Begoña empieza a sospechar de María sobre su supuesta mejoría – Sueños de Libertad
⚠️ Spoiler: “Milagros, secretos y decisiones que pueden cambiarlo todo” ⚠️
La tensión se palpa desde el primer minuto. Los pasillos están cargados de una mezcla de esperanza y angustia que apenas deja respirar. Carmen, con el semblante cansado, intenta mantener la compostura mientras conversa con Andrés. “Me sabe muy mal irme así, con lo mal que lo vais a pasar aquí”, confiesa, con la voz quebrada. Pero Andrés, aunque visiblemente agotado, intenta tranquilizarla: “No pasa nada.”
“Sí, sí pasa”, insiste ella, sabiendo que su partida no es solo física, sino también emocional. La situación pesa, las heridas del accidente siguen abiertas y cada palabra parece un intento desesperado por mantener un equilibrio que se resquebraja por momentos.
Entonces Carmen rompe el silencio con una pregunta que deja a todos en vilo: “¿Qué era eso que me tenían que contar?”
La respuesta llega con tono solemne: “Que María ha sufrido el milagro de Cafarnaú.”
El eco de esas palabras recorre la habitación como un suspiro colectivo. “Levántate y anda”, dicen, repitiendo la frase que muchos creían imposible. María, después de tanto sufrimiento, ha vuelto a ponerse en pie. Andrés, con incredulidad y emoción, intenta asimilar lo que oye: “Tú ya lo sabías desde ayer, ¿verdad?”
Pero la alegría por el milagro se mezcla con la preocupación por la fábrica. El tío ha puesto a todas las cuadrillas a trabajar sin descanso en la reparación de la sala de calderas, ese lugar que fue escenario de la tragedia. Sin embargo, Carmen lo sabe bien: “Ni aun así, Andrés. Esto no se soluciona de un día para otro.”

El peso de la responsabilidad recae sobre los hombros de Andrés, quien todavía se está recuperando del accidente. “Andrés, necesito que salgas de esta cuanto antes, por favor. Te necesitamos más que nunca con nosotros.” Las palabras de Carmen no son solo una súplica, son un grito del alma.
María, mientras tanto, no puede ocultar la emoción. “Es un milagro. ¿No es asombroso? Le pedí tanto a Dios que se apiadara de mí, que al final ha escuchado mis súplicas.” Su fe parece reforzada, su voz, aunque temblorosa, brilla con una fuerza nueva. Pero no todos comparten la misma serenidad.
En medio de tanta incertidumbre, una conversación tensa irrumpe: “Quiero que valores la opción de contar con un socio solvente en la empresa”, dice alguien con firmeza. La propuesta cae como un jarro de agua fría. Andrés abre los ojos, incrédulo. “¿Pero tú estás loca? ¿Cómo se te ocurre levantarte? ¿No podías esperar unos días más?”
María, con determinación, responde: “No, no podía.”
“¿Por qué?”, pregunta Carmen, sorprendida.
“Porque Andrés lo sabe.”
Esa frase, tan enigmática, deja en evidencia que hay algo más oculto detrás del milagro, algo que nadie se atreve aún a nombrar.
Mientras tanto, llegan noticias preocupantes: el bólido —el vehículo del accidente— ha quedado totalmente siniestro. El estado del conductor sigue siendo un misterio, y la investigación no ha dado respuestas claras. Los rumores se multiplican: algunos dicen que fue un fallo técnico; otros, que hubo sabotaje. La tensión crece con cada nuevo dato.
Y como si todo esto no bastara, la situación económica de la fábrica amenaza con derrumbar lo poco que queda en pie. “Si no reactivamos la fábrica cuanto antes”, advierte Carmen, “tendremos que empezar con la suspensión de pagos.” La palabra suspensión resuena como una sentencia de muerte. Todos saben lo que eso significa: despidos, familias sin ingresos, una comunidad entera al borde del colapso.
Andrés, aún débil, siente el peso de cada decisión sobre sus hombros. Su cuerpo pide descanso, pero su conciencia no se lo permite. La empresa, el legado familiar, los trabajadores… todos dependen de él. “No puedo quedarme quieto mientras todo se hunde”, murmura. Sin embargo, el médico ha sido claro: si no se cuida, podría no recuperarse del todo.
María se acerca a él con una mezcla de ternura y preocupación. “Tienes que pensar también en ti”, le dice suavemente. “No puedes salvarlo todo, Andrés.” Pero él la mira con una convicción que asusta: “No se trata solo de mí. Se trata de todos.”
Carmen observa la escena con impotencia. Sabe que el orgullo y el sentido del deber de Andrés pueden ser su salvación… o su condena. “Andrés, por favor”, insiste, “piensa bien lo del socio. Es la única forma de sacar esto adelante.” Pero él no cede. “No voy a entregar la empresa a extraños. Esta fábrica es nuestra, y la vamos a levantar nosotros.”
Las emociones se entrelazan en un torbellino: la fe de María, la culpa de Carmen, la obstinación de Andrés y el miedo de todos a perder lo que tanto les costó construir. En cada gesto hay un rastro de desesperación, una lucha entre el deber y el deseo de sobrevivir.
El milagro de María —ese “levántate y anda” que debería ser motivo de celebración— se convierte en un símbolo ambiguo: esperanza para unos, carga para otros. Su recuperación, tan repentina como inexplicable, desata preguntas que nadie se atreve a formular en voz alta. ¿Fue realmente un milagro o un misterio médico que oculta algo más?

Mientras tanto, las reparaciones en la fábrica avanzan a contrarreloj. El ruido de las máquinas, los martillazos, las órdenes apresuradas de los capataces llenan el aire. Pero la tensión no desaparece. Los trabajadores murmuran entre ellos, temerosos de lo que pueda pasar si no se reanuda la producción pronto. La comunidad entera pende de un hilo.
Y en medio de todo, Andrés, que aún no ha recuperado completamente la movilidad, lucha por mantenerse en pie, tanto física como emocionalmente. Su determinación es admirable, pero su fragilidad se nota en cada paso, en cada mirada que evita. Sabe que la empresa no es solo un negocio: es la memoria de su familia, el hogar de decenas de obreros, la razón por la que se levanta cada día.
La escena final deja un sabor agridulce. María, aún convaleciente, se asoma a la ventana y observa el humo que vuelve a salir tímidamente de la chimenea de la fábrica. “Parece que vuelve a respirar”, dice. Andrés, a su lado, asiente con una mezcla de alivio y preocupación. “Sí, pero aún queda mucho por hacer.”
Carmen los observa desde la puerta, sabiendo que, aunque el milagro ha traído esperanza, el futuro sigue lleno de incertidumbres. Porque en Sueños de libertad, cada resurrección tiene un precio, y cada decisión tomada desde el amor puede abrir una nueva herida.
La fe, la culpa y la responsabilidad se entrelazan en este capítulo que nos recuerda que no todos los milagros traen paz… algunos solo revelan cuánto dolor estábamos dispuestos a soportar por los que amamos.