Gülçin Santırcıoğlu, la actriz de Yalı Çapkını, causa polémica al declarar: “Yılmaz Güney es un asesino”

 

La reconocida actriz turca Gülçin Santırcıoğlu, recordada por su papel de İfakat en la exitosa serie Yalı Çapkını, ha generado un intenso debate en redes sociales tras compartir un comentario contundente sobre el legendario actor y director Yılmaz Güney.

Con una publicación breve pero incendiaria, Santırcıoğlu señaló:

“Estamos cansados de vuestra moralidad hipócrita. Yılmaz Güney es un asesino. Si tanto lo admiran, al menos tengan la honestidad de decir: ‘Lo quiero aunque sea un asesino y un misógino’”.

Estas palabras encendieron la polémica, reabriendo viejas discusiones sobre la vida personal, los crímenes y la figura artística de uno de los cineastas más influyentes y, a la vez, más controvertidos de Turquía.


El crimen que sacudió Turquía

El nombre de Yılmaz Güney está marcado por un hecho trágico que ocurrió el 13 de septiembre de 1974. Aquella noche, durante un descanso en la filmación de la película Endişe, en la localidad de Adana Yumurtalık, el equipo se reunió en un restaurante.

Según los testimonios, tras varias rondas de alcohol, Güney disparó al aire con su pistola, alegando que en la película no se escuchaba bien el sonido de los tiros. Ese gesto, aparentemente trivial, desató la ira del juez Sefa Mutlu, que se encontraba en una mesa cercana.

La discusión escaló rápidamente y, en medio del enfrentamiento, un disparo impactó directamente en el magistrado. Mutlu cayó abatido y murió en el acto.

El juicio posterior condenó a Yılmaz Güney como autor directo del crimen, con una sentencia de 19 años de prisión. Para muchos, este episodio marcó un punto de no retorno en su vida, eclipsando su prestigio como actor y director.


La fuga y el exilio

Aunque estuvo encarcelado durante varios años, Güney logró beneficiarse de permisos penitenciarios. El 9 de octubre de 1981, cuando se encontraba en libertad temporal desde la prisión semiabierta de Isparta, decidió no regresar.

Con ayuda de contactos, escapó desde la localidad de Kaş (Antalya) hacia la isla griega de Meis, y de allí viajó clandestinamente a Francia. Una vez en París, continuó su carrera artística y comenzó a trabajar en la película Duvar (El Muro).

Sin embargo, en medio de ese proceso recibió una devastadora noticia: padecía cáncer de estómago. A pesar de los tratamientos, la enfermedad avanzó con rapidez y, finalmente, el 9 de septiembre de 1984, Yılmaz Güney falleció en la capital francesa. Fue enterrado en el célebre cementerio Père Lachaise, donde descansan personalidades de la talla de Jim Morrison, Edith Piaf y Oscar Wilde.


Una figura brillante y oscura a la vez

A lo largo de su trayectoria, Yılmaz Güney escribió y dirigió 111 películas y actuó como protagonista en 45 producciones. Su cine, profundamente social y político, lo convirtió en un referente para varias generaciones.

Películas como Sürü, Yol y Umut no solo marcaron la historia del cine turco, sino que obtuvieron reconocimiento internacional. Yol, por ejemplo, ganó la Palma de Oro en Cannes en 1982, mientras Güney seguía encarcelado en Turquía.

No obstante, el prestigio artístico siempre estuvo acompañado por la sombra del crimen y las acusaciones de violencia. Para algunos, sigue siendo un genio incomprendido que desafió al sistema político de su tiempo; para otros, un hombre con una vida personal marcada por excesos, violencia y misoginia.


La voz del fiscal Yalçın Öğütcan

El caso judicial de 1974 nunca dejó de generar controversias. El entonces fiscal de Yumurtalık, Yalçın Öğütcan, que años más tarde también se desempeñaría como diputado, dio su versión de los hechos, revelando detalles clave:

Según él, aquella noche Güney disparó al aire durante la cena, provocando la reacción del juez Sefa Mutlu. Entre el alcohol, los insultos y la tensión, el enfrentamiento terminó con un disparo mortal.

Öğütcan explicó que, inmediatamente tras el crimen, Güney fue arrestado y su primera frase fue: “Soy una persona humanista”. Incluso un sobrino suyo intentó asumir la culpa, alegando que él era quien tenía el arma. Sin embargo, los testigos lo desmintieron, ya que ni siquiera pudo ubicar correctamente el lugar donde supuestamente estaba sentado.

Además, varios presentes en el restaurante intentaron evadir responsabilidades diciendo: “Estaba en el baño, no vi nada”. Curiosamente, aunque el baño solo tenía espacio para dos personas, una veintena aseguró haber estado allí en ese momento. El fiscal concluyó que hubo intentos deliberados de entorpecer la justicia y desviar la atención.

En sus palabras:

“Yılmaz Güney fue quien disparó y provocó la muerte del juez. No fue un asesinato premeditado, sino un acto impulsivo bajo los efectos del alcohol y la tensión del momento. Sin embargo, la consecuencia fue trágica e irreversible”.


El debate que no se apaga

Casi cuarenta años después de su muerte, el legado de Yılmaz Güney sigue dividiendo opiniones. Por un lado, se le reconoce como un cineasta revolucionario, comprometido con las luchas sociales y con una voz crítica frente a la injusticia. Por otro, no se puede ignorar que fue condenado por asesinato y que muchos lo señalan como un misógino y violento en su vida privada.

Las declaraciones recientes de Gülçin Santırcıoğlu reavivan esa discusión. Sus palabras reflejan la incomodidad de una parte de la sociedad turca que no acepta la idealización de un hombre con un pasado tan oscuro, por más que sus obras cinematográficas hayan alcanzado un nivel artístico indiscutible.


Una herencia contradictoria

La historia de Yılmaz Güney plantea un dilema universal: ¿se puede separar al artista de la persona? ¿Debe la grandeza creativa de alguien eclipsar los crímenes que cometió en su vida privada?

Mientras algunos lo recuerdan como un héroe cultural y un mártir político, otros insisten en que la memoria no debe ser selectiva y que el dolor causado por la muerte de Sefa Mutlu y otras actitudes violentas de Güney no pueden minimizarse.

El debate sigue abierto, y la voz de Gülçin Santırcıoğlu ha demostrado que las heridas de aquel episodio siguen vivas en la memoria colectiva de Turquía.

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