LA PROMESA – Antes de morir, Petra revela un secreto aterrador que llevará a Leocadia a la cárcel.
Petra descubre el veneno de la traición
En los próximos capítulos de La Promesa, el destino cobrará un precio alto. Lo que parecía un simple malestar en el cuerpo de Petra se transformará en una pesadilla silenciosa que revelará uno de los secretos más oscuros de la mansión. Desde el amanecer, cuando la luz del sol se filtre por las ventanas y despierte el movimiento del palacio, algo en el aire se sentirá distinto. Petra, fiel a su deber, estará de pie antes que nadie, pero una punzada extraña en la espalda la obligará a detenerse. Intentará disimular, convencida de que solo es cansancio, pero su cuerpo, agotado y traicionado, comenzará a enviarle señales que ya no podrá ignorar.
A medida que avanza la mañana, el dolor se extenderá como una sombra: primero en los brazos, luego en las piernas. Cada paso le pesará como si cargara el peso de todos los años que ha servido en La Promesa. Sin embargo, su orgullo será más fuerte que su sufrimiento. “Trabajar es lo único que me queda”, pensará, sosteniendo una cesta de toallas que apenas podrá levantar. Pero el cuerpo no obedecerá más. En un instante, el dolor se convertirá en vértigo y, entre jadeos, Petra buscará la pared para sostenerse. Apenas llegará a su habitación antes de desmoronarse sobre la cama.
Cuando Cristóbal, el médico del palacio, la encuentre allí, la amonestará con dureza. “No es momento de descansar”, dirá con frialdad, sin advertir que la mujer que tenía delante no fingía, sino que se estaba apagando. Petra, con humildad, prometerá volver al trabajo de inmediato, aunque sus fuerzas estén a punto de quebrarse. Cuando él se marche cerrando la puerta con brusquedad, las lágrimas se asomarán, pero ella las contendrá, limpiándose el rostro con el delantal. En silencio, volverá a la cocina, dispuesta a cumplir su deber.
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Allí, sus compañeras notarán algo extraño. María, siempre atenta, verá el temblor en sus manos, el color ausente de su rostro. “¿Está segura de que se encuentra bien?”, preguntará. Petra, fiel a su carácter, restará importancia. Pero al intentar alcanzar una bandeja en el estante más alto, su cuerpo no resistirá. El sonido del metal al caer resonará en toda la cocina. Petra se desplomará al suelo mientras las criadas gritan desesperadas. María correrá hacia ella, sosteniendo su cabeza. “¡Petra, hábleme, por favor!” Pero apenas podrá oír un susurro débil: “Solo fue un mareo…”
Entre todas la llevarán de regreso a su habitación. María, con firmeza, le ordenará descansar. “Si Cristóbal tiene algo de decencia, entenderá que está enferma”, le dirá. Petra, demasiado exhausta, se rendirá y cerrará los ojos. Por primera vez en años, alguien la cuidaba sin exigirle nada. Horas después, María regresará y la encontrará dormida. El rostro de Petra parecerá tranquilo, pero esa calma será solo el preludio de algo siniestro. En el pasillo, Cristóbal observará desde la puerta, y por un instante, la dureza de su semblante se suavizará. Quizá, pensará, fue demasiado severo.
Sin embargo, la noticia de su desmayo no tardará en llegar a los oídos equivocados. En los aposentos de Leocadia, Cristóbal informará con tono grave: “Petra cayó en la cocina. No creo que esté en condiciones de continuar.” Leocadia, frente al espejo, detendrá su mano al escuchar esas palabras. Una sonrisa fría se dibujará en su rostro. “Por fin —dirá con fingida sorpresa—, ya era hora de que el plan empezara a dar resultado.” Cristóbal fruncirá el ceño. “¿El plan?” Pero ella no dejará lugar a dudas. “Sabes perfectamente de qué hablo. Esa mujer es un obstáculo. Si no se va por las buenas, se irá por las malas.”
María, que pasaba por el pasillo con un cubo y un paño, escuchará la conversación tras la puerta entreabierta. La sangre se le helará al oír la orden final de la marquesa: “Cristóbal, despide a Petra hoy mismo. No quiero verla un día más en este palacio.” Sin pensarlo, dejará caer el cubo y correrá hasta el cuarto de Petra. “¡Petra, abre! He oído algo terrible.” Al entrar, encontrará a la ama de llaves pálida, pero consciente. Petra la escuchará en silencio y, en lugar de sorpresa, mostrará resignación. “Así que por fin llegó el día”, dirá con calma. María, confundida, no podrá creerlo. “¿Ya lo sabía?” “Siempre lo supe, niña. Leocadia no soporta mi presencia. Pero no pienso irme sin luchar.”
