La Promesa – Avance del capítulo 708: Ángela impone condición antes de casarse

Ángela impone condición antes de casarse

El próximo capítulo de La Promesa se anuncia como una auténtica tormenta emocional. Las decisiones que se tomen en el palacio podrían alterar para siempre los destinos de quienes lo habitan. Ángela, decidida a no rendirse del todo ante el destino que otros han trazado para ella, acepta casarse con Beltrán… pero con una condición tan inesperada como peligrosa: pasar dos días a solas con Curro antes del compromiso. Una exigencia que encierra amor, despedida y desafío, y que amenaza con derrumbar los frágiles equilibrios que Leocadia ha construido con tanto empeño.

El ambiente en La Promesa es denso, casi irrespirable. Los muros parecen guardar secretos y las sombras se alargan como testigos de una tensión que se palpa en cada rincón. En los pasillos resuena el eco de una noticia que lo cambia todo: Beltrán ha aceptado casarse con Ángela. Lo que para Leocadia debería ser un triunfo absoluto, una victoria de estrategia y control, se convierte pronto en el inicio de una nueva batalla.

En el despacho principal, Beltrán, con gesto grave, confirma su decisión ante una Leocadia exultante. Su tono, sin embargo, carece de alegría. Habla con la frialdad de quien cumple una obligación más que con el entusiasmo de un enamorado. Leocadia, incapaz de percibir o quizás de aceptar la falta de emoción en su futuro yerno, solo piensa en la seguridad que la alianza le proporcionará. “Una boda en La Promesa debe ser un acontecimiento para recordar”, dice con su habitual tono imperioso, mientras Beltrán se despide, dejando tras de sí un silencio pesado, casi fúnebre.

Poco después, Leocadia sube las escaleras decidida a comunicar la “maravillosa noticia” a su hija. Pero lo que encuentra en la habitación de Ángela no es emoción, sino una serenidad helada. La joven, sentada junto a la ventana, parece una estatua que contempla su propio destino desde lejos. Cuando su madre le anuncia el compromiso, Ángela no dice nada. El silencio que se instala entre ambas es tan tenso que corta el aire.

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Leocadia, impaciente, intenta convertir la noticia en celebración: le habla de estabilidad, de futuro, de poder. Pero Ángela, al fin, rompe su mutismo con una pregunta devastadora: “¿Has pensado alguna vez en lo que yo deseo?”. Esa frase, dicha con voz baja pero firme, marca el inicio de un enfrentamiento que llevaba demasiado tiempo contenido.

Leocadia intenta imponer su lógica fría, la de una mujer que cree que la seguridad vale más que cualquier sueño. Ángela, en cambio, ya no puede contener su rabia: le reprocha haberla vendido al mejor postor, ignorando su amor por Curro. Las palabras que siguen son un duelo entre dos mujeres que comparten la misma fuerza, pero que la dirigen hacia polos opuestos: el control y la libertad.

Y entonces, cuando la tensión alcanza su punto más alto, Ángela hace algo inesperado. Acepta casarse con Beltrán. Su madre, sorprendida, apenas puede creer que haya cedido tan fácilmente. Pero la joven no ha terminado: pone una condición. Una sola. Una que hace temblar los cimientos del plan de Leocadia. “Quiero dos días a solas con Curro. Dos días antes del compromiso. Si no me lo concedes, me marcharé y no volveré jamás.”

El silencio que sigue es absoluto. Leocadia, incrédula, apenas puede respirar. Su mente se llena de imágenes de escándalo, deshonra, ruina. ¿Cómo permitir algo así? Pero al mismo tiempo, sabe que su hija no está mintiendo. Si se niega, la perderá para siempre. Si acepta, arriesga el honor y la reputación que tanto valora. Ángela, serena pero firme, no cede: “Es mi precio, madre. Dos días para despedirme de la mujer que fui, antes de convertirme en la que tú quieres que sea.”

Mientras madre e hija libran esta guerra silenciosa, el resto del palacio sigue su curso, aunque el aire está cargado de la misma melancolía. En otro rincón, Adriano lucha contra sus propios fantasmas. Desde que Martina le confesó sus sentimientos por Catalina, vive atrapado en una tristeza profunda. Pasa las horas en la biblioteca, rodeado de libros que no lee, mirando por los ventanales como si esperara que el otoño le ofreciera alguna respuesta.

Martina intenta acercarse, arrepentida por el daño causado. Le pide perdón, le habla con dulzura, pero Adriano no logra ocultar su desconsuelo. “Hay verdades que uno preferiría no conocer”, le dice con voz cansada. Su amistad parece herida de muerte, y Martina, al verlo marcharse, siente que el peso de la culpa la hunde. Esa conversación, tan íntima y dolorosa, revela la soledad que habita en los corazones del palacio, incluso entre quienes parecen tenerlo todo.

Lejos de los dramas del amor y el deber, en la cocina se gesta una historia más pequeña, pero no menos importante. Enora, antes distante y arisca, decide agradecer a Simona y Candela su apoyo en un momento difícil. Les entrega dos pañuelos bordados por ella misma, sencillos pero hermosos, con sus iniciales grabadas con hilo azul. El gesto desarma a las veteranas cocineras, que la abrazan con emoción. En ese rincón del palacio, donde el calor de los fogones sustituye al de las pasiones imposibles, la reconciliación florece como un bálsamo.

Y mientras las cocineras comparten sonrisas sinceras, en el taller de Manuel el aire vibra con una emoción distinta: el triunfo. Las cartas que recibe esa mañana cambian su vida. Varias empresas de renombre le ofrecen comprar su diseño de motor, calificándolo de brillante y revolucionario. Por fin, su talento es reconocido. El joven marqués, que siempre sintió que no encajaba del todo en las rígidas normas de su familia, ve abrirse ante sí una puerta hacia el futuro. Su primer pensamiento es compartir la noticia con Jana, la mujer que siempre creyó en él.

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Así, mientras en algunos rincones de La Promesa nacen esperanzas, en otros se fraguan sacrificios. Ángela, que ha apostado todo a una carta, espera la respuesta de su madre con el corazón en vilo. Leocadia camina por la habitación como un animal acorralado, sopesando los riesgos, intentando encontrar una salida que no existe. Sabe que, si niega la petición, su obra maestra —la boda perfecta, la unión que aseguraría el porvenir de los Luján— se vendrá abajo. Pero también comprende que aceptar significa desafiar las normas, exponer a su hija al escándalo y, quizás, perderla para siempre.

Cuando por fin habla, su voz ya no tiene la dureza de antes. “¿Cómo sé que volverás?”, pregunta. Y Ángela, con una serenidad que nace del dolor, responde: “Porque te doy mi palabra. Y porque necesito hacerlo para poder seguir viviendo.”

La escena termina con ambas mujeres frente a frente, en un silencio que lo dice todo. La luz del día se extingue, dejando la habitación envuelta en sombras. Afuera, el viento agita las hojas como presagio de lo que está por venir. En ese instante, el destino de Ángela —y el de todo el palacio— pende de un hilo.

El eco de su desafío resuena por los pasillos de La Promesa como un juramento. Nada volverá a ser igual. Si Leocadia cede, abrirá la puerta a un acto de amor y de rebeldía que podría destruir lo que más ha protegido. Si se niega, su hija desaparecerá, arrastrando con ella el nombre y la reputación de su linaje.

Entre secretos, lágrimas, cartas de éxito y pañuelos bordados, La Promesa se convierte una vez más en el escenario donde los corazones laten al borde del abismo. El próximo capítulo promete emociones intensas, revelaciones inesperadas y un dilema imposible que pondrá a prueba la voluntad de todos. Porque cuando el amor y el deber se enfrentan, siempre hay un precio que pagar. Y esta vez, Ángela está dispuesta a pagarlo todo.