La Promesa – Avance del capítulo 714: Ángela y Leocadia: el día que todo cambió en La Promesa

Ángela y Leocadia: el día que todo cambió en La Promesa

El amanecer de La Promesa se presentó con un brillo engañoso, como si el sol pretendiera disfrazar la tormenta que se avecinaba. En la casa de los Luján, la certeza era un lujo reservado para quienes no vivían atrapados entre secretos, deudas y decisiones imposibles. Leocadia cruzó el patio con su habitual serenidad adquirida tras años de supervivencia: los guantes ajustados, la mantilla impecable y la expresión que no admitía réplica eran su armadura frente a la familia. Ordenó que todos se reunieran en la sala azul, y de inmediato la servidumbre comprendió que no habría noticias alegres.

—No hay pistas —declaró, levantando apenas las cartas enviadas por Catalina—. Ni sobre su paradero, ni sobre su estado. Solo afecto y generalidades. Nada sustancial.

El marqués cerró los ojos con incredulidad; la marquesa apretó su crucifijo como quien busca consuelo en medio de un terremoto. Los hermanos intercambiaron miradas cargadas de rabia y negación.

—¿Estás segura, Leocadia? —preguntó el marqués con una voz que trataba de recobrar firmeza.
—Tan segura como lo permite lo que tengo entre mis manos —respondió ella, impasible—. Y lo que tengo no alcanza para más.

El silencio que siguió no era tal, sino la suma de pensamientos no dichos, miedos y desesperanzas. En la cocina, Simona se aferró a la cuchara de madera; Candela cubrió la masa del pan que no había terminado de levar; Teresa, concentrada en un cuello de camisa, sintió un estremecimiento que la recorría desde hacía semanas cada vez que se pronunciaba el nombre de Catalina.

Mientras tanto, la invitación del duque de Carvajal y Cifuentes para celebrar su aniversario de bodas llegó como un recordatorio cruel de opulencia y convencionalidad. La tarjeta, elegante y dorada, coincidía con la fecha de la boda secreta de Ángela y Beltrán. La marquesa murmuró entre dientes:

—El mismo día…

La Promesa: Avance semanal del 10 al 14 de noviembre

El rumor de aquel enlace secreto corrió silencioso entre los criados y los despachos, tenso como un hilo a punto de romperse. Leocadia, firme, sentenció que nada se movería. Lo que estaba fijado, estaba fijado, ya fuera el banquete de los duques o la ceremonia de Ángela.

Curro, recién regresado de viaje, cargaba con la impresión de una despedida que le había dejado cicatrices. Apoyó la frente en el cuello de su caballo, buscando una alianza secreta contra el dolor que lo consumía. Ángela, por su parte, se encerró en la alcoba con Enora, intentando contener los recuerdos y las lágrimas que se habían acumulado desde que su destino había sido entrelazado con el de Beltrán.

—No puedo —susurró, quebrándose por dentro.

Enora la sostuvo con una ternura silenciosa, reconociendo que algunos dolores solo se calman con cercanía, sin palabras.

En la cocina, la tensión era tangible: Vera y Lope discutían sobre la exactitud de las recetas, sobre la propiedad de la memoria culinaria y la inspiración. Lope, con paciencia y firmeza, cuestionó la autenticidad de algunas preparaciones; Vera admitió, con vergüenza y sinceridad, que había tomado recetas ajenas, aunque sin intención de engañar. Simona y Candela, testigos discretas, entendieron que la honestidad debía prevalecer. La verdad, finalmente, se impuso y la reconciliación entre ambos llegó con la limpieza de una puerta que encajaba por fin.

María Fernández, por su parte, enfrentaba un dilema interior que parecía insalvable. Desgarrada entre sus miedos, su cuerpo y la casa que habitaba, buscó en Pía comprensión y guía. El simple hecho de permitir que alguien la sostuviera fue, quizá, su primera decisión sabia en días: no decidir apresuradamente, no ceder al temor ni al juicio de los demás. Samuel, enterado de la crisis de María, prometió compañía, sin soluciones fáciles, pero con presencia firme, y eso fue suficiente para aliviar un poco su carga.

Enora, decidida a enfrentar sus dudas, pospuso su boda con Toño. La confianza, comprendió, no se repara con fechas ni calendarios; debe crecer en su propio tiempo. Simona y Candela aceptaron la decisión con resignación y cariño, entendiendo que el amor también se cuece lentamente.

En medio de estas tensiones, Cristóbal propuso a Teresa asumir el futuro rol de ama de llaves. No era un halago, sino un deber; un acto de confianza hacia quien había sido orden, consuelo y justicia callada. Teresa aceptó, consciente de que no se trataba de poder, sino de responsabilidad, y de servir a la casa con integridad y cuidado.

El día del aniversario de los duques avanzaba con aparente normalidad. Las flores estaban listas, los preparativos impecables, pero la tensión era palpable. Ángela debía enfrentar su boda con Beltrán, y Curro, incapaz de permanecer al margen, decidió actuar. Montó a caballo y llegó a la capilla justo cuando Ángela iba a pronunciar palabras que no sentía. Su entrada cambió el curso de la ceremonia.

—No puede casarse —dijo con firmeza—. No… así.

La capilla quedó suspendida en un instante de asombro. Ángela, liberada por la presencia de Curro, rompió sus cadenas internas:

—No puedo casarme contigo —afirmó, esta vez con voz propia.

La Promesa Capitulo 714

Beltrán, arrogante y calculador, advirtió las consecuencias, pero Curro se plantó, dispuesto a protegerla. La verdad se impuso, y por primera vez, Ángela eligió su propio sí y su propio no.

De regreso en La Promesa, la tensión no cedió: Lope y Vera aclararon la propiedad de las recetas, estableciendo un precedente de honestidad y reconocimiento que fortaleció la cohesión de la casa. Cristóbal, a su vez, confirmó a Teresa como futura ama de llaves, sellando un pacto de lealtad y servicio.

La noche trajo calma relativa. La casa respiró, aunque las batallas personales y los secretos permanecían. María descansó sin decidir aún su destino, Ángela y Curro compartieron una promesa silenciosa de verdad, y la cocina, finalmente, reconoció la autoría de cada plato.

Leocadia revisó nuevamente las cartas de Catalina y descubrió un detalle olvidado: un perfume amargo y cítrico que le ofrecía una nueva pista, un hilo con el que trabajar sin revelar todo. Entendió que el poder ya no estaba en ocultar, sino en guiar con inteligencia.

La Promesa, esa noche, respiró de nuevo como un organismo vivo. Se abrieron puentes entre el amor, la verdad y la responsabilidad. Las puertas, pronto en manos de Teresa, se prepararían para abrirse sin crujidos ni secretos. Cada personaje halló un momento de claridad: Ángela y Curro comenzaron a caminar juntos, María permitió el tiempo para decidir, y la casa aprendió que la honestidad y la alianza pueden sostener lo que parecía roto.

En ese día, La Promesa cambió para siempre: se redefinieron vínculos, se establecieron lealtades y se comprendió que la verdad, aunque dolorosa, es más ligera que la mentira. Y, en medio de la tormenta, quedó la certeza de que las decisiones valientes y los secretos bien gestionados son el verdadero legado de quienes viven bajo su techo.