LA PROMESA – Antes de morir, Manuel revela un secreto que llevará a Leocadia a la cárcel. Avance
La Promesa: El vuelo fatal de Manuel y la caída de Leocadia
Atención, amantes de La Promesa, porque los próximos capítulos nos llevarán al borde del abismo con una trama llena de engaños, tragedias y revelaciones que cambiarán para siempre el destino de la familia Luján. El corazón del palacio volverá a estremecerse cuando Manuel caiga en una trampa mortal urdida por Leocadia, la mujer más peligrosa que ha pisado esos pasillos. Lo que comienza como un sueño de libertad y progreso terminará en una tragedia que desvelará el rostro más oscuro de la ambición.
Todo empezará con una carta. Una simple misiva con el sello de la Sociedad de Aviación de Madrid que llegará una mañana para despertar la ilusión de Manuel. Sus ojos brillarán al leer las primeras líneas: un torneo real de aviación, con un premio de cinco mil pesetas. En sus labios se dibujará una sonrisa esperanzada, una que no se veía desde hacía mucho tiempo. Sin perder un segundo, correrá hacia el hangar para compartir la noticia con Toño, su inseparable amigo. “¡No vas a creer lo que acabo de recibir!”, exclamará con entusiasmo. Toño, curioso, tomará la carta y leerá en voz alta, sorprendido. “Cinco mil pesetas… Manuel, esto podría cambiarlo todo.” Y Manuel asentirá convencido: con ese dinero podrían terminar su proyecto, darle forma definitiva al sueño de volar que tanto los ha unido.
Pero no todo será tan sencillo. Manuel sabe que su padre, el marqués Alonso de Luján, nunca ha aprobado su pasión por la aviación. “Mi padre jamás entenderá que esto no es un pasatiempo, sino el futuro”, dirá con frustración. Toño, intentando animarlo, responderá entre risas: “Entonces tendrás que demostrárselo en el cielo”. Sin embargo, Manuel no puede evitar sentir el peso de la desaprobación paterna. Aun así, decide intentarlo. Al caer la tarde, se planta frente al despacho de su padre decidido a hablar.

El encuentro será tenso. Alonso, como siempre, lo recibe con distancia, sin apartar la mirada de los papeles que firma. “Padre, he recibido una invitación para un torneo de aviación. Es una oportunidad única”, empieza Manuel con cautela. El marqués levanta una ceja, incrédulo. “¿Nuestro trabajo? ¿Desde cuándo un Luján tiene tiempo para juegos peligrosos?” El tono cortante de su voz lo hiere. Manuel intenta explicarse, pero su padre lo interrumpe con severidad. “Eres un Luján. Fuiste criado para liderar, no para mancharte de grasa.” Las palabras resuenan como un látigo. Manuel se queda en silencio unos segundos, conteniendo las lágrimas, y finalmente murmura: “Lamento que nunca haya intentado entenderme.” Luego se marcha, dejando a su padre entre la ira y el desconcierto.
Pero lo que ninguno imagina es que Leocadia, la astuta y calculadora sirvienta, ha escuchado cada palabra desde el pasillo. Sus ojos se llenan de un brillo perverso. En su mente, un nuevo plan empieza a tomar forma. Cuando el marqués queda solo, ella aprovecha para presentarse con su habitual falsa dulzura. “Pasaba por aquí y escuché parte de su conversación con Manuel”, dice con voz melosa. Alonso suspira, agotado, pero la deja pasar. “Ese muchacho vive soñando con tonterías”, comenta con amargura. Leocadia finge comprensión. “Quizás no son tonterías, señor. Tal vez solo busca algo que le devuelva sentido después de tanto dolor.”
Sus palabras, tan medidas como veneno disuelto en miel, logran su efecto. Alonso comienza a escucharla. Leocadia insiste, con la sutileza de una serpiente: “Ese torneo podría devolverle a su familia el prestigio que merece. Imagine los periódicos, marqués: El hijo del marqués de Luján gana el torneo real de aviación. Sería el símbolo perfecto de que tradición y progreso pueden caminar de la mano.” Alonso, sorprendido por su lógica, empieza a considerarlo. “Quizás tengas razón”, murmura. Leocadia sonríe con triunfo oculto. “Apóyelo, Alonso. Que crea que la idea es suya. Así verá en usted no solo a su padre, sino a su aliado.” El marqués asiente lentamente. “Eres persuasiva, Leocadia. Siempre sabes qué decir.” “Solo quiero lo mejor para esta casa”, responde ella con una reverencia. Pero cuando sale del despacho, su sonrisa se transforma en una mueca de triunfo. Su plan ha funcionado.
Al día siguiente, Alonso llama a Manuel. El joven entra desconfiado, esperando otro reproche. Pero para su sorpresa, su padre lo mira con una mezcla de severidad y aceptación. “He reflexionado sobre lo del torneo. No apruebo esos riesgos, pero confío en que sabrás comportarte como un Luján. Si vas a competir, hazlo con honor.” Manuel, incrédulo, sonríe emocionado. “Gracias, padre. Prometo no decepcionarlo.” Es un momento de reconciliación, un breve respiro antes del desastre.
Los días siguientes estarán llenos de preparación y esperanza. Toño y Manuel revisarán cada pieza del avión, asegurándose de que nada falle. Pero antes del amanecer del gran día, una sombra se deslizará entre los hangares. Leocadia, envuelta en un manto oscuro, se moverá con sigilo entre las máquinas. Con manos expertas, manipulará una de las piezas más delicadas del mecanismo: un pequeño pasador de la sustentación. “Nadie te robará el mérito, Leocadia”, susurra con frialdad, “ni siquiera el hijo del marqués.” Luego desaparece en la oscuridad, dejando tras de sí el instrumento del crimen.
Horas después, el sol brilla sobre los campos de La Promesa. Manuel sube al avión con el corazón palpitante. “Hoy lo lograremos, Toño. Este vuelo cambiará todo.” “Haremos historia, Manuel”, responde su amigo con entusiasmo. El motor ruge, el avión se eleva majestuosamente. Por unos instantes, el cielo parece rendirse ante su sueño. “¡Estamos subiendo!”, grita Manuel, eufórico. Pero entonces, un sonido extraño rompe la armonía. Un chasquido seco, un temblor, y de pronto, el control deja de responder. “¡Toño! ¡Algo va mal!”, grita desde el aire. Toño, en tierra, corre desesperado mientras el avión empieza a perder altura. “¡Manuel, salta!” Pero es demasiado tarde. El aparato cae estrepitosamente, envuelto en humo y fuego.

Los criados llegan corriendo. Entre los restos, Toño encuentra a Manuel, herido, cubierto de hollín y sangre. “Aguanta, por favor”, le suplica. Con un hilo de voz, Manuel logra decir: “Fue sabotaje… el pasador del mecanismo… alguien lo manipuló.” Antes de que puedan moverlo, aparece Leocadia fingiendo desesperación. “¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?” Pero Manuel, con sus últimos alientos, la mira fijo y murmura: “Tú… fuiste tú.” Ella intenta disimular, pero sus ojos la traicionan. “¿De qué hablas, muchacho? Estás delirando.” Y entonces, acercándose al oído del moribundo, deja caer su máscara por un instante: “Sí, Manuel. Fui yo. Igual que con Hann. Y nadie te creerá.”
Horas más tarde, todos en el palacio creen que Manuel ha muerto. Alonso, devastado, ordena preparativos fúnebres. Pero el destino aún guarda una sorpresa. Días después, Manuel despierta, pálido, con la mirada perdida. Su padre, al borde de las lágrimas, lo abraza. “Hijo, gracias a Dios, estás vivo.” Manuel apenas logra hablar, pero su voz sale firme: “Padre… Leocadia lo hizo. Ella saboteó el avión y confesó lo de Hann.”
El marqués queda paralizado. Su rostro pasa de la incredulidad al horror, y finalmente a la furia. “¡Guardias!”, grita. Leocadia es arrestada entre gritos y negaciones, pero la evidencia y las palabras de Manuel son irrefutables. Frente a todos, el joven la encara por última vez. “Tu reinado de mentiras termina aquí.” Ella intenta defenderse, pero su destino ya está sellado. Entre lágrimas fingidas, es llevada por los soldados.
El palacio respira aliviado. Alonso, conmovido, promete que el apellido Luján nunca más será manchado por la traición. Manuel, débil pero sereno, jura que su vuelo no fue en vano. El sueño de volar sigue vivo, ahora como símbolo de esperanza, no de destrucción.
Pero en La Promesa, ningún final es definitivo. La mirada que Leocadia lanza antes de ser llevada revela algo: su historia aún no ha terminado. ¿Regresará para vengarse? Solo el tiempo lo dirá. Lo que sí es seguro es que la tragedia de Manuel marcará un antes y un después en el palacio, y que los cielos, testigos de su caída, no olvidarán jamás el nombre de Luján.