Avance de Sueños de Libertad, capítulo 432: La jugada más peligrosa de Pelayo

Avance ‘Sueños de libertad’: El movimiento más peligroso de Pelayo, en el capítulo 432 (7 de noviembre)

El amanecer del viernes 7 de noviembre se levantó con una calma engañosa sobre la mansión de los De la Reina. Los primeros rayos de sol se colaban entre las cortinas, pero la luz era incapaz de atravesar la atmósfera densa que impregnaba cada rincón. Había silencio, sí, pero no de serenidad, sino de miedo y de verdades aún no dichas. En el cuarto infantil, Begoña observaba a Julia con el corazón encogido. La pequeña, sentada junto a la ventana, dibujaba figuras en el vidrio empañado, sumida en un mutismo que dolía más que cualquier palabra. Desde que supo del embarazo, su alegría había desaparecido, reemplazada por una sombra agria de celos y tristeza.

Con una paciencia casi maternal, Begoña intentó acercarse a ella, prometiéndole una visita a la tienda de dulces. Pero Julia, rígida y distante, apenas la escuchó. Hasta que, de pronto, explotó: “¡No quiero un hermanito! ¡No quiero nada!”. Su rabia era la voz de un miedo antiguo. Corrió fuera del cuarto dejando tras de sí a Begoña hundida en lágrimas. Digna, al verla así, entendió al instante lo que ocurría. Con su habitual calma, le recordó que los niños sienten tormentas que los adultos no comprenden. Prometió encargarse, convencida de que un poco de cariño y chocolate caliente podrían hacer el milagro que Begoña no lograba.

Mientras tanto, en la fábrica, el ambiente era un hervidero. La orden de Brossard de despedir a la mitad de la plantilla había caído como una bomba. Cien familias quedarían en la calle. Marta De la Reina recorría el despacho con la furia de una fiera acorralada, mientras Joaquín revisaba los números que no cerraban. Tasio, en cambio, se hundía en un silencio resignado. Sabía que le tocaba ejecutar la orden. “No hay alternativa”, murmuró. Marta no podía creerlo. ¿Cómo podía aceptar destruir la vida de sus compañeros? Pero Tasio, con el alma rota, le explicó que si él no lo hacía, otro lo haría con menos compasión. “Al menos haré que el corte sea limpio”, dijo con amargura. Marta lo llamó cobarde, sin saber que aquellas palabras se clavarían en él como un cuchillo.

Avance del próximo capítulo de 'Sueños de Libertad' del jueves 10 de abril:  La caída de Pelayo

El golpe más duro llegó cuando Joaquín le confesó que entre los despedidos estaba Chema, su propio cuñado. Tasio lo sabía. Brossard lo había puesto en la lista para ponerlo a prueba. Y, destrozado, se resignó a cumplir. Mientras tanto, Marta comprendía que solo una cosa podría darle control: aceptar el puesto que Chloé le ofrecía, el de directora de la empresa. “Si estoy dentro, puedo cambiar algo. Si estoy fuera, no soy nadie”, sentenció con fría determinación.

En la tienda, Chloé Brossard desplegaba su propio tipo de crueldad. Ante las dependientas, anunció el fin del salario fijo. A partir de ahora, todo sería por comisión. “Si vendes, ganas; si no, quizás no sirves para esto”, dijo con una sonrisa glacial. Las chicas, horrorizadas, comprendieron que la francesa las estaba enfrentando entre ellas. Luz y Carmen intercambiaron miradas de espanto. Carmen, sin embargo, no pensaba en la competencia, sino en su hermano. Algo dentro de ella le decía que lo peor aún estaba por llegar.

Y no se equivocaba. En la fábrica, Tasio comenzó la dolorosa tarea de leer los despidos. Uno a uno, los obreros desfilaban ante él, con la desesperación reflejada en sus rostros. Cuando llegó el turno de Chema, el aire se congeló. Tasio no pudo mirarlo a los ojos. “Lo siento, Chema… estás en la lista”, susurró. Su cuñado reaccionó con una mezcla de incredulidad y furia. Lo acusó de traidor, de haberse vendido, de haber olvidado sus raíces. Gritó tanto que todos se detuvieron a mirar. Y luego se marchó, prometiendo que nunca lo perdonaría.