A partir de ese instante, algo cambiará en los ojos de Petra. Su cansancio se transformará en determinación. “He permitido que me humillen demasiado tiempo —dirá con voz temblorosa pero firme—. Tal vez ha llegado el momento de que alguien ponga fin a tanta impunidad.” María la escuchará con el corazón encogido. “Si sabe algo, debe contárselo al marqués”, insistirá. Pero Petra negará con la cabeza. “Aún no. Sin pruebas, mis palabras no valen nada. Pero dejaré todo por escrito. Si algo me pasa, entrégaselo tú.” María, con lágrimas en los ojos, prometerá hacerlo.
Esa noche, el silencio del palacio ocultará el sonido de los pasos furtivos de Leocadia. La mujer, intranquila, mandará llamar a Cristóbal. “Petra sabe demasiado”, confesará en voz baja. Él se mostrará nervioso. “¿Está segura?” “Completamente. No puedo arriesgarme.” Su tono será gélido cuando pronuncie la sentencia. “Tú le recetaste calmantes, ¿no es así? Solo hazlos un poco más… eficaces.” Cristóbal vacilará, pero Leocadia lo acallará con una mirada cargada de amenaza. “Nadie sospechará. Solo verán a una criada vieja que no soportó más el cansancio.”
A la mañana siguiente, María intentará visitar a Petra, pero encontrará la puerta cerrada. Horas después, Leocadia entrará con un frasco en la mano. La mujer dormirá profundamente, pálida y agotada. “Nunca supiste cuál era tu lugar”, murmurará Leocadia vertiendo el veneno en el vaso de agua junto a la cama. Pero antes de salir, Petra abrirá los ojos. “¿Vino a visitarme, señora?”, dirá con ironía. Leocadia se inmovilizará. Petra se incorporará con esfuerzo. “¿O vino a asegurarse de que no me levante más?”

La tensión llenará la habitación. “No sé de qué habla”, responderá Leocadia fingiendo calma. “Oh, claro que lo sabe”, replicará Petra con una sonrisa amarga. “Sé lo que hizo con Hann. Vi cuando ordenó eliminar las pruebas para culpar a Cruz. Pensó que nadie lo descubriría, pero lo dejé todo escrito. Alguien de confianza tiene ese documento.” Leocadia palidecerá. “Miente.” “Ya lo veremos. Tal vez no viva para contarlo, pero usted pagará.”
Desesperada, Leocadia intentará quitarle el vaso, pero Petra lo sujetará con fuerza. “Demasiado tarde”, dirá con voz débil pero triunfante. “Su veneno ya no servirá de nada. Mi verdad ya está a salvo.” La marquesa, fuera de sí, empujará la bandeja con violencia. Petra caerá sobre la cama, jadeante, mientras el dolor le atraviesa el pecho. Aun así, reunirá sus últimas fuerzas para sujetar el brazo de su enemiga. “Yo ya te he vencido. Ellos sabrán la verdad. Tú no volverás a dormir en paz.” Esas serán sus últimas palabras antes de cerrar los ojos para siempre.
Leocadia quedará petrificada, observando cómo la vida abandona el cuerpo de la ama de llaves. Pero cuando crea haber borrado toda evidencia, notará una nota sobre la mesa. La leerá temblando: el nombre de Hann y los detalles del crimen. Desesperada, romperá el papel en pedazos. Sin embargo, al salir al pasillo, se topará con María, que sostiene un sobre idéntico en las manos. “Buscaba esto, ¿verdad?”, dirá la joven con voz firme. “Petra me lo entregó anoche. Me pidió que, si algo le pasaba, se lo diera al marqués.”
Leocadia palidecerá por completo. “Tú no harías eso.” Pero María la mirará con una fuerza nueva. “Sí lo haré. Petra puede haber muerto, pero su verdad vivirá. Y usted, señora, acaba de sellar su destino.” Por primera vez, la marquesa sentirá algo que creía olvidado: miedo.
Así terminará una de las escenas más impactantes de La Promesa. El sacrificio de Petra revelará la verdadera cara de Leocadia y desencadenará un giro que cambiará para siempre el destino del palacio. Porque, incluso muerta, Petra seguirá hablando desde sus escritos… y su justicia apenas comienza.