La Promesa – Avance del capítulo 712: Lorenzo descubre la traición de Leocadia
Lorenzo contra Leocadia: el secreto que puede destruir La Promesa
El lunes 10 de noviembre llega a La Promesa un capítulo que promete sacudir los cimientos de la hacienda con el regreso de Lorenzo, quien vuelve después de semanas de ausencia, cargado de sospechas y de una calma inquietante que presagia tormenta. Su retorno, lejos de traer paz, levanta el polvo de secretos que todos creían enterrados. Desde el instante en que cruza los portones del palacio, su mirada lo dice todo: algo en La Promesa huele distinto. Demasiado limpio. Demasiado ordenado. Demasiado falso.
Ángela y Beltrán, en un rincón del patio, parecen compartir una conversación inofensiva, pero Lorenzo detecta el hilo invisible de la complicidad. Una tensión leve, casi imperceptible, los delata. Él no dice nada, pero anota el detalle en su memoria de militar acostumbrado a medir los silencios. El saludo que Beltrán le dirige llega cuatro segundos tarde, y esos cuatro segundos bastan para despertar en Lorenzo una sospecha que no lo abandonará.
Mientras tanto, Leocadia mantiene su fachada de dueña perfecta, ordenando los preparativos de la boda de su hija con una obsesión casi bélica. Las flores, los manteles, las cintas, cada detalle forma parte de un muro invisible que ella levanta para contener el caos. Su hija se casará con Beltrán, y con ello preservará la reputación, los pactos y la apariencia de estabilidad que tanto le ha costado sostener. Pero el regreso de Lorenzo amenaza con derrumbar su imperio de mentiras.
En los pasillos, la degradación de Petra a doncella divide a los sirvientes. Unos la juzgan, otros callan, y solo Pía y Samuel se atreven a acompañarla. Ella, orgullosa, se niega a pedir perdón por algo que no hizo, mientras su voz se quiebra en un susurro de dignidad herida. Pía, con la serenidad de quien sabe mirar más allá del miedo, la consuela: “No les des la victoria de verte rendida.”

Jacobo, por su parte, camina por la casa con el paso firme de quien persigue una verdad incómoda. Sospecha que las cartas de Catalina, esa correspondencia que lo mantiene atado a una ilusión, han sido falsificadas. Sus investigaciones lo enfrentan a Curro y a don Luis, y aunque todos piden calma, él no cede: en La Promesa, alguien manipula las palabras, y él está decidido a descubrirlo.
En la cocina, mientras tanto, Simona y Candela descubren que las recetas del palacio han sido robadas y publicadas en un semanario de la capital. No es solo un hurto, es una profanación: alguien de dentro traiciona el alma de la casa. Manuel, indignado, promete investigar, sin sospechar que las verdaderas conspiraciones se tejen en los salones superiores.
Pero el eje del capítulo gira en torno a Lorenzo y su cruzada por la verdad. Su intuición lo guía hasta una carta olvidada, con el sello de una fonda donde, días atrás, se alojaron Ángela y Curro. Un pequeño detalle, casi invisible, pero suficiente para unir las piezas del rompecabezas. El nombre de ella, el agradecimiento por “la discreción de su acompañante”… Lorenzo no necesita leer más. Su prometida lo ha engañado. Y el hombre implicado es Curro.
La confrontación no tarda en llegar. En el patio, entre herramientas y polvo, Lorenzo exige explicaciones. Curro intenta mantener la calma, pero la conversación se convierte en duelo. No hubo traición física, pero sí emocional: “Fuimos dos que dejaron de mentirse”, confiesa Curro. “No hubo cama, pero hubo verdad.” Lorenzo, herido en su orgullo, responde con frialdad: “Para eso están los amigos, no los prometidos.” Y en esa línea se resume el quiebre irreparable entre ambos.
Mientras tanto, la vida sigue en apariencia. Manuel celebra los avances de su motor junto a don Luis, pero el rumor del triángulo roto ya circula entre los pasillos. La Promesa es una caja de ecos, y la historia de Ángela, Curro y Lorenzo empieza a resonar con fuerza peligrosa.
Al caer la tarde, Lorenzo busca a Leocadia. La encuentra en el invernadero, entre las gardenias. Lo que sigue no es una conversación, sino una batalla. Él exige verdad; ella, control. Lorenzo la acusa de empujar a su hija hacia un matrimonio de conveniencia, de manipular la felicidad como si fuera un mueble más del palacio. Leocadia, con la voz templada y los ojos encendidos, defiende su reino: “He construido un mundo con migas y con miedo. No lo perderé por tu orgullo.”
Pero Lorenzo no cede: “No pido sangre. Pido que el pan sea pan y el vino, vino. Que no uses a tu hija como moneda.”
Finalmente, Leocadia fija la cita definitiva: esa noche, a las nueve, los cuatro —ella, Ángela, Curro y Lorenzo— se reunirán en su despacho para poner las cartas sobre la mesa. Será una reunión sin máscaras, un juicio silencioso donde cada palabra podría cambiar el destino de todos.
La noche cae sobre La Promesa con un silencio espeso. Ángela, frente al espejo, sostiene el broche azul que delata su engaño. Sabe que ya no puede seguir fingiendo. Leocadia la había advertido: “Si dices la verdad, te quedarás sin nada.” Pero Ángela elige la honestidad, aunque eso signifique quedarse sola. “Al menos no me sostendré de una mentira”, murmura antes de dirigirse al despacho.
A la misma hora, Curro avanza por el pasillo con paso firme, consciente de que está cruzando un puente sin regreso. Lorenzo espera en el extremo opuesto, respirando con la calma de quien ha aprendido a mirar la oscuridad sin temblar.
Dentro del despacho, Leocadia ha dispuesto los símbolos del enfrentamiento: el sobre de la fonda, el broche azul y una libreta con los límites de lo que está dispuesta a conceder. Cuando los tres entran, la tensión se palpa como un cuchillo suspendido.

“Gracias por venir”, dice Leocadia con su tono de autoridad. “Aquí no se hablará de moral, sino de hechos y consecuencias.”
Ángela, con la voz quebrada pero firme, confiesa: “No me acosté con Curro. Pero sí fui con él. Le mentí, Lorenzo. Fuimos dos que se despidieron de una mentira.” Curro asume su parte: “La animé a no morir de obediencia.”
Leocadia dicta sentencia: el compromiso con Lorenzo queda roto, pero la boda con Beltrán seguirá. Nadie debe sospechar nada. “No por castigo, sino por higiene”, sentencia.
Pero Ángela no está dispuesta a callar más. “No soy tu moneda, madre. No me vas a casar con Beltrán para pagar tu pacto con su familia.” La palabra pacto hiela la habitación. Es la grieta que amenaza con derrumbar toda la estructura. Lorenzo lo percibe. “¿Qué pacto?”, pregunta, pero Leocadia esquiva.
Entonces, Ángela pronuncia la frase que marca el punto de no retorno: “Corta conmigo, madre. Pero no me vendas.”
El silencio posterior pesa más que cualquier grito. Lorenzo comprende que ha vivido en una historia tejida por otros, y que la verdad, aunque duela, es lo único que puede rescatar lo que queda de su dignidad. Curro baja la mirada, sabiendo que ha encendido un fuego imposible de apagar.
Leocadia, por su parte, decide dar un paso más: “No estoy aquí solo para salvar una boda. Estoy aquí para evitar que esta casa se hunda por un secreto más antiguo que todos vosotros.” Un secreto que la ha obligado a jugar en dos bandos, el suyo y el de Lorenzo.
El capítulo termina con esa revelación suspendida en el aire, justo cuando ella abre su libreta, dispuesta a hablar. La cámara se detiene en su rostro, en la sombra que le cruza los ojos, y el reloj del salón marca las nueve y un minuto.
La Promesa tiembla. Porque lo que está a punto de decir Leocadia no solo destruirá un compromiso… sino el alma misma del palacio.