Avance Sueños de Libertad, capítulo 390: María vuelve a ser María
El amanecer del miércoles 10 de septiembre tiñó Toledo con un suave tono melocotón, proyectando una calma aparente sobre la ciudad que contrastaba con la tormenta emocional que se gestaba dentro de la mansión De la Reina. Los primeros rayos de luz se filtraban por los ventanales, iluminando alfombras persas y muebles antiguos que habían sido testigos silenciosos de glorias y desgracias familiares. Sin embargo, la paz prometida por aquel amanecer era solo un espejismo. La tensión era palpable: un aire cargado de electricidad predecía conflictos inminentes.
Damián De la Reina, patriarca acostumbrado a controlar cada detalle de su entorno, reunió a sus hijos en el salón principal. Su rostro, normalmente un mapa de autoridad y serenidad, reflejaba ahora preocupación y cansancio profundo, más allá de lo físico. Andrés y Marta, al observarlo, percibieron el peso que no solo provenía de los asuntos empresariales recientes, sino de una intranquilidad que presagiaba decisiones críticas. Damián les anunció noticias sobre Pedro Carpena, un nombre que evocaba conflictos, traiciones y derrotas amargas. Según fuentes confiables, Pedro estaba gravemente enfermo, enfrentando una enfermedad terminal. La noticia cayó como una mezcla extraña de alivio y preocupación: la caída de un enemigo formidable ofrecía oportunidades, pero también recordaba la fragilidad y el riesgo de cada plan.
Marta, siempre pragmática, comenzó a trazar estrategias inmediatas. Si Pedro dejaba la presidencia, el control corporativo podría quedar vulnerable. Su hermano Joaquín carecía de la experiencia y el respaldo para sostener el poder por sí solo. Damián, con el instinto de un viejo león, entendió que debían actuar rápido para mantener su influencia sobre los socios y bancos, anticipándose a cualquier último movimiento que Pedro pudiera preparar. Pero el patriarca también sabía que Pedro era impredecible, y su plan de sucesión podía incluir sorpresas que ningún De la Reina esperaba. Mientras ellos tejían sus estrategias, otro drama, mucho más personal y desgarrador, se desarrollaba en la casa de los Carpena.
Digna se despertó marcada por los moratones de la noche anterior, un reflejo de un conflicto físico y emocional que había dejado cicatrices visibles e invisibles. Su rostro, ante el espejo, era un testimonio de dolor, miedo y resignación. Pedro Carpena, con su salud deteriorada, intentaba justificarse, alegando celos y enfermedad, pero su presencia intimidante y dominante convertía cada palabra en amenaza. Digna solo deseaba alejarse de él y proteger a sus hijos, pero la manipulación y el terror psicológico la mantenían prisionera, mostrando que la violencia no siempre necesita cadenas físicas.
En paralelo, el matrimonio de Luis de la Reina y Luz Borrell se encontraba al borde del colapso. El silencio durante el desayuno hablaba más que cualquier conversación. La confesión de Luis sobre el beso con Cristina no había aliviado la tensión; al contrario, había solidificado un muro de hielo entre ellos. Luz, herida y desconfiada, reconocía la conexión natural entre Luis y Cristina, un vínculo que nunca había sentido con ella. Buscando apoyo y claridad, se refugió en Begoña, compartiendo la mezcla de dolor, celos y desesperanza que sentía. Begoña, con empatía, la escuchó, entendiendo que a veces el amor se enfrenta a verdades incómodas que no pueden ignorarse.
Mientras tanto, la fábrica de Perfumerías De la Reina estaba sumida en el caos. La visita de los inspectores de sanidad paralizó la producción y evidenció deficiencias críticas. Andrés, como responsable interino, trataba de mantener la calma y ofrecer soluciones, pero sentía la presión de cada error y la mirada acusadora de Joaquín y Tasio. Cada fallo parecía una mancha personal en su honor, aumentando la sensación de que la empresa, su vida y su matrimonio se desmoronaban al mismo tiempo.
En medio de esta vorágine, Ángela se movió por instinto maternal. Temiendo por la seguridad y el futuro de su hijo Tasio, confrontó a Pedro Carpena, buscando protegerlo de cualquier manipulación. Pedro, a pesar de su enfermedad terminal, mostró su arrogancia intacta, subestimando los temores de Ángela y tratando de justificar su control sobre su hijo. La revelación de su cáncer y su plan de convertir a Tasio en su sucesor añadió una presión inmensa sobre el joven, atrapado entre el deber, la ambición y la manipulación de un mentor moribundo.
En medio de todo esto, la intervención del párroco don Agustín sobre la adopción de un niño actuó como detonante emocional para Andrés. Su resistencia y fatiga acumulada explotaron al recibir la sugerencia de reconsiderar la adopción, un gesto que María veía como esperanza para reconstruir su matrimonio y formar una familia. Sin embargo, Andrés, abrumado por la crisis empresarial, los conflictos familiares y el desgaste emocional, respondió con frialdad y desdén. Su negativa fue definitiva, rechazando no solo la adopción, sino también cualquier posibilidad de reconciliación con María, dejándola devastada.
El enfrentamiento entre Andrés y María en el salón de la mansión se convirtió en el clímax del capítulo. María, llorando, suplicó una nueva oportunidad, deseando que su matrimonio pudiera renacer. Pero Andrés, cargado de resentimiento y agotamiento, le reveló una verdad brutal: no la amaba, solo la mantenía cerca por compasión y culpa. Su declaración, fría y certera, destruyó las esperanzas de María, obligándola a enfrentar la realidad de un matrimonio roto e irremediable.
Sin embargo, del dolor surgió una transformación. La vulnerabilidad de María dio paso a una determinación fría y calculadora. Su tristeza se convirtió en fuerza, y la víctima que parecía haberse rendido resucitó como la versión más poderosa y peligrosa de sí misma. Con lágrimas secas, marcó un nuevo rumbo: no aceptaría un “no” por respuesta. Tomó el teléfono con decisión y marcó un número, anunciando a Gabriel que necesitaba su ayuda, insinuando que sus planes y ambiciones estaban lejos de terminar. María había vuelto a ser María: implacable, astuta y dispuesta a todo para conseguir lo que deseaba.
Este capítulo 390 deja claro que en Sueños de Libertad, las emociones no se quedan en la superficie. Cada personaje enfrenta conflictos internos y externos que los empujan al límite, revelando secretos, lealtades y traiciones. La lucha de poder, el amor perdido y las ambiciones personales se entrelazan, dejando al espectador en un suspenso intenso sobre cómo se desarrollarán los próximos movimientos en la familia De la Reina y la influencia de María en los eventos futuros.