver, por fin, una salida.

Beltrán, por su parte, se debate entre la sinceridad y la conveniencia. Decide confesarle a Ángela que Leocadia le ofreció una dote para casarse con ella. No lo hace por culpa ni por despecho, sino porque, por primera vez, quiere mirar su reflejo sin mentiras. La reacción de Ángela no es de furia, sino de claridad: ahora sabe con qué moneda compran en esa casa. Su agradecimiento tiene filo de ironía, pero también el brillo de la verdad.
En otro rincón del palacio, Manuel continúa con sus proyectos de aviación. Su taller, donde el metal se mezcla con los sueños, se convierte en escenario de una pequeña batalla entre la experiencia fría y la pasión sincera. Manuel elige a Ambrosio, un obrero humilde pero talentoso, para el nuevo puesto, dejando de lado al refinado don Luis. Su decisión divide opiniones, pero Manuel lo tiene claro: los motores, como las personas, solo funcionan si tienen alma.
La tensión amorosa no tarda en trasladarse a otro frente. Jacobo, consumido por los celos al ver a Martina con Adriano y los niños, se desahoga con Beltrán. La conversación entre ambos revela lo mucho que duelen las sombras del corazón. Jacobo no soporta sentirse reemplazado, pero Beltrán, más sereno, le recuerda que los celos son un perro que solo muerde si uno lo alimenta. Aun así, el consejo no basta. Cuando una nueva carta de Catalina llega a manos de Adriano, el equilibrio vuelve a romperse. Martina y Jacobo quedan atrapados entre la desconfianza y el miedo. ¿Es realmente Catalina quien escribe, o alguien mueve los hilos desde la oscuridad?
Mientras tanto, la cocina de Luján se convierte en el centro de otra investigación. Simona, Candela, Vera y Lope descubren que las recetas de Lope se publican en el periódico con otro nombre. Decididos a desenmascarar al ladrón, trazan un plan ingenioso: incluir un error deliberado en una nueva receta para atrapar al impostor. La justicia, dicen entre risas y rabia, también se cocina a fuego lento.
Petra, la inquebrantable, empieza a mostrar las grietas de su fortaleza. El cansancio físico y los secretos que carga la obligan a detenerse por momentos, aunque su orgullo no le permite confesarlo. Vera nota su fragilidad, pero Petra, fiel a sí misma, mantiene la máscara de autoridad, aun cuando el cuerpo le pide descanso.
Entre tanto, Leocadia da su consentimiento oficial al “viaje” de Ángela y Curro, asegurando que solo será una despedida. Pero todos saben que bajo esa apariencia se oculta algo más grande. Cuando los jóvenes finalmente se encuentran, la decisión está tomada. Ella no quiere ser una víctima ni una sombra, y él no quiere seguir respirando aire prestado. Ambos saben que su partida puede costarles caro, pero quedarse sería peor.
El carruaje parte del palacio con un ruido que suena a despedida y promesa. Leocadia observa su marcha con una sonrisa que nadie sabe si es de triunfo o de advertencia. Pía, desde la ventana, contiene la respiración, mientras Cristóbal se mantiene cerca, preparado para intervenir si el destino decide torcerse. Beltrán, ajeno a la verdad, confunde la ausencia de Ángela con los preparativos de su boda. Solo Jacobo, más lúcido en la desdicha, comprende que las campanas no siempre anuncian felicidad.

En la distancia, el carruaje avanza por el camino polvoriento. Ángela y Curro apenas hablan; el silencio entre ellos dice más que cualquier palabra. Él recuerda su niñez, cuando creía que huir era correr; ahora entiende que huir es atreverse a mirar hacia adelante. Ella, firme, responde que no están huyendo, sino llegando a un lugar donde podrán ser quienes son sin permiso.
De vuelta en Luján, los hilos del destino continúan tensándose. Manuel reflexiona sobre las decisiones que lo mantienen despierto, don Luis planea su revancha, y las cocineras preparan su trampa contra el impostor. Jacobo y Martina, entre el perdón y la duda, buscan consuelo en los sonidos del jardín. Adriano, al descubrir que la carta no está escrita por Catalina, siente alivio y desengaño a partes iguales. La falsificación del dolor también deja cicatrices.
Beltrán, confundido, se mira en el reflejo del agua y apenas se reconoce. Leocadia, en su habitación, vuelve a tocar la carta que desató todo: el verdadero origen de las mentiras sigue guardado entre sus dedos. Afuera, el viento se levanta con la fuerza de lo inevitable.
Y en el camino, el carruaje se detiene brevemente —una herradura floja, un presagio quizá—. Curro revisa el daño mientras Ángela observa cómo la luna los ilumina con una luz cómplice. “¿Seguimos?”, pregunta él. Ella asiente. “Seguimos, pero no huyendo… llegando.”
El látigo del cochero corta el aire. El carruaje retoma su marcha hacia un destino incierto. Detrás, en la finca, una lámpara parpadea en la galería. Nadie sabe si es el gas que titubea o el destino que guiña el ojo antes del próximo giro.
La Promesa vuelve a envolvernos con su mezcla perfecta de secretos, pasiones y venganzas. La carta de Catalina, la huida de Ángela y Curro, y las sospechas que crecen como hiedra sobre los muros del palacio anuncian que nada volverá a ser igual. En Luján, hasta el silencio tiene voz, y cada sombra parece esconder una verdad a punto de estallar.