Avance Sueños de Libertad Capítulo 433-437 | El Perfume de la Libertad y las Mentiras

🔥 “El perfume de la libertad: cuando el aroma se vuelve traición” 🔥

El cielo amaneció cubierto por un gris tan espeso que parecía presagiar el fin de una era. En la vieja fábrica de perfumes de la Reina, la luz entraba torcida entre las ventanas cubiertas de polvo, tiñendo de melancolía los frascos vacíos que esperaban ser llenados de nuevo. Marta, con las manos frías apoyadas en la barandilla del segundo piso, miraba hacia abajo el silencio inquietante del taller. Las máquinas habían callado, y solo el murmullo nervioso de los obreros rompía el aire. “Ya llegaron los franceses”, susurró Gaspar, apretando su gorra como si con ello pudiera contener el miedo.

Entonces apareció una mujer vestida de azul marino, con una sonrisa tan dulce como peligrosa: Chloe Boys, representante de Brosart. Su voz, suave y melosa, tenía el filo del acero. Desde ese instante, Marta supo que su llegada no traía promesas, sino advertencias. Recordó las palabras de su padre, Don Damián: “Nunca confíes en quien huele demasiado bien, hija; el perfume perfecto siempre oculta veneno.”

La reunión fue un cuchillo invisible. Chloe habló con calma, anunciando una “reestructuración necesaria”: recortes de personal, reducción de costes, nuevos métodos de pago. Cada palabra pesaba como plomo. Joaquín bajó la cabeza; entendía que no era una propuesta, sino una sentencia. Tasio intentó defender a los suyos, pero Chloe lo fulminó con una frase que heló la sala: “Las personas que se quedan toda la vida son las más difíciles de cambiar.”

Aquel día, el corazón de la fábrica dejó de latir. Joaquín, solo en su oficina, sostenía la lista de despidos; cada nombre era una historia, una vida que había compartido pasillos y sueños. Chema, su cuñado, lo enfrentó con lágrimas en los ojos: “No puedes hacerme esto.” Pero Joaquín, destrozado, solo pudo decir: “No tengo elección.” Cuando Chema salió dando un portazo, el eco resonó como un veredicto.

Sueños de Libertad', avance del capítulo 307 del jueves 15 de mayo: Una  despedida y María, sobornada

Mientras tanto, Begoña acariciaba su vientre. Su hija Julia, ensimismada frente a la lluvia, preguntó con voz temblorosa: “¿Cuando nazca el bebé, aún me vas a querer?” Esa pregunta abrió una grieta invisible. Algunas heridas, comprendió Begoña, no se curan con ternura.

Esa noche, Marta regresó a casa empapada. Entre sus manos llevaba una carta anónima: “La persona en la que más confías es quien hizo desaparecer a Jesús.” Al leerla, sintió el suelo ceder bajo sus pies. Jesús, aquel obrero que murió en el “accidente” de la válvula, había descubierto algo que muchos querían ocultar. En el espejo, su reflejo le devolvió una mirada desconocida: fría, decidida, peligrosa.

Los días siguientes fueron una sucesión de sospechas y silencios. La fábrica reabrió, pero el zumbido de las máquinas sonaba más a miedo que a trabajo. Chloe observaba cada movimiento, calculando con precisión de reloj suizo. “Amar algo no significa aferrarse al pasado”, le dijo a Marta. Pero Marta no podía evitar pensar que, sin ese pasado, ellos no eran nadie.

Damián le propuso un pacto imposible: aceptar el cargo de directora general para recuperar el poder desde dentro. “Es una guerra”, le advirtió él. “Y en las guerras, la paz solo pertenece a los muertos.”

Mientras tanto, en casa, Begoña notaba cómo Julia se alejaba más y más. La niña buscaba respuestas que los adultos se negaban a darle. Una tarde, desapareció. Su madre la halló en el viejo taller, sosteniendo una foto de Jesús. “Dicen que era bueno”, susurró Julia. “Lo era”, respondió Marta. “Y alguien no quiere que lo recordemos.”

El regreso de la niña no trajo calma, sino nuevas preguntas. Gabriel, el esposo de Begoña, se mostraba cada vez más sombrío. Marta encontró en su despacho un sobre con el sello de Brosart Group. Era un contrato: la cesión del 31% de las acciones. “Fuiste tú quien les abrió la puerta”, murmuró Begoña esa noche, mirando a su marido con el alma rota.

En paralelo, Chloe ejecutaba su plan con precisión quirúrgica. Había prometido al enigmático Monsieur Brosart borrar cualquier rastro del nombre de Jesús. “Elimina el problema”, le ordenaron desde París. Chloe colgó el teléfono, encendió un cigarrillo y, frente a su reflejo, susurró: “Hermosa, fría y peligrosa… justo como un perfume que mata despacio.”

Pero el azar —o la justicia— aún no había dicho su última palabra. Marta descubrió, escondido en el archivo, el cuaderno de Jesús. Las últimas páginas hablaban de una manipulación intencionada de las válvulas. Cuando se lo mostró a Joaquín, el miedo se transformó en determinación: “Tenemos que hacerlo público.”

Sin embargo, la reunión del consejo fue una farsa. Chloe presentó su “nuevo perfume”: Libertad. Aquel nombre era una burla cruel. Marta la enfrentó: “Has destruido todo lo que amábamos.” Chloe, con una sonrisa de hielo, replicó: “Para crear algo nuevo, hay que quemar lo viejo.”

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La votación terminó en derrota. Brosart se adueñó de la fábrica. Joaquín, desesperado, buscó el cuaderno de Jesús… pero las páginas estaban en blanco. “Quizás la verdad era solo un sueño”, murmuró Chloe antes de marcharse, dejando en el aire un aroma a humo y derrota.

Esa noche, Begoña encaró a Gabriel. “¿Lo hiciste por nosotros o por ti?” Él no supo responder. Julia escuchó la discusión desde la escalera, y en su silencio comprendió lo que los adultos nunca admitirían: todos mentían.

Marta, decidida, entró en el despacho de Chloe. “Destruiste el cuaderno.”
“No lo destruí, lo liberé”, respondió ella. “Jesús pertenece al pasado. Este perfume es mío ahora.”
Fuera, Joaquín grababa la conversación, pero una sombra apareció detrás. La lámpara cayó, la luz parpadeó y un olor a perfume quemado llenó el aire.

En el reflejo del cristal, Chloe murmuró: “¿Crees que luchas por la verdad, Marta? Yo lucho por existir.”

La lluvia golpeó los ventanales como aplausos de un público invisible. Afuera, la ciudad dormía ignorando que, dentro de la fábrica, la verdadera guerra apenas comenzaba.

Y mientras las primeras gotas de Libertad se destilaban en secreto, cada personaje entendía que el perfume más fuerte no es el que se vende, sino el que deja cicatriz.

Próximamente: la parte seis revelará quién sobrevivirá al aroma de la traición. Porque en la fábrica de la Reina… incluso la verdad huele a mentira.