Ciego de rabia, Chema irrumpió en la tienda donde Carmen atendía. Allí, delante de todos, le soltó la bomba: “¡Tu marido me ha despedido! ¡A mí, su cuñado!”. Carmen, incrédula, trató de defender a Tasio, convencida de que había sido una imposición de los franceses. Pero su hermano no quiso escuchar. “¡Te has casado con un cobarde!”, gritó antes de salir, dejando a su hermana deshecha entre lágrimas y perfumes rotos.

En la casa Merino, Digna logró lo que Begoña no pudo. Con la ayuda de Teo, consiguió que Julia hablara. La niña, entre sollozos, reveló el origen de su dolor: “Begoña no es mi mamá de verdad… y ese bebé sí será su hijo”. El miedo al abandono, esa vieja herida, había despertado. Digna la abrazó con ternura, prometiéndole que jamás dejarían de quererla. Comprendió entonces que debía hablar con Begoña, aunque fuera una conversación dolorosa.

Mientras las emociones se desbordaban en la ciudad, Pelayo De la Reina se movía en las sombras. En la prisión, se enfrentaba a Eladio, un hombre que intentaba chantajearlo con información comprometedora. Eladio le exigía dinero, convencido de tener el control. Pero Pelayo, frío como el mármol, lo miró con desprecio. “No has intentado chantajear a un hombre —le dijo—, has intentado chantajear a un imperio”. Salió de la sala y, sin titubear, sobornó a dos funcionarios para “darle una lección” al preso. No sería un asesinato, pero sí un aviso brutal. Su orden fue clara: que desapareciera. Así, el patriarca sellaba otro pacto con la oscuridad, convencido de que la reputación de su familia valía cualquier precio.

De vuelta en la mansión, las noticias de los despidos estallaron como dinamita. Damián rugió de furia, maldiciendo a los “sanguijuelas francesas”. Cuando Marta le reveló que Chloé le había ofrecido el cargo de directora, su ira se transformó en cálculo. “Una De la Reina al mando… eso cambia todo”, murmuró, viendo una oportunidad en medio del desastre. Nadie, sin embargo, se dio cuenta de que Andrés, callado, estaba viviendo su propia revolución interna.

Damián empieza a sospechar de Pelayo y Darío, ¿descubrirá que son más que  amigos?

La conversación con la doctora Luz había despertado algo en él. Ya no quería huir de sus recuerdos, quería enfrentarlos. Por eso, cuando anunció que iría a la fábrica, nadie lo creyó capaz. “Voy a la sala de calderas”, dijo. María, aterrada, intentó detenerlo. Pero Andrés estaba decidido. Sabía que allí, en el corazón calcinado de la fábrica, se escondía la verdad.

Al llegar, el olor a metal quemado y ceniza lo golpeó con fuerza. La sala era una tumba abierta. Caminó entre los escombros, guiado por una certeza instintiva. “Estaba aquí…”, murmuró. Y en ese instante, los recuerdos regresaron como una avalancha. El ruido, el vapor, el calor insoportable… y Gabriel. Lo vio con claridad. Los dos intentando contener la presión de la caldera, los gritos, la desesperación. Gabriel empujándolo justo antes de la explosión. Gabriel muriendo para salvarlo.

El grito de Andrés desgarró el aire. Se arrodilló, llorando con una mezcla de rabia y culpa. “¡Me salvó! ¡Se sacrificó por mí!”. Damián trató de consolarlo, pero sus palabras solo encendieron más su furia. “¡Me mentisteis! ¡Todos!”. En sus ojos brillaba una nueva luz, la del recuerdo recobrado, pero también la del odio. Porque en su memoria aún faltaban piezas, y todas apuntaban a un nombre: María.

Al salir de la sala de calderas, Andrés ya no era el mismo hombre. La amnesia había muerto. Ahora sabía lo suficiente para entender que lo habían engañado, pero no todo. Gabriel había dicho algo antes de morir: “Dile a María…”. Y esa frase, suspendida entre el pasado y el presente, se convirtió en la chispa de una verdad más peligrosa que cualquier explosión.

Pelayo había movido su pieza más arriesgada, y Andrés estaba a punto de descubrir el secreto que los De la Reina llevan años enterrando. El verdadero peligro no era Eladio, ni Brossard, ni los despidos. Era la memoria de un hombre que acaba de despertar. Y con ella, la promesa de una venganza que podría arrasar con todos.