Ferit, contra su voluntad: deberá humillar a Seyran delante de todo el país y se marchará para siempre de la c
La venganza de Halis Korhan: Seyran frente al escándalo
Halis Korhan siempre ha sido un hombre que no tolera el fracaso. Su vida, construida sobre la disciplina férrea, el poder y una implacable búsqueda del control absoluto, se ha regido por una máxima que él mismo repite a menudo: “Un Korhan nunca pierde”. Y en esta ocasión, tras la humillación sufrida por su familia y, sobre todo, por él mismo, no iba a ser diferente.
La caída de Seyran, expuesta públicamente delante de todo un país, había sido un golpe difícil de encajar. No porque la joven tuviera un poder real dentro de la familia, sino porque para Halis todo lo que salpicara el apellido Korhan era intolerable. No podía permitir que las habladurías, los rumores y las risas de la sociedad turca recayeran sobre su legado. Así, en lugar de buscar un camino de reconciliación o una salida discreta, eligió la vía que mejor conocía: la venganza.
Con voz seca y mirada dura, Halis dio a su nieto Ferit una orden que lo desgarraría por dentro: debía deshonrar públicamente a Seyran. Ya no se trataba solo de distanciarse de ella, sino de hundir su reputación para que, a ojos de todos, quedara como una ingrata que había mordido la mano que la alimentó.
Ferit: la obediencia que duele
Ferit no estaba preparado para semejante encargo. A pesar de los altibajos en su relación con Seyran, aún existía en él un afecto genuino, un vínculo que, aunque lleno de heridas, no se había roto del todo. Sin embargo, sabía que desobedecer al patriarca era imposible. El peso de los siglos de tradición familiar, la presión de las miradas de todos los Korhan y el miedo a convertirse en el siguiente objetivo de la ira de su abuelo lo llevaron a aceptar aquella tarea con un nudo en la garganta.
La escena se preparó como un espectáculo mediático. Cámaras, micrófonos, periodistas ansiosos por captar cada gesto, cada palabra. En el centro de ese circo se encontraba Ferit, el nieto dorado, el heredero de un apellido poderoso. Y delante de él, aunque físicamente distante, estaba Seyran: la mujer que había compartido su vida, sus sueños y sus pesares, y que ahora debía soportar el peso de la humillación pública.
Con una sonrisa ensayada y un discurso frío, Ferit comenzó a relatar su “versión de los hechos”. Las palabras que pronunció no eran las suyas, sino las dictadas por Halis.
Explicó cómo la familia Korhan había acogido a Seyran cuando su situación familiar era poco menos que desoladora. Narró, con una calma impostada, que habían pagado su universidad, que le habían brindado todas las facilidades posibles para que estudiara, que la habían tratado como a una hija. Añadió, incluso, detalles que buscaban manchar la imagen de la joven: “Le permitimos salir, disfrutar, ir a discotecas, vivir experiencias que en su propia familia nunca habría tenido”.
Cada palabra era como un cuchillo que Ferit hundía, a la fuerza, en el corazón de Seyran.
El golpe final
Pero lo peor no llegó hasta el final. Cuando los periodistas le preguntaron directamente sobre una posible reconciliación, Ferit respiró hondo, miró hacia las cámaras y, con una sonrisa tan artificial como cruel, pronunció la frase que sellaba la condena de Seyran:
“Nos hemos separado, pero le deseo lo mejor”.
Ese “lo mejor” sonó como una burla, como una daga disfrazada de cortesía. Y al decirlo, Ferit no solo destruía la esperanza de Seyran, sino que también mostraba al mundo entero que la relación había terminado bajo sus términos, bajo el control de los Korhan.
Acto seguido, dio media vuelta y se retiró del lugar, dejando tras de sí un silencio pesado y a Seyran enfrentada a una multitud de cámaras que no cesaban de lanzar preguntas.
Seyran: la soledad bajo los focos
El desconcierto de Seyran era absoluto. No entendía qué acababa de suceder. Miraba a los periodistas, a los focos que la encandilaban, a las cámaras que registraban cada expresión de su rostro, y sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies.
¿Ferit había dicho todo aquello por voluntad propia? ¿De verdad pensaba que ella era una oportunista, una ingrata, una mujer incapaz de agradecer lo que la familia Korhan había hecho por ella? ¿O había algo más detrás de esa traición tan dolorosa?
En el fondo de su corazón, una voz le gritaba que el Ferit que ella conocía no era capaz de humillarla de esa manera. Que, aunque se hubieran hecho daño mutuamente en el pasado, siempre había habido un respeto mínimo, una complicidad imposible de fingir. Y sin embargo, ahí estaba la realidad: sola, frente a un mar de preguntas, sintiéndose desnuda ante un país entero que la juzgaba sin conocer la verdad.
La mano invisible de Halis
Lo que Seyran no sabía, al menos por ahora, era que todo había sido orquestado por Halis. El patriarca había movido los hilos como un titiritero experimentado, utilizando a su propio nieto como instrumento de su venganza.
Para él, Seyran representaba una amenaza que debía ser neutralizada. No le importaban sus sentimientos, ni su dignidad, ni mucho menos su futuro. Lo único relevante era limpiar el nombre de los Korhan, reafirmar su poder frente a la sociedad y dar un ejemplo claro: nadie podía desafiarlo sin pagar un precio altísimo.
Con Ferit como portavoz de esa estrategia cruel, Halis se aseguraba de que el golpe fuera aún más devastador. Porque no era lo mismo ser atacada por un enemigo declarado que ser traicionada por la persona en la que alguna vez confiaste.
El futuro incierto
Esa noche, cuando las luces se apagaron y los titulares comenzaron a circular por la prensa, Seyran se encerró en sí misma. Sabía que el daño a su reputación sería enorme. Sabía también que la sociedad la señalaría como ingrata, como alguien que había mordido la mano que la alimentaba. Pero lo que más la hería era no tener claro si Ferit había actuado bajo órdenes o si, en el fondo, él mismo había decidido apartarse de ella de la forma más cruel posible.
¿Llegará Seyran a descubrir algún día que todo fue un plan de Halis? ¿Tendrá el valor de enfrentarse al patriarca y desenmascarar la manipulación? ¿Y qué pasará con Ferit, atrapado entre la obediencia a su abuelo y el amor, aún vivo aunque oculto, que siente por ella?
Lo cierto es que, tras este episodio, nada volverá a ser igual. La herida abierta entre Seyran y Ferit no cicatrizará fácilmente, y la sombra de Halis seguirá presente, recordándoles a todos que en la familia Korhan solo hay una ley: la suya.