La Promesa: Ángela destruye a Lorenzo; Curro pide matrimonio

⚠️ Spoiler de ‘La Promesa’: Ángela destruye a Lorenzo; Curro pide matrimonio

La noche en el comedor de La Promesa había comenzado con la aparente calma de las veladas habituales, pero un gesto, una palabra y un anillo transformaron la cena en un campo de batalla emocional. Lorenzo de la Mata, con su porte arrogante y su sonrisa de depredador satisfecho, había lanzado su cañonazo final: una propuesta de matrimonio pública a Ángela, la mujer que había convertido en víctima de su manipulación y su ambición. La joya que brillaba entre sus dedos simbolizaba no el amor, sino el control, la dominación. El silencio posterior a su declaración se extendió como un veneno por todo el salón, marcando el inicio de una guerra fría entre los presentes.

Curro, el hijo de Ángela, se levantó con el alma en llamas. El ultraje de ver a su madre humillada ante todos, usada como trofeo por un hombre sin honor, lo desgarraba por dentro. Su protesta resonó con la furia de quien no soporta la injusticia: Lorenzo no tenía derecho. No en esa casa, no frente a la memoria de su padre. Pero la escena giró hacia lo trágico cuando Ángela, entre el temblor y las lágrimas, aceptó la propuesta. Su voz quebrada selló un pacto imposible. Curro, con el corazón destrozado, entendió que la guerra no sería de impulsos, sino de inteligencia. Desde ese momento, juró que encontraría la forma de destruir a Lorenzo, incluso si debía pactar con su mayor enemiga, la Marquesa Cruz.

Mientras tanto, fuera del lujo del comedor, otros hilos se movían. Adriano, consumido por la desaparición de Catalina, recorría los terrenos de la finca sin descanso. Su búsqueda desesperada dio un giro cuando el detective Aguirre le entregó el cuaderno de vuelo de Catalina, hallado junto a unas coordenadas grabadas en la última página. Aquellos números no eran casuales: eran una pista. Catalina estaba viva, enviando un mensaje codificado a quien pudiera comprenderlo. Adriano partió con renovada esperanza, decidido a seguir cada indicio hasta hallarla.

En otro rincón del palacio, Martina escribía una carta para su madre, Margarita, intentando protegerla del infierno que se vivía en La Promesa. No podía confesarle la verdad: que Ángela había aceptado casarse con Lorenzo. Mentir era su única forma de cuidar. Sin embargo, esa mentira pronto se desmoronaría.

En los pasillos del servicio, el aire también pesaba. Petra, enferma y debilitada, se aferraba a la vida con un miedo silencioso. Jana, al verla tan vulnerable, dejó a un lado viejos resentimientos y le ofreció consuelo. En la quietud de la cocina, dos mujeres que habían sido rivales encontraron, por un instante, un lazo humano. Jana le habló de los comienzos, de los días en que cocinar era un acto de orgullo y no de obligación. Petra, conmovida, lloró por primera vez en mucho tiempo. Aquel momento fue pequeño, pero marcó el inicio de una redención.

En cambio, Lope, atrapado por los celos, siguió a Vera convencido de que ella lo traicionaba. Su sorpresa fue descubrir que su amada no ocultaba un engaño, sino un sacrificio. Vera había empeñado el único broche de su abuela para comprarle el horno de sus sueños. El amor puro, sin pretensiones, venció la desconfianza. En el abrazo que selló su reconciliación, Lope comprendió que la verdadera promesa no era una palabra, sino un acto.

Manuel, por su parte, avanzaba por su propio laberinto. La sospechosa Enora, demasiado interesada en los negocios del Marqués, lo tenía en alerta. Fingiendo un acuerdo con compradores ingleses, tendió una trampa. La codicia de Enora la delató. Su encuentro clandestino con el administrador del Duque de los Infantes reveló la traición. Manuel, con el corazón endurecido por la decepción, decidió que no actuaría con impulsividad. Esperaría, planearía y devolvería el golpe con precisión.

Pero el verdadero terremoto llegó con el regreso de Pía Adarre. Exhausta, marcada por la tragedia, regresó al palacio para descubrir la verdad sobre la muerte de Ricardo. La noticia la devastó, pero de su dolor emergió una fuerza implacable: la determinación de encontrar al cómplice de Gregorio dentro de la propia casa. Pía no era la misma. Había vuelto para impartir justicia.

La alianza que Curro había concebido con Cruz pronto cobró forma. Ambos, enemigos naturales unidos por la ira contra Lorenzo, comenzaron a compartir información. Cruz conocía los secretos financieros del capitán; Curro, el miedo que atenazaba a su madre. Juntos urdieron una estrategia: desenmascararlo ante todos.

El momento llegó al día siguiente, cuando Lorenzo convocó a la familia para oficializar su compromiso. Con la arrogancia del vencedor, comenzó su discurso… hasta que la puerta del salón se abrió y apareció Margarita. Su presencia, inesperada y fulminante, paralizó a Lorenzo. Ella traía consigo el peso de las verdades que podían destruirlo. Ante la mirada atónita de todos, lo acusó públicamente de ruina y fraude. Expuso sus deudas, sus engaños, y la verdadera razón detrás de su “boda de conveniencia”.

Lorenzo intentó defenderse, pero no tuvo tiempo. Ángela, con una calma que solo nace del coraje, se quitó el anillo y lo arrojó sobre la mesa. Su confesión fue el golpe final: había fingido aceptar el compromiso para ganar tiempo y reunir pruebas de sus fraudes. Lorenzo había sido cazado en su propia trampa. Su humillación fue total. Alonso, el Marqués, selló su destino con una orden tajante: debía abandonar La Promesa para siempre.

Entre lágrimas, Curro abrazó a su madre, orgulloso de su fuerza. Aquella mujer que creyó derrotada había demostrado ser más valiente que todos. Mientras tanto, Adriano y Aguirre, guiados por las coordenadas de Catalina, hallaron un pequeño campamento oculto en las montañas. Allí, Catalina los esperaba, viva y decidida. Había fingido su desaparición para investigar las irregularidades financieras de Lorenzo y terminar su nuevo diseño aeronáutico. Su reencuentro con Adriano fue el cierre perfecto para una búsqueda marcada por el amor y la fe.

En el atardecer siguiente, La Promesa respiraba un aire distinto. Lorenzo se había ido, Catalina regresaba, y nuevas alianzas se forjaban entre los muros del palacio. Vera y Lope soñaban con un futuro juntos, Manuel planeaba contraatacar al Duque, y Pía preparaba su investigación para descubrir la verdad detrás del asesinato de Ricardo.

Esa noche, mientras la familia cenaba bajo una atmósfera más serena, todos sabían que la batalla no había terminado. Pero algo había cambiado: la oscuridad había perdido terreno ante la fuerza de la verdad. Las máscaras habían caído, los secretos se habían revelado, y en medio de las ruinas emocionales, una nueva promesa se había sellado para siempre: la de protegerse, amarse y luchar juntos contra todo lo que aún quedaba por venir.