La Promesa – Avance del episodio 709: Ángela y Curro: una despedida que lo cambia todo en La Promesa…
Ángela y Curro: un adiós que cambia todo en La Promesa
El miércoles 5 de noviembre llega a La Promesa uno de esos capítulos que se quedan tatuados en la memoria de los espectadores. El aire de la montaña, cargado de recuerdos y silencios, será testigo de una despedida que no estaba escrita en ningún guion: la de Ángela y Curro. Lo que comenzó como un último encuentro para cerrar un ciclo, termina siendo una tormenta emocional que removerá los cimientos del corazón y del propio palacio.
Desde la primera escena, la atmósfera respira melancolía. Ángela asciende la montaña con pasos firmes pero con el alma temblando. Curro la sigue, respetando el silencio que siempre los unió más que las palabras. El paisaje es un espejo de su historia: tomillo, romero y viento que huele a promesas no cumplidas. Al llegar al risco donde tantas veces jugaron de niños, ella se detiene. No viene a contemplar el horizonte, sino a enfrentarse a su propio pasado.
Entre ambos, el aire es tan denso que hasta el viento duda en soplar. Cuando Ángela por fin rompe el silencio, su voz parece un hilo que amenaza con quebrarse: ha venido a despedirse. Curro no se sorprende; tal vez siempre supo que ese día llegaría. Sin embargo, la serenidad se disfraza de rabia cuando él entiende que ese lugar —aquel donde todo comenzó— también será el escenario donde su historia termine.
El diálogo entre ambos es un duelo de verdades. Ella saca una cajita de madera y le entrega un alfiler con forma de ala, un símbolo que guarda una historia antigua. No es un regalo, dice, sino una palabra no dicha a tiempo. Él lo recibe sin entender del todo, porque en los adioses nunca hay justicia. Justo cuando la tensión alcanza su punto más delicado, el destino interviene con una interrupción inesperada: un mozo llega corriendo desde el palacio con una noticia que trastoca todo.

Cristóbal ha sido acusado de ser el misterioso “Madame Cocotte”, el autor de las recetas que circulan en los periódicos. Lope, el cocinero, es señalado como cómplice. Ángela y Curro apenas alcanzan a asimilar la noticia antes de regresar. Pero aunque las intrigas de la casa reclamen atención, el peso del adiós sigue colgando entre ellos, inacabado.
Mientras los dos bajan de la montaña, en el palacio las brasas del conflicto ya están encendidas. En las cocinas, Cristóbal interroga a Lope con dureza. Lo acusa de traición, de mentir, de robar. Pero Lope, con la dignidad que siempre lo caracteriza, niega ser “Madame Cocotte” y defiende su honor con la firmeza de quien no teme perderlo todo. Petra, testigo de la escena, decide por fin intervenir. Se enfrenta al mayordomo con una valentía que sorprende a todos. “Deje de gritar”, le dice con una calma que corta el aire. Por primera vez, Petra levanta la voz no para servir, sino para poner límites. Su gesto marca un antes y un después.
Pía, observadora y mediadora, intenta mantener la paz. Promete encontrar al verdadero culpable, pero también entiende que en esa casa la verdad no siempre sirve a quien la busca. Mientras tanto, María Fernández se debate entre el silencio y la confesión de un secreto que podría cambiar su vida. Pía la anima a hablar, recordándole que el silencio no cura, solo asfixia.
En otro rincón del palacio, Manuel se enfrenta a un dilema que nada tiene que ver con el amor, pero sí con el destino. Su proyecto de motores, su sueño de volar, depende de una decisión que Alonso le empuja a tomar desde el corazón. “No elijas por miedo, sino por hambre”, le dice su mentor, recordándole que solo los valientes transforman sus ideas en vuelo.
Martina, por su parte, observa cómo Adriano recibe una carta de Catalina que lo deja en una calma inquietante. Esperaba celos, lágrimas, rabia… y solo encuentra vacío. “A veces la página pasa sola”, le dice ella. Una frase que parece escrita también para sí misma, porque ambos intuyen que no se puede amar en medio del naufragio.
De regreso en el palacio, Ángela y Curro entran todavía cubiertos del polvo del camino. La casa respira un falso sosiego. Petra se cruza con ellos y les anuncia que todo está en orden —o al menos, tanto como puede estarlo—. Pero antes de que las intrigas los engullan, Curro le recuerda a Ángela que aún no terminaron su conversación. En el patio de las magnolias, donde el tiempo se detiene, ella por fin dice lo que llevaba tiempo guardando: no se marcha porque no lo ame, sino porque ha aprendido a quererse. “Si me quedo, te haré daño”, confiesa. Su despedida no es una huida, es un acto de dignidad.
Curro la escucha sin interrumpirla. Comprende que no hay promesas que valgan cuando el amor empieza a doler más de lo que cura. Ella le agradece por haberla hecho valiente sin saberlo, por haberle dado aire cuando soñaba con volar. Él le pregunta, con tristeza, qué fue el malentendido que los rompió. “Pensé que decir adiós era traicionar lo vivido”, responde ella. “Y no. A veces es la única forma de conservarlo”.
El abrazo que sigue no promete eternidad ni retorno. Es un cierre sin estridencias, una despedida que honra lo que fue. Curro la acompaña hasta la verja. Ella se gira dos veces, y en la segunda mirada deja grabado en la memoria el cuerpo del hombre que amó y que, sin saberlo, la deja partir en paz.
Mientras tanto, en la casa grande, Cristóbal se consume por dentro. Las acusaciones y las dudas lo devoran hasta que Petra entra de nuevo en su despacho. Ya no habla con miedo: lo hace con autoridad. Le exige que retire sus palabras contra Lope y que pida perdón. “Algunas veces hay que pedir perdón de pie”, le dice. Él la escucha, cansado pero consciente de que esa mujer lleva razón. Petra no solo lo desafía, sino que le salva del ridículo.
Pero la calma dura poco. Cuando parece que la tormenta se disipa, el periódico vespertino trae una nueva sorpresa: una nueva columna de “Madame Cocotte”, esta vez no con recetas, sino con una sátira directa contra la disciplina del palacio. Petra la lee con la serenidad de quien ya sabe que la guerra ha comenzado. Dobla el periódico, se lo lleva a Cristóbal y anuncia: “Ahora sí, van a escuchar a Petra”.
Y mientras la intriga se enreda entre las paredes, el motor de Manuel empieza a despertar en el taller. Curro, con el dolor todavía fresco, se refugia en el trabajo. El adiós de Ángela no le ha quitado las fuerzas, se las ha devuelto. Porque hay heridas que no se curan, pero enseñan a seguir.
La noche cae sobre La Promesa con una calma que no es paz, sino tregua. En cada rincón del palacio, alguien ha dado un paso que lo cambia todo: Petra se ha rebelado, Pía ha tomado el mando, María Fernández empieza a mirar su verdad de frente, Manuel se atreve a decidir, y Ángela… ha aprendido que amar también puede significar irse.
Un episodio lleno de giros, confesiones y silencios que dicen más que las palabras. Porque en La Promesa, el amor y el destino nunca caminan por caminos separados —solo aprenden, con el tiempo, a despedirse con respeto.