La Promesa – Avance del episodio 711: Leocadia precipita la boda y humilla a Petra.
Leocadia acelera la boda y humilla a Petra: el nuevo reinado del miedo en La Promesa
El palacio de La Promesa ha dejado de ser un hogar para convertirse en un campo de batalla donde la frialdad de Leocadia marca el ritmo de cada latido. Su autoridad, implacable y calculadora, cae esta vez sobre Petra, la veterana ama de llaves que dedicó toda su vida al servicio de la familia. Lo que debía ser un simple ajuste de personal se transforma en una escena de humillación pública: Leocadia la llama “material averiado” y ordena su despido sin piedad, arrancándole de golpe la única identidad que le quedaba.
Petra, que apenas se había recuperado de su enfermedad, intenta demostrar su valía revisando inventarios y corrigiendo errores con desesperación, como si cada saco de harina contara su futuro. Pero cuando Cristóbal, el administrador, llega con la orden de su despido, el mundo se detiene. Su rostro se congela, su voz se quiebra, y la lealtad de toda una vida se le vuelve en contra. Las lágrimas brotan, no solo por el trabajo perdido, sino por la traición que encierra la decisión. “¿Qué he hecho tan terrible para merecer esto?”, alcanza a preguntar, sin obtener más respuesta que un silencio cobarde. Leocadia ha dictado sentencia, y nadie se atreve a desafiarla.
Mientras Petra recoge sus pocas pertenencias, Leocadia, indiferente al dolor que ha causado, pasa de un acto de crueldad a otro movimiento estratégico. Convoca a Ángela y Beltrán al salón principal y, con una sonrisa que hiela la sangre, anuncia que su boda se celebrará… ¡en una semana! La joven, paralizada, apenas puede respirar. Todo sucede demasiado deprisa. No hay lugar para dudas ni sentimientos: la decisión está tomada. Leocadia no busca amor, busca control. Y Ángela, en su vestido aún sin confeccionar, siente que la conducen al altar como a una prisionera.
Beltrán, ingenuo o conformista, celebra la noticia sin advertir el pánico de su prometida. “¡En una semana serás mi esposa!”, dice con entusiasmo. Pero las palabras suenan huecas para Ángela, que observa el jardín marchito del palacio, preguntándose si aún queda alguna parte de su vida que no pertenezca a Leocadia. Siete días. Ese es el margen que le queda antes de perderlo todo.

En otra ala de La Promesa, el drama adopta una forma más silenciosa pero igual de devastadora. María Fernández vive consumida por un secreto que no puede confesar: está embarazada. Su aparente fortaleza se desmorona poco a poco, y cada día es una lucha contra el miedo. Samuel, con la sensibilidad que conserva de su antigua vocación sacerdotal, percibe el cambio en ella y le ofrece consuelo sin pedir explicaciones. Pero esa compasión malinterpretada desencadena una tormenta inesperada: Teresa, al verlos juntos en la lavandería, cree presenciar una traición. Su corazón, lleno de celos y heridas no cerradas, convierte la escena en una historia de amor prohibido. Sin saberlo, Samuel acaba de encender una chispa que podría incendiar el servicio entero.
Lejos de los pasillos donde se rumorean secretos y lágrimas, los señores de La Promesa enfrentan sus propias tensiones. Enora defiende con pasión la contratación de Don Luis, un inventor excéntrico que promete revolucionar la producción de mermeladas. Alonso, escéptico, lo considera un charlatán, y Manuel, atrapado entre ambos, empieza a sospechar que las ideas del nuevo ingeniero superan las posibilidades reales de la hacienda. Lo que comenzó como un proyecto industrial se perfila ahora como una posible ruina, un espejo de la ambición desmedida que ya corroe el alma de la casa.

En la cocina, el conflicto adopta un tono casi cómico, aunque detrás late la misma sensación de injusticia. Candela y Simona descubren que una revista ha publicado las recetas y dibujos de Lope firmados bajo el nombre de “Madame Cocotte”. Indignadas, exigen justicia, y Manuel promete intervenir. Lo que ellas no saben es que este pequeño caso de plagio será solo la primera pieza de un engranaje mayor, un hilo más en la telaraña de secretos que envuelve al palacio.
Y mientras el día muere sobre los muros centenarios de La Promesa, Jacobo, consumido por los celos y la frustración, planta otra semilla de duda. En la penumbra de la biblioteca, siembra en Adriano la sospecha de que las cartas que recibe de Catalina podrían ser falsas, manipuladas por alguien con oscuros intereses. Lo que empieza como una provocación acaba despertando una inquietud real: ¿y si todo en La Promesa es una ilusión cuidadosamente fabricada?
Así, la noche cae sobre una casa donde cada habitación guarda un secreto. Petra es expulsada, Ángela es empujada al altar, María tiembla por su futuro, Teresa se deja arrastrar por los celos, y Jacobo comienza a ver el hilo invisible que une todas las desgracias: el poder de Leocadia. Bajo su mirada gélida, nada florece; todo se marchita.
El aire está cargado de presagios. En La Promesa, las decisiones ya no se toman por amor ni por justicia, sino por conveniencia y miedo. Y mientras las hojas del otoño cubren los jardines, el eco de una frase resuena como una maldición: “Petra es material averiado.” Pero quizás, en ese mismo desprecio, Leocadia haya cometido su primer error… porque las piezas que desecha son, a menudo, las que terminan regresando para derribar a quien las menospreció.