La Promesa, avance del capítulo 689: Petra desaparece y Curro arriesga el todo
El capítulo 689 de La Promesa llega envuelto en un aura de tragedia y tensión, como si los propios muros del palacio presintieran que la calma estaba a punto de quebrarse. Tras la partida de Catalina, Adriano contempla también abandonar la finca con sus hijos, dejando a una familia que parece desgarrarse poco a poco en la desesperanza. Sin embargo, Martina emerge como la voz de la resistencia, la única decidida a impedir que la ruina emocional y moral de los Luján se convierta en definitiva. Su lucha por retener a Adriano no es solo un intento de conservar a un aliado, sino la defensa de un legado que siente que todavía puede salvarse.
En una mañana sombría, Martina se acerca a Adriano junto al estanque, donde el hombre contempla el horizonte con una mirada apagada. La conversación entre ambos es un duelo silencioso entre la resignación de él y la esperanza feroz de ella. Adriano siente que su razón de estar en La Promesa se evaporó con Catalina, que cada rincón del palacio es un recordatorio de su ausencia y de la victoria cruel de Cruz. Martina, en cambio, apela a su deber y a la memoria de Catalina: abandonar el palacio sería entregar la victoria a la marquesa sin lucha. Aunque las palabras de la joven siembran la duda en el corazón de Adriano, su decisión sigue pendiendo de un hilo, y ese hilo sostiene el destino de todos.
Mientras tanto, en las dependencias del servicio, la vida parece suspenderse alrededor de Petra Arcos. Su salud se ha deteriorado de manera alarmante, y los cuidados de Jana, Pía, Simona y Candela resultan inútiles. La mujer, antaño dura y severa, yace consumida por la fiebre y los remordimientos, convencida de que está pagando por todos los pecados de su pasado. La revelación de que Feliciano era en realidad su hijo ha terminado de destrozarla; en lugar de redimirla, la ha hundido en una culpa devastadora. Cuando Petra deja de acudir a su puesto y nadie logra verla ni obtener respuesta en su habitación, un miedo helado recorre a todo el servicio. La puerta cerrada desde dentro se convierte en símbolo de lo innombrable: la posibilidad de que Petra ya no siga con vida.
En los pasillos, la inquietud crece. Jana, Lope, Mauro, María Fernández y los demás se congregan frente a la puerta sin atreverse a abrirla. Todos temen ser los primeros en confirmar lo peor. El silencio se convierte en una losa que pesa sobre cada uno de ellos, como si la muerte misma aguardara al otro lado. La Promesa entera parece contener la respiración, paralizada por el miedo.
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En otro rincón del palacio, Ricardo se enfrenta a una impotencia distinta. Ha intentado todo para lograr el regreso de Pía, convencido de que necesita protegerla a ella y a su hijo. Sin embargo, la férrea manipulación de Cruz ha anulado cualquier avance, relegando la orden del marqués a un simple papel sin valor. Para Ricardo, esto es más que un fracaso: es una traición a su propia promesa de cuidar a Pía. La frustración y la culpa se acumulan en él, junto con una rabia silenciosa hacia un sistema injusto que lo mantiene atado de manos y que permite que la crueldad de Cruz se imponga sobre la compasión.
Vera, por su parte, se enfrenta a un destino inesperado cuando Lope y Federico, con la excusa de protegerla, la privan de la posibilidad de regresar a casa. Sus esperanzas de volver a su vida anterior se esfuman, y aunque la noticia la golpea con dureza, también despierta en ella una fuerza inesperada. Entiende que ya no puede mirar atrás: solo le queda construir un futuro dentro de los muros de La Promesa, aunque eso signifique reinventarse por completo y aprender a resistir en medio de la adversidad.
Pero el drama más intenso se concentra en Curro, cuya desesperación alcanza un punto límite. Con la boda de Ángela y Lorenzo acercándose, se siente derrotado y atrapado en una red sin salida. Ha intentado todas las vías: convencer a Ángela, enfrentarse a Lorenzo, buscar apoyo en su familia, pero todas las puertas se han cerrado. Incluso contempla por un momento la idea de un duelo con Lorenzo, como si la violencia pudiera ofrecerle una salida digna. Sin embargo, pronto entiende que esa vía solo traerá más tragedia. La desesperación lo lleva entonces a idear un plan arriesgado, poco honorable y lleno de incertidumbre, pero es lo único que le queda. Armado con papel y pluma, se dispone a escribir, a trazar una estrategia que podría ser su última jugada.
En este ambiente cargado de miedos y decisiones al límite, el capítulo pinta un retrato sombrío del palacio: una familia desgarrada, una mujer que se consume en sus propios demonios, un hombre atrapado en la impotencia, una joven obligada a renunciar a su pasado y un muchacho decidido a arriesgarlo todo en una apuesta desesperada. La Promesa se convierte así en un tablero donde cada pieza está al borde del colapso, donde cada movimiento puede desencadenar la tragedia o, quizás, abrir una grieta de esperanza.
El tiempo corre, y el destino espera el gesto de un valiente o de un insensato. Lo que está en juego no es solo el futuro de La Promesa, sino la dignidad, la lealtad y la capacidad de resistir frente a la adversidad. El capítulo 689 se convierte, así, en una tensa cuenta atrás hacia un desenlace que nadie puede prever, donde la línea entre la esperanza y la desesperación es cada vez más fina.