La Promesa, avance del capítulo 692: Pía vuelve, Petra agoniza y Curro sufre

⚠️ SPOILER: “La Promesa – El precio de la redención (Capítulo 692)”

El capítulo 692 de La Promesa, emitido el miércoles 8 de octubre, sumerge a sus personajes en un torbellino de emociones y decisiones extremas, donde la vida, el amor y la lealtad se entrelazan bajo un cielo cargado de tragedia. Mientras Petra Arcos lucha entre la vida y la muerte a causa de un tétanos fulminante, Samuel se lanza en una carrera desesperada para conseguir el suero que podría salvarla. A su alrededor, los muros del palacio parecen absorber el sufrimiento y la tensión, impregnados de un aire denso y opresivo que presagia cambios inevitables.

En una habitación apenas iluminada, Petra yace inmóvil. La mujer que fue símbolo de rigidez y desprecio se muestra ahora frágil, reducida a un cuerpo tembloroso, presa del veneno que paraliza sus músculos. Su respiración es un susurro que anuncia la inminencia del final. El doctor De la Serna, tras examinarla, ha pronunciado la sentencia: sin el suero antitetánico, no sobrevivirá. Aquella pequeña herida en el jardín, ignorada por orgullo, se ha convertido en su castigo.

Pía Adarre, recién reincorporada a su puesto como ama de llaves, observa la escena con un corazón dividido. Su regreso al palacio no ha sido fácil: la reciben miradas frías, silencios incómodos y recuerdos dolorosos. Frente a la cama de su enemiga de tantos años, no siente rencor, sino compasión. Petra, la mujer que la atormentó, es ahora una sombra de sí misma. A su lado, Rómulo mantiene la compostura del deber, pero su gesto traiciona el peso de la culpa. Ambos comprenden que el tiempo se agota.

Samuel, consumido por el remordimiento, decide actuar. No puede soportar la idea de que su indiferencia haya contribuido a la agonía de Petra. Cuando el médico menciona que el único suero disponible está en Córdoba, el joven maestro no lo duda: emprenderá el viaje, aunque sea una locura. Contra las advertencias de Rómulo y Pía, toma las llaves del coche del marqués y parte en busca de redención. Su salida marca el inicio de una carrera contrarreloj, donde cada minuto puede significar la diferencia entre la vida y la muerte.

Mientras tanto, en la planta noble, Martina se vuelca en el cuidado de los hijos de Catalina. Su dedicación es absoluta: canta, juega, improvisa historias para mantener viva la risa en medio de la desolación. Pero su ternura choca con la rigidez de Jacobo, quien irrumpe indignado por el ruido y el desorden. Entre ambos estalla una discusión que revela visiones opuestas de la educación y el afecto. Martina defiende la necesidad de amor y consuelo; Jacobo exige disciplina y silencio. Sus palabras se clavan como espadas, dejando a los niños atrapados en un ambiente donde la alegría está prohibida.

En las estancias del servicio, Pía retoma su antiguo papel con determinación, pero el terreno que pisa es inestable. Santos, un lacayo insolente que prosperó bajo el régimen del difunto Ricardo, pone a prueba su autoridad con una sonrisa desafiante. Sin embargo, Pía responde con firmeza: el orden ha vuelto, y ella no permitirá la insubordinación. La tensión crece, pero su mayor reto llega cuando Cristóbal la cita en su despacho. Él la recibe con cortesía distante, juzgándola por su pasado y por haber abandonado la casa en su momento más crítico. Pía, pese a la frialdad del reencuentro, mantiene la cabeza alta. En un gesto de audacia, propone eliminar el sistema de castigos instaurado por Ricardo, que solo sembraba miedo y resentimiento. Contra todo pronóstico, Cristóbal acepta. La decisión marca un pequeño triunfo para ella, aunque su mirada gélida le recuerda que el perdón aún está lejos.

En los jardines del palacio, el joven Curro vive su propio calvario. Ángela, la doncella de la que se enamoró perdidamente, lo evita sin explicación. La distancia se vuelve insoportable, y él decide enfrentarse a ella. La encuentra entre los setos, recogiendo flores, y le suplica una respuesta. Ángela, temblorosa, le confiesa que el problema no es él, sino algo más profundo, un secreto que la obliga a alejarse. Curro insiste, dispuesto a luchar por su amor, pero ella lo corta con lágrimas en los ojos: “Lo nuestro es imposible. Olvídame.” Su huida deja a Curro destrozado, consumido por la impotencia de no entender qué sombra se interpone entre ambos.

En otro rincón del palacio, Toño, el chófer, vive una ilusión que está a punto de desmoronarse. Enamorado de Enora, la doncella francesa, planea pedirle matrimonio. Con una mezcla de ternura y entusiasmo, le propone fijar la fecha de la boda. Pero ella, con una sonrisa envenenada, pospone la decisión alegando respeto por la enfermedad de Petra y la tensión en la casa. Toño acepta, aunque algo en su interior empieza a dudar. Lo que no imagina es que, oculto tras una columna, Manuel ha escuchado toda la conversación.

Manuel ya conoce la verdad: Enora no es la mujer que aparenta. Hace tiempo descubrió que robó los planos del aeródromo para fines desconocidos, traicionando la confianza de todos. Cansado de guardar silencio, decide revelarlo. Se acerca a Toño y, con pesar, le cuenta todo. La revelación es devastadora. Toño, incrédulo, intenta negar lo evidente, pero las pruebas son irrefutables. Cada palabra de Manuel desgarra el velo de su ilusión: la mujer que amaba lo ha utilizado. Su mundo se desmorona ante sus ojos, y solo queda el eco de una traición que lo dejará marcado para siempre.

En este capítulo, La Promesa alcanza uno de sus puntos más intensos. Las pasiones reprimidas, los secretos y las culpas se entrelazan como hilos de un tapiz trágico. Pía recupera su posición, pero no su paz. Samuel desafía el destino por un acto de compasión. Curro descubre que el amor puede ser tan cruel como la muerte. Y Toño aprende que las mentiras más dulces pueden ser las más destructivas. Todo mientras, en una habitación silenciosa, Petra Arcos sigue luchando contra la oscuridad, encarnando el frágil equilibrio entre castigo y redención que domina la vida en La Promesa.