AVANCE DE SUEÑOS DE LIBERTAD, JUEVES 11 DE SEPTIEMBRE ANTENA 3, CAPITULO 394,UNA NOTICIA DEVASTADORA
El capítulo 394 de Sueños de Libertad, correspondiente al jueves 11 de septiembre, abre un nuevo abanico de emociones, secretos familiares y dilemas imposibles. La historia se sumerge en el corazón de los Merino, donde las tensiones, la rabia contenida y la resignación conviven en un mismo espacio.
La trama arranca con Joaquín, quien, en conversación con su hermano Luis, comenta que su madre Digna solo encuentra sosiego cuando está con su nieto Teo. En esos breves instantes, dice, ella logra apartar los miedos que la rodean. El niño se convierte en un refugio, en un bálsamo temporal que la protege de la tormenta que vive en silencio. Pero lo que en Joaquín suena a esperanza, en Luis despierta la furia: su rostro endurecido refleja la impotencia de quien no puede más. Con voz temblorosa, admite que lo único que desea es enfrentarse a Pedro y hacerlo pagar por todo el daño causado.
El ambiente se vuelve aún más denso cuando Digna, con la mirada perdida, reúne a sus hijos y les confiesa que lo único que anhela es pasar tiempo con ellos y con sus nietos. “No quiero pensar en la prisión”, dice con un nudo en la garganta, “me aterra la idea de estar lejos de vosotros.” Luis, incapaz de contener la rabia y el dolor, responde con crudeza: “Mamá, ya estás en una prisión. Esta casa es tu cárcel, y Pedro es el carcelero que te roba la vida.” Sus palabras, duras pero cargadas de amor, dejan en evidencia la desesperación de un hijo que no soporta verla sometida.
En medio de este tenso intercambio, suena el teléfono. Es Luz, que anuncia con voz grave que Pedro ha sido ingresado de urgencia en el hospital de Toledo. Joaquín reacciona de inmediato, pidiendo a su madre que no acuda. “No tiene sentido que estés a su lado después de todo lo que ha hecho”, le suplica. Pero Digna, en un gesto de calma que contrasta con el caos, insiste en que debe ir. No lo hace por amor, sino por lo que considera una obligación moral. “Pedro me ha pedido que esté allí. No puedo ignorarlo”, afirma. Su decisión, más que un gesto de afecto, es la muestra de una carga que siente como inevitable.
Cuando Gema se entera, no puede contener su indignación. “¿Cómo puede volver con él después de todo lo que nos hizo?”, exclama, incapaz de comprender. Joaquín intenta aclarar que Digna no actúa por voluntad propia: Pedro la chantajea, amenazándola con denunciarla por abandono de hogar. Gema, frustrada, sacude la cabeza repitiendo que no entiende cómo alguien puede permanecer junto a quien tanto daño ha infligido.
Mientras tanto, en otro escenario, Begoña se encuentra con María. La mujer, con la mirada apagada, se niega a recibir ayuda médica. Su voz, impregnada de resignación, revela que ya no espera nada de la vida. “Me lo han quitado todo: quería ser esposa y madre, y me lo arrebataron.” Begoña, preocupada, intenta convencerla de que aún hay caminos por recorrer, pero María se aferra a la tristeza: nada podrá devolverle lo perdido, y se siente vacía, sin propósito.
En el laboratorio, Irene busca a Cristina para desahogarse. Le cuenta que habló con Pedro, ofreciéndose a volver con él si le revelaba dónde estaba José. Pero Pedro no cedió, solo pidió su perdón. Irene está convencida de que él conoce la verdad, aunque la oculte. Cristina, igual de firme, coincide: “Pedro sabe dónde está Pepe, pero su orgullo no lo deja admitir.” Luego añade que el detective confirmó lo imposible de la búsqueda: alguien se ha encargado de borrar todas las huellas. Irene, sombría, sentencia que Pedro tiene los días contados. Cristina se ofrece a acompañarla al hospital, pero Irene rechaza la idea: “Si algo pasa, Luz nos avisará. Decidiré entonces qué hacer.”
En otro frente, don Damián recibe la visita de un sacerdote en su despacho. Este le ofrece consuelo por la muerte de Ángela y le recuerda que la fe puede brindar fortaleza. Pero lo que sigue lo golpea con fuerza: Tasio, su propio hijo, no quiere que asista al funeral ni al entierro de su madre. Damián queda atónito. Con voz firme y llena de indignación, responde: “Jamás renunciaré a despedirme de Ángela. Es la madre de mi hijo, y tengo derecho a darle el último adiós.” El sacerdote le pide prudencia, pero Damián insiste: nada ni nadie le impedirá cumplir con ese acto.
Por otro lado, Luz insiste a Irene para que visite a su hermano enfermo. El cáncer está muy avanzado, advierte, y puede que no tenga otra oportunidad. Pero Irene, firme en su postura, argumenta que alguien debe ocuparse del trabajo, sobre todo ahora que la muerte de Ángela complica aún más la situación. Luz le recuerda que después podría ser demasiado tarde, pero Irene, obstinada, retrasa la decisión.
En medio de todo esto, Damián, abatido y vulnerable, se acerca nuevamente a Irene. Confiesa con dolor que Tasio le ha prohibido estar en el funeral de Ángela. Su voz se quiebra al reconocer que incluso su propio hijo lo rechaza. Admite errores, reconoce daños irreparables, pero también agradece que al menos Cristina esté a salvo. Con un destello de esperanza, añade: “Quiero creer que algún día Tasio encontrará la paz para perdonarme, y que podremos reconstruir, aunque sea lentamente, lo que nuestra familia perdió.”
El episodio concluye con la sensación de que los personajes se mueven en un tablero de decisiones dolorosas: Digna atrapada entre la lealtad forzada y el deseo de libertad, Luis consumido por la rabia, Irene resistiéndose a enfrentar el presente, María perdida en la desesperanza, y Damián luchando por despedirse de la mujer que marcó su vida. Todo se entrelaza en una atmósfera donde la noticia devastadora —la enfermedad de Pedro, la muerte de Ángela, la desaparición de José— no solo golpea a cada uno, sino que cambia el curso de sus destinos.