La Promesa Capítulo completo lunes 6 de octubre. Martina y Adriano se apoyan mutuamente.
La Promesa: El sacrificio de Ricardo y los ecos del adiós en el Palacio
En el episodio del 6 de octubre de La Promesa, el peso de las decisiones y los silencios marca el rumbo de cada personaje. La historia se abre con Cristóbal, quien sostiene un papel entre sus manos como si fuera un trofeo. Su sonrisa, entremezclada de soberbia y satisfacción, revela la victoria de quien cree haber ganado una batalla silenciosa. Aquel documento no es uno cualquiera: se trata de la carta que Ricardo, el antiguo mayordomo, ha dejado antes de marcharse definitivamente del palacio. En ella, expresa con determinación su decisión de abandonar para siempre el lugar que tanto marcó su vida. Su despedida es rotunda, un punto final que no admite retorno. Cristóbal, con aire triunfante, interpreta la partida de su rival como un logro personal, convencido de que ha eliminado una amenaza y limpiado su camino.
Ricardo, sin embargo, no se marcha por derrota ni por cobardía. Su salida nace del amor y del deseo de proteger a quienes más quiere. Cree que su ausencia permitirá que Pía regrese al palacio, que pueda reencontrarse con su hijo y reconstruir lo que la desgracia separó. Su marcha es un sacrificio silencioso, el gesto noble de quien entiende que a veces amar significa renunciar. Esta decisión dolorosa se convierte en un espejo de la naturaleza humana: quedarnos para luchar o partir para liberar. Ricardo elige marcharse, confiando en que su sacrificio sanará heridas imposibles de curar mientras él permanezca presente.
Cuando la noticia se esparce por los pasillos de La Promesa, todos sienten el golpe. Criados, señores, y allegados quedan conmocionados ante su ausencia. Pero es su hijo Santos quien sufre con más intensidad. No puede comprender que su padre se haya ido sin despedirse, sin una última mirada, sin una palabra que alivie el dolor. Para él, el silencio es una condena insoportable. Siente que la vida es injusta cuando arrebata la posibilidad del adiós, ese último instante donde uno puede cerrar los capítulos con dignidad. En su desesperación, Santos se enfrenta a la soledad más cruda, la que deja la pérdida no explicada.
Mientras tanto, Curro, con su carácter directo, decide confrontar a Cristóbal. Sus palabras no buscan suavidad, sino verdad. Le recuerda que si su objetivo era expulsar a Ricardo, ya lo ha conseguido. Por tanto, no hay más razones para impedir el regreso de Pía. Curro exige coherencia, justicia, el cumplimiento de aquello que se prometió. El eco de sus palabras resuena como una lección universal: lo que sembramos regresa, y las decisiones, por más calculadas que parezcan, siempre exigen rendición de cuentas.
En otro rincón de la historia, Adriano y Martina fortalecen su vínculo. Entre ambos se construye una complicidad sincera, un refugio ante los conflictos que los rodean. En medio de esta confianza, Adriano decide confesarle a Alonso que ya no tiene fuerzas para continuar con las responsabilidades de las tierras. Las obligaciones lo han desgastado y siente que ha llegado la hora de ceder su puesto. Alonso, el marqués, no se sorprende. Responde con frialdad, anunciando que Leocadia ha ofrecido su ayuda para asumir esas funciones. Martina, con su intuición aguda, percibe que nada en esa decisión es casual. El destino parece mover las piezas a su antojo, encajando los intereses ocultos donde mejor sirven a las ambiciones.
En paralelo, Santos se hunde en la melancolía de la partida de su padre. Lope, su amigo, lo enfrenta con franqueza y sabiduría. Le recuerda que sus propias acciones contribuyeron al desenlace. Llorar ahora no cambia lo ocurrido, y el arrepentimiento sin acción solo sirve para encadenar el alma. Lope le enseña una verdad dura pero necesaria: el dolor solo tiene sentido si nos transforma. Aprender del pasado es la única forma de no repetirlo. Esta conversación entre ambos se convierte en un punto de inflexión, un recordatorio de que la vida no ofrece consuelo, solo lecciones.
Mientras las emociones hierven en los salones y pasillos, otra historia toma forma. Toño, tras una larga espera, recibe finalmente una carta de Enora. En ella, la joven le abre la puerta a un futuro compartido. Ilusionado, Toño da un paso más y pide a Manuel que sea su padrino de boda. Pero Manuel, atormentado por las dudas, no logra ocultar su inquietud. Sospecha que Enora no es tan transparente como aparenta. En la vida, las emociones y la razón libran una batalla constante. Toño quiere creer, quiere amar sin reservas, pero Manuel encarna esa voz de la prudencia que nos advierte cuando algo no encaja.

En otro punto de la trama, Vera arde en el deseo de reencontrarse con su padre. Su anhelo es tan intenso que roza la desesperación. Pero Federico, con la serenidad del que ha sufrido, la detiene. Le advierte que ese reencuentro podría no ser lo que espera, que no todos los vínculos familiares son refugio ni todos los padres merecen el regreso de sus hijos. La vida enseña que el amor, por sí solo, no basta para justificar la cercanía. A veces, mantenerse a distancia es la única forma de sobrevivir.
Mientras tanto, en los pisos inferiores del palacio, la enfermedad de Petra se convierte en una sombra que lo cubre todo. Los criados observan con temor su estado cada vez más delicado. Nadie se atreve a entrar en su habitación, dominados por el miedo de encontrarla sin vida. Solo Samuel, movido por la compasión, decide entrar. Allí la encuentra inconsciente, ajena al mundo, pálida y frágil. La imagen lo estremece y pronto el rumor de su estado se extiende por todo el lugar. Todos se preguntan lo mismo: ¿ha llegado su final? La Promesa entera parece detenerse, suspendida entre la incertidumbre y la esperanza.
En este episodio, cada personaje carga con un dilema que refleja los conflictos universales del ser humano. Ricardo enseña que a veces el acto más noble de amor es retirarse a tiempo. Santos encarna el dolor del hijo que no supo valorar la presencia del padre hasta perderlo. Curro y Lope son voces de conciencia, recordando la importancia de la justicia y la responsabilidad. Adriano y Martina muestran que incluso en medio del caos pueden nacer alianzas sinceras. Vera y Federico revelan el contraste entre el anhelo y el peligro del pasado. Y Petra, en su lecho de enfermedad, representa la fragilidad última de la existencia.
La Promesa se convierte así en un microcosmos de la vida misma: amor, culpa, sacrificio y redención. Cada gesto, cada silencio, deja una huella. Al final, todo se resume en la eterna lucha entre lo que queremos, lo que debemos y lo que el destino nos permite conservar. Este capítulo no solo avanza la trama, sino que nos invita a mirar hacia adentro, a comprender que incluso las despedidas pueden ser una forma de esperanza.