La Promesa – Avance del capítulo 710: Ángela traiciona a Curro en su adiós
Ángela traiciona a Curro en su adiós: El amor y la mentira vuelven a cruzarse en La Promesa
En el capítulo 710, La Promesa se convierte en un campo de batalla emocional donde el amor, la verdad y la resignación se confunden hasta desgarrar a sus protagonistas. Lo que parecía una huida romántica se transforma en un adiós irreversible. Ángela, entre el deber y la libertad, decide no seguir adelante con Curro. La promesa de escapar juntos se desvanece con la primera luz del día, dejando tras de sí el silencio helado de la traición.
La mañana comienza con una calma engañosa. En la posada donde pasaron la noche, el aire se siente denso, cargado de una decisión que amenaza con romperlo todo. Ángela, con el corazón dividido, sabe que esa jornada marcará un antes y un después. Curro, ajeno aún a lo que se avecina, la mira con ternura, convencido de que su amor es suficiente para desafiarlo todo. Pero ella, que ya ha decidido no seguir huyendo, aparta su mano y con voz apagada anuncia el principio del fin.
Cuando le confiesa que no escaparán, el mundo de Curro se detiene. La incredulidad da paso a la herida. Él busca explicaciones, intenta sostener con palabras lo que el destino ya ha resuelto. Pero Ángela, con un hilo de voz, le revela la verdad más cruel: no era amor lo que la impulsaba, sino miedo. La fuga había sido solo un intento de huir de sí misma, de la sombra de su madre, del peso del apellido. Curro escucha cada frase como si cada sílaba fuera una piedra arrojada al pecho. Ella le confiesa que confundió la puerta con la persona, que quiso usarlo como llave de una libertad que nunca supo definir.
Curro, herido, le pregunta si ama a otro o si solo obedece a quienes la controlan. Ella admite su regreso, su decisión de casarse con Beltrán, de cumplir con lo que se espera de ella. Él, en un silencio contenido, se da cuenta de que la traición no siempre grita; a veces llega como un espejo que te muestra lo que no quieres ver. Sin rabia ni escándalo, la deja marchar, aunque su alma quede deshecha. Antes de irse, le dice con una ternura amarga que sabrá encontrarla si algún día aprende a amar como él la ama… aunque, para entonces, quizá ya sea demasiado tarde.

Mientras tanto, en La Promesa, el rumor del fracaso de la fuga se propaga con la rapidez del fuego. Jacobo y Leocadia reciben la noticia con una mezcla de alivio y triunfo. Para ellos, el regreso de Ángela es una victoria estratégica: la boda con Beltrán se podrá sellar sin oposición. Jacobo, astuto como siempre, disfruta del juego de poder mientras Leocadia planea cada detalle para que nada vuelva a salirse de control. Pero bajo la superficie, otros conflictos hierven.
Enora y Toño, en el hangar, viven su propio desencuentro. Ella, abrumada por la presión, decide tomar distancia. Toño no entiende esa pausa, y su amor se tambalea entre reproches y silencios. Manuel, al intervenir, intenta restaurar el equilibrio profesional, pero también carga con la tensión emocional de ambos. Al nombrar a don Luis como nuevo miembro del equipo, sin saberlo, desencadena una serie de cambios que alterarán la dinámica del taller y del corazón de Enora.
En la cocina, el ambiente no es menos tenso. Lope se siente traicionado al descubrir que sus recetas han sido publicadas bajo el nombre de Madame Cocotte, y sospecha de Vera, la única que tuvo acceso a sus notas. Entre acusaciones y silencios heridos, Pía entra con urgencia: el verdadero peligro no está en la prensa, sino en el corazón de María Fernández. El embarazo secreto amenaza con salir a la luz, y el miedo empieza a corroer la tranquilidad de los sirvientes. Samuel intenta acercarse, pero María, presa del pánico y la culpa, lo rechaza. Pía, que se erige como protectora silenciosa, advierte que el secreto debe permanecer oculto si no quieren arrastrar a toda la casa al escándalo.
Cristóbal, mientras tanto, intenta imponer serenidad. Ha visto en Petra una mejoría sincera, un esfuerzo que Leocadia se niega a reconocer. La dueña de la casa exige su despido, alegando desobediencia y mala influencia. Pero Cristóbal se planta, firme y sereno, defendiendo la dignidad de la mujer que intenta redimirse. En un acto inesperado de valor, Petra se enfrenta a Leocadia y declara que no se irá… al menos, no hoy. Por un instante, la casa entera parece contener la respiración ante ese desafío.
Leocadia se retira, consciente de que la batalla no está perdida, solo aplazada. Jacobo, mientras tanto, se encuentra con Adriano y juntos comentan la carta de Catalina. Las palabras de la misiva, vacías pero elocuentes, confirman algo esencial: el amor del pasado ha muerto. Jacobo, que siempre ve la vida como un tablero de ajedrez, confiesa que la boda de Ángela y Beltrán no solo restablecerá el orden, sino que servirá a sus propios planes. En su sonrisa cansada se adivina una soledad que ni la victoria puede llenar.

El regreso de Curro y Ángela al palacio marca el clímax del episodio. Los criados se detienen, los murmullos se propagan como una plegaria rota. Jacobo y Leocadia los reciben con fingida calma; Beltrán, con la certeza de que el destino ahora juega a su favor. “Has hecho lo correcto”, dice Leocadia, sellando la rendición de su hija. “He hecho lo que sé”, responde Ángela, agotada. Curro permanece mudo, con la mirada clavada en el suelo: su amor, convertido en ruina silenciosa, lo acompaña como una sombra.
Enora observa la escena conmovida, percibiendo en Curro el reflejo de su propio dolor. Toño, resignado, comprende que hay heridas que solo el tiempo puede curar. María, en la soledad del pasillo, acaricia su vientre y pronuncia la palabra que todos temen y repiten: “mañana”. Samuel le promete apoyo, aunque ella no se atreve aún a decidir. Y en esa palabra —mañana— queda suspendida toda esperanza, como una promesa que no se sabe si cumplirá o condenará.
Esa noche, cada habitante de La Promesa enfrenta sus fantasmas. Jacobo sueña con cartas que acusan sin decir nada; Leocadia, con una boda perfecta que no deja lugar a la duda; Beltrán, con votos que suenan más a contrato que a amor. Enora y Toño sueñan con distancias; María, con una mano diminuta que le toca la palma sin pedir perdón; Samuel, con una vela que arde hasta el amanecer.
Ángela, en cambio, no sueña. Sentada frente a la ventana, se pregunta si ha hecho bien o si acaba de sellar su condena. Sabe que ha herido al único hombre que no le pidió cambiar, pero también comprende que, por primera vez, ha elegido por sí misma. Y aunque esa elección le duela, la luna la acompaña en su vigilia como testigo silenciosa de una libertad que cuesta demasiado caro.
Al amanecer, el palacio despierta con la precisión de una maquinaria antigua. Los engranajes del deber vuelven a girar. Don Luis entra al hangar, Enora lo observa con discreta satisfacción, Manuel firma los documentos. La vida continúa… pero bajo la superficie, el eco del adiós entre Ángela y Curro resuena como una herida que ningún mañana podrá borrar.
En La Promesa, nada vuelve a ser igual: el amor se ha rendido, la mentira ha triunfado, y el silencio se ha convertido en el nuevo idioma del dolor.