Avance Sueños de Libertad, capítulo 413: «¿Quieres casarte conmigo?»
Avance Sueños de Libertad: “¿Quieres casarte conmigo?” — Capítulo 413 (13 de octubre)
La mañana se levantó en la colonia de la reina con una calma engañosa. El sol, perezoso y dorado, parecía ignorar que bajo su luz se gestaban decisiones que cambiarían destinos. En la casa de los Merino, el aroma del café se mezclaba con una tensión que cortaba el aire. Cristina, con el semblante sereno pero los nervios a flor de piel, sabía que había llegado el momento de hablar. Frente a sus padres, José e Irene, reveló lo que tanto había meditado: dejaría la colonia para marcharse a Grasse, la cuna de la perfumería, en busca de un futuro propio.
El silencio que siguió a su confesión fue brutal. José, incrédulo, no comprendía cómo, después de tantos años de ausencia, su hija podía pensar en marcharse de nuevo. Irene, más intuitiva, percibió lo que Cristina callaba: su huida no era solo profesional, también emocional. Luis Merino, el amor imposible, seguía siendo una sombra en su corazón. Cristina lo admitió con lágrimas contenidas: no podía seguir viendo a Luis todos los días sabiendo que su amor era prohibido. Su partida era una forma de liberarse, de no destruir lo que quedaba del matrimonio de él. Pese al dolor de sus padres, ella sabía que su decisión era irrevocable.

Mientras en esa casa se libraba una batalla entre el amor y la libertad, en la mansión de la reina Damián enfrentaba su propia tormenta. La llamada de un cliente altanero, el señor Gullón, lo provocó al punto de hacerle perder la compostura. Nadie insultaría a su hijo Tasio, no mientras él viviera. Defendió su nombre con firmeza, con el orgullo de un padre que, tras años de errores, había aprendido a valorar a su hijo. Cuando colgó, su furia se transformó en melancolía. Manuela, su fiel sirvienta, lo observó con comprensión. Damián confesó lo que rara vez decía en voz alta: durante años había sido injusto con Tasio, cegado por la sombra de Ángela, su madre. Ahora solo quería reparar el daño. Manuela, con palabras sencillas, lo consoló: el amor de un padre vale más que cualquier título. Y por primera vez en mucho tiempo, Damián sintió que aún podía redimirse.
En el corazón de la colonia, Raúl vivía una encrucijada distinta. Su antiguo mentor, El Cuerdas, había regresado para tentar sus viejas pasiones. Las carreras, la velocidad, la gloria del motor rugiendo bajo sus pies… Raúl escuchaba, dividido entre el sueño de juventud y la estabilidad que había encontrado con Claudia. Pero las palabras de su amigo le calaron hondo: ¿iba a conformarse con una vida tranquila, dejando morir su don? El dilema lo atormentaba.
Esa noche buscó a Claudia para contárselo. Ella lo escuchó, entre el amor y el miedo. Madrid, las competiciones, el riesgo… todo le parecía una locura. Raúl le pidió que fuera con él, que juntos podrían empezar una nueva vida. Pero Claudia, con lágrimas en los ojos, se negó. No podía dejar su mundo, sus raíces. Así, entre ellos, se abrió una grieta dolorosa: él soñaba con volar, ella necesitaba quedarse.
Mientras tanto, los secretos seguían latiendo en la colonia. En una lujosa habitación, María discutía con Gabriel, dominada por los celos y la desesperación. Sabía que si querían mantener su plan en pie, Gabriel debía casarse con Begoña. Solo así el engaño sería perfecto. Él, frío como siempre, escuchó su súplica y terminó dándole la razón. No por amor, sino por cálculo. El matrimonio sería el paso final para asegurar su posición y el futuro de su supuesto hijo. María lo comprendió con horror: no era su compañera, era solo una pieza más de su ambicioso juego.
Pero lo que Gabriel no imaginaba era que, al otro lado de la fábrica, su propio primo comenzaba a desenmascararlo. Andrés había detectado una avería sospechosa: una válvula manipulada, indicio claro de sabotaje. Todo apuntaba a que alguien quería dañar la producción. Cuando habló con su hermano Jesús, comprendió que detrás de todo había un plan orquestado, posiblemente por Gabriel. Y para probarlo, debía hallar a la única testigo que podía delatarlo: Remedios, encarcelada injustamente.
Andrés fue a verla. La mujer, envejecida por el miedo, se negó a hablar. Sabía que su vida y la de su nieta estaban en peligro. Pero cuando Andrés le prometió encontrar y proteger a Enriqueta, su nieta, la esperanza resurgió en su mirada. Andrés juró que no descansaría hasta que ambas estuvieran a salvo y la verdad saliera a la luz.
En otro rincón de la colonia, Tasio vivía un momento que sellaría su reconciliación con Damián. Tras recibir las disculpas del señor Gullón, comprendió que su padre lo había defendido públicamente. Agradecido, desempolvó un viejo retrato del fundador de la empresa, su verdadero padre biológico, y lo colocó en su despacho. Cuando Damián lo vio, se conmovió profundamente. Ese gesto era más que simbólico: era el perdón hecho carne, el cierre de una herida que llevaba años abierta. Sin palabras, ambos se abrazaron bajo la mirada del retrato, como si tres generaciones se unieran en un solo instante.

Pero la paz era efímera en la colonia. En la mansión, el ocaso traía consigo un momento decisivo. Begoña, ensimismada frente al jardín, sentía el peso de su mentira aplastarla. Su embarazo, su falso amor por Gabriel, su imposible vínculo con Andrés… todo era una trampa sin salida. Entonces, Gabriel entró en silencio. La rodeó con sus brazos, la obligó a mirarlo. Con voz suave y calculada, comenzó un discurso que parecía tierno, pero escondía su verdadera intención: consolidar su dominio.
Le habló del hijo que esperaban, del futuro, de la familia que debían construir. Begoña, desconcertada, apenas pudo reaccionar cuando él, con una calma estudiada, se arrodilló ante ella. De su bolsillo sacó una pequeña caja. Dentro, un anillo brilló con un resplandor casi cruel.
El tiempo se detuvo. Begoña apenas respiraba. Gabriel pronunció las palabras que sellarían su destino:
—Begoña de la Reina, ¿quieres casarte conmigo?
El corazón de ella dio un vuelco. Decir “sí” significaba perpetuar una farsa, convertirse en cómplice del hombre que manipulaba a todos. Decir “no” podría costarle caro. ¿Y si al negarse despertaba la furia de Gabriel? ¿Y si su negativa ponía en riesgo a su hijo, a su plan, o incluso su vida?
La duda la ahogaba. Miró a Gabriel, a su sonrisa helada, a los ojos vacíos donde antes creyó ver amor. Miró el anillo, tan brillante como los barrotes de una prisión. Supo que cualquier respuesta la condenaría. En ese instante, comprendió que la libertad que tanto había soñado estaba más lejos que nunca.
El lunes 13 de octubre, en Sueños de Libertad, el destino de Begoña penderá de un hilo. Su “sí” o su “no” marcará el comienzo de una nueva cadena… o el intento desesperado de romperla.