La Promesa, avance del capítulo 696: Beltrán llega y cambia el destino de Ángela
Beltrán llega y cambia el destino de Ángela
En el capítulo 696 de La Promesa, que se emitirá el martes 14 de octubre en La 1, la calma del palacio se ve sacudida por la llegada de un nuevo personaje, Beltrán, un joven atractivo y enigmático cuya presencia podría alterar el destino de Ángela de manera inesperada. Su aparición genera un efecto inmediato: la vida de Ángela, hasta entonces marcada por la tensión y la resignación, encuentra un hilo de esperanza, aunque también el riesgo de un nuevo conflicto. Mientras tanto, la enfermedad de Petra mantiene a todos en vilo; cada leve signo de mejoría se convierte en un pequeño rayo de luz en medio de la oscuridad que parece haberse instalado en la casa.
Vera regresa de forma inesperada, y su silencio inquietante despierta más preguntas que respuestas. Enora, por su parte, percibe que sus secretos corren peligro: Manuel y Toño comienzan a sospechar de sus mentiras. En los pasillos del palacio, Leocadia mueve sus piezas con precisión, urdiendo un plan que exige de Curro un sacrificio que podría modificar el rumbo de todos. Pero la verdadera sorpresa llega cuando Ángela conoce a Beltrán: una chispa inesperada altera la rutina del palacio, dejando entrever que podría ser el inicio de un amor inesperado o el preludio de un nuevo dolor.
La noche anterior había sido larga y opresiva, devorando las esperanzas de todos en La Promesa. El silencio de los pasillos, impregnado de olor a antiséptico y de oraciones sin respuesta, parecía envolver cada rincón del palacio como una mortaja. El amanecer no traía alivio; una luz pálida y enfermiza atravesaba los ventanales, tiñendo todo con tonos grises y sepia, como si el propio día estuviera de luto por lo que estaba por suceder. En el ala del servicio, el silencio se sentía casi tangible, pesado y opresivo, impidiendo que cualquier palabra escapara sin ser devorada por la tensión que flotaba en el aire. Cada gesto y cada movimiento eran cuidadosamente medidos, porque incluso un susurro podía romper la frágil línea que separaba la vida de Petra de la muerte.

Dentro de su habitación, Petra yacía inmóvil, casi como un espectro de cera bajo la tenue luz de un candil que se negaba a apagarse. Su respiración era débil, apenas un murmullo que marcaba el paso de cada agonizante minuto. Manuel, junto a la puerta, sentía cada inhalación como un latigazo en su conciencia. El viaje a Sevilla había sido una carrera contrarreloj, impulsado por la culpa y la urgencia de salvarla. Había conseguido el suero, un frasco diminuto que contenía la promesa de un milagro, pero el tiempo no estaba de su lado. El médico había sido claro: el antídoto necesitaba actuar lentamente contra el veneno que corría por las venas de Petra, y cada instante de espera era una tortura para todos.
Manuel observaba los rostros cansados de Pía, Rómulo y Jana. Cada uno reflejaba la impotencia compartida: Pía y Rómulo, responsables del servicio, luchaban por mantener la rutina mientras veían a Petra desvanecerse; Jana, experta en medicina popular, veía cómo sus conocimientos resultaban insuficientes ante un mal tan cruel y científico. —¿Algún cambio? —preguntó Manuel, con la voz quebrada. Pía negó con la cabeza: Petra seguía igual, su pulso débil y la fiebre persistente. Rómulo interrumpió con firmeza: debían esperar, la fe era lo único que les quedaba.
Lejos de la enfermería, la vida continuaba con su rutina mecánica. En la cocina, Lope preparaba un caldo ligero, Teresa pulía bandejas de plata intentando aferrarse a la normalidad, pero sus pensamientos estaban lejos, ocupados por la misteriosa desaparición de Vera. Cuando esta regresó, con su vestido manchado de barro y su rostro tenso, una mezcla de desafío y miedo, la tensión en la cocina aumentó. Su silencio y su actitud distante despertaron una nueva preocupación: Vera parecía huir de algo más profundo que ellos no podían comprender.
Mientras tanto, en los salones nobles, los problemas tomaban otra forma. Adriano, el heredero, había caído en una profunda depresión tras perder la vista. Ni los cuidados de Alonso ni el afecto de Martina lograban atravesar su oscuridad. La impotencia de Alonso frente a su hijo era un dolor constante, un recordatorio de que algunas heridas no se curan con simples palabras de aliento. Y mientras Adriano luchaba con su desesperanza, Jacobo, aprovechando su control temporal sobre la finca, comenzaba a deshacer los progresos de Catalina, con el apoyo complaciente de Leocadia. Martina, testigo del sabotaje, sentía cómo la ira le hervía por dentro, pero se contenía para proteger a Adriano del golpe que podría romperlo definitivamente.
Al mismo tiempo, Enora se veía cada vez más sospechosa. Su comportamiento evasivo y sus llamadas clandestinas habían despertado la atención de Manuel y Toño, quienes comenzaban a sospechar de su juego secreto. La tensión crecía en cada rincón del palacio, con secretos y mentiras que amenazaban con desbordarse en cualquier momento.

En medio de toda esta presión, Ángela enfrentaba su propio desafío: la inminente boda con el Capitán Lorenzo de la Mata. Cada segundo era un recordatorio del destino que parecía inamovible, y cada interacción con Lorenzo era un recordatorio de su falta de libertad. Sin embargo, la llegada de Beltrán ofreció un respiro inesperado. Desde su primer encuentro en la estación, Ángela percibió en él algo distinto: una calma y una seguridad que contrastaban con la opresiva presencia del Capitán. Sus conversaciones en el camino de regreso a La Promesa fluyeron con naturalidad, compartiendo gustos, experiencias y una sensación de conexión que Ángela no había sentido en mucho tiempo.
Mientras tanto, Leocadia trabajaba en las sombras, manipulando la desesperación de Curro por Ángela. Le pedía un sacrificio impensable: destruir su propia reputación para asegurar la libertad de la mujer que amaba y frenar la amenaza del Capitán. La magnitud del precio era abrumadora, pero la urgencia de salvar a Ángela no dejaba espacio para la duda. Cada decisión, cada sacrificio, parecía formar parte de un tablero de ajedrez donde la balanza del destino exigía un equilibrio cruel.
Así, mientras Beltrán traía un soplo de esperanza y complicidad a Ángela, la tensión en La Promesa continuaba creciendo, con secretos, traiciones y amores que se entrelazaban, listos para estallar. La llegada de este nuevo rostro podría ser la chispa que cambie todo: una luz en la oscuridad o el preludio de un nuevo dolor que marcará para siempre la vida de aquellos que habitan el palacio